La gota que rebalsó el vaso

La gota que rebalsó el vaso

La gota que rebalsó el vaso

¿Qué hacer cuando las emociones  nos desbordan?

“Fue la gota que rebalsó el vaso”.

“Ya no aguanto; una más, y exploto”.

“No sé qué me pasa, simplemente no paro de llorar”.

“Tengo muchas ganas de gritar”.

“¡Ay! Qué enojo que tengo”.

¿Te parecen conocidas estas frases? ¿Las has escuchado alguna vez? Quizá tú mismo las usaste en algún momento. Sea como sea, son frases que denotan que algo no tiene más espacio y que, de alguna manera, terminará mal.

La gota que rebalsa el vaso no es la culpable, porque no es la que había colmado el vaso. No. El vaso se fue llenando por varias otras gotas. Esas “gotas” pueden ser situaciones en que te has sentido atacado, frustrado, angustiado, sometido, desvalorizado, sin herramientas para hacer frente a la situación que estabas viviendo o cualquier otro tipo de escenario en que simplemente pusiste “una gota” en tu vaso. Lo cierto es que fuiste cargando el vaso hasta que, finalmente, no soportó más.

Ese vaso eres tú. Es tu mente, que día a día carga con distintas circunstancias que generan una serie de emociones que muchas veces son difíciles de manejar. Las emociones no se controlan, pero sí se manejan. Las emociones no son racionales, pero sí podemos aprender a encauzarlas. Las emociones son parte de la vida, no son enemigas.

Cuando las emociones nos desbordan, el llanto aflora sin motivo alguno aparente. Así, la angustia genera que las actividades cotidianas no sean satisfactorias y que aquello que muchas veces nos alegraba carezca de sentido.

En otras ocasiones, la apatía permea cada una de las cosas que hacemos. Entonces, nada nos entusiasma ni nada provoca que estemos fascinados. Quizás el enojo sea el diario componente de tu vida. Sin motivo alguno –sin aparente razón de ser–, “vives” enojado, molesto y enfurecido. Estas emociones brotan sin que puedas llegar a razonarlas; solo te encuentras de esa manera, sin motivo evidente.

Tal vez quienes te rodean no lleguen a comprenderlo porque nadie está en tu cerebro y nadie sabe lo que has pasado hasta aquí. Muy pocos conocen tu contexto familiar o lo que estás atravesando. Muchas veces llegas a pensar que es mejor no contarlo ni ser una “carga” para los demás.

Tal vez en tus momentos de soledad te sientas tan cansado que solo quieras dormir o jugar online. Es la estrategia de mantener tu mente tan “ocupada” en otros asuntos que no tengas tiempo ni espacio psicológico para pensar. Pero ese momento también tiene su fin. La música, la serie, la película, el juego o el dormir se terminan, y la realidad sigue allí. El conflicto que te está rodeando no desapareció, tu hogar no es ya un refugio, tus compañeros no son amigos, tus propios miedos no han desaparecido. Te sigues sintiendo solo, vacío…

¿Qué hacer? ¿Cómo evitar que el vaso rebalse?

En primer lugar, recuerda que en Dios todo lo podemos. Todo, incluso aquello que pensamos que es demasiado grande. En Dios encontramos las fuerzas para vencer. La Biblia dice: “El Señor está conmigo como un guerrero poderoso” (Jer. 20:11, NVI) y en Deuteronomio 31:8 dice: “No temas ni te desalientes, porque el propio Señor irá delante de ti. Él estará contigo; no te fallará ni te abandonará” (NTV).

En segundo lugar, no ocultes tus emociones ni trates de mostrar que todo está bien. No siempre tenemos que “llevar” una sonrisa en el rostro. A veces, podemos sentirnos tristes, sobrepasados, sin ganas… Eso no está mal. Podemos sentirnos así, solamente debemos aprender a manejar la emoción.

En tercer lugar, hacerte daño no te ayudará. Encerrarte en ti mismo, en el mundo virtual, en el sueño, en el llanto, en una vida “paralela”, puede darte alivio, pero es pasajero. No intentes huir de la vida real. Es esta vida la que debes vivir, la que merece tu presencia. Es aquí donde saldrás victorioso. Lo demás es un espejismo.

Vivir a veces puede ser complicado. No todos tenemos los mismos contextos familiares, escolares, laborales o de cualquier otra índole. No obstante, el año recién empieza. Este puede ser un año diferente, especial, en el que las emociones no te desborden.

Te invito a tomar las riendas de tus emociones, para vivir mejor.

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.

Escrito por Jimena Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos y capellana en el Instituto Adventista de Avellaneda, Bs. As., Argentina.

Cuando no hay respuestas

Cuando no hay respuestas

Cuando no hay respuestas

Un testimonio de fe para todos aquellos que perdieron a un ser querido.

El verano estaba llegando a su fin. Mientras alistaba el bolso en casa de mis padres, luego de pasar unas maravillosas vacaciones con ellos, mi madre introducía más obsequios, como era de costumbre. Papá, minutos antes de que llegara la hora de mi partida hacia la estación, me dijo que no iba a poder acompañarme. Con una enorme sonrisa y nuestras miradas llenas de amor, me fundí en sus abrazos. Nos despedimos con un “hasta pronto” y con planes de vernos nuevamente en el invierno.

Todo comenzó con una fiebre. Mamá pensó que mi padre podría tener una simple gripe. Papá siempre fue cuidadoso con su salud y acompañaba la buena alimentación con ejercicios. No aparentaba sus 65 años. Pero ahora tenía algo que ni los médicos sabían el origen. 

Mientras tanto, en todos los medios de comunicación se hablaba de un virus llamado COVID-19, que estaba azotando el continente asiático y europeo. El sistema sanitario de Argentina aún no estaba capacitado para detectar ese virus en pacientes; solo se sabía de algunos síntomas.

A mi padre la respiración se le hacía cada vez más costosa. En primera instancia, el diagnóstico del especialista fue neumonía. Pero pasaban las horas y su cuadro se iba agravando cada vez más.

Nos conectamos inmediatamente por una llamada. Con la voz apagada y a la misma vez esperanzada en que iba a recuperase, me prometía que pronto nos íbamos a ver. Y esa fue la última vez que escuché su voz.

Por el avance de las investigaciones, los médicos hicieron el testeo a fin de descartar este agente nuevo y extraño en el cuerpo de papá. Pero él ya no podía respirar por sus propios medios y necesitaba un mecanismo artificial. Los resultados llegarían pronto. Estaba confirmado: él tenía COVID-19.

Las fronteras estaban cerradas, y una cuarentena estricta y obligatoria se activaba en todo el país. No podía viajar para estar con mi familia. La impotencia de estar lejos en esos momentos difíciles fue terrible. No tuve ni el tiempo de aceptar el diagnostico de mi padre, ya que en unas horas mamá me llamaría para darme la noticia más triste de mi vida: había fallecido.

Solo habían transcurrido tres semanas de aquella despedida. Mi retina aún visualiza a mi padre con mucha vitalidad, sin antecedentes de enfermedades. Pero mi papá falleció el 1º de abril de 2020. No pudimos despedirlo, ya que su cuerpo fue cremado, por seguridad sanitaria. Con mamá aislada y yo lejos, todo parecía una pesadilla.

“¿Por qué ha permitido Dios que me ocurra esto a mí?” Esta es una pregunta que me hice. Es la pregunta que todos los creyentes se han esforzado por contestar. Si creemos que Dios tiene la obligación de explicarnos su conducta, deberíamos examinar los siguientes pasajes de la Biblia. Salomón escribió en Proverbios 25:2: “Gloria de Dios es encubrir un asunto”. Por su parte, Isaías 45:1 declara: “Verdaderamente tú eres Dios que te encubres”. Además, en Deuteronomio 29:29 leemos: “Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios”. Y Eclesiastés 11:5 proclama: “Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas”.

Creo que muchas de nuestras preguntas “por qué” tendrán que quedarse sin respuesta por ahora. El apóstol Pablo se refirió al problema de las preguntas sin contestar cuando escribió: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Cor. 13:12). Pablo estaba explicando que no tendremos el cuadro completo hasta que estemos en la Eternidad.

Este es un aspecto clave de la fe cristiana. Más allá de las circunstancias, el plan de Dios es maravilloso, ya que “a los que aman a Dios” todas las cosas que estén en armonía con su voluntad “les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom. 8:28).

Por eso, creo que tal vez no sean el dolor y el sufrimiento en sí los que causan el mayor daño. Lo triste es que nos sentimos confundidos y desilusionados con Dios. Es la ausencia de significado lo que hace que esa situación sea intolerable. No existe una angustia mayor que la que una persona experimenta cuando ha edificado todo su estilo de vida sobre conceptos teológicos que parecen derrumbarse en momentos de tensión y dolor extraordinarios.

¿Llegan momentos como estos para los creyentes fieles? Sí. Pero debemos afrontarlos con fe, sabiendo que “no os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana” (1 Cor. 10:13).

El gran peligro en que nos encontramos las personas que experimentamos una tragedia es que Satanás utilizará ese dolor para hacernos creer que Dios nos ha escogido como víctimas. ¡Qué trampa mortal es esa!

Sí, yo estoy afligida aún. Y tengo el corazón quebrantado. Tal vez tú te sientas igual y estés desesperado/a. Solo puedo decirte que debes confiar en Dios. Existe seguridad y descanso en la sabiduría eterna de la Biblia.

El Rey de reyes y Señor de señores no está caminando de un lado a otro por los pasillos del cielo sin saber qué hacer acerca de los problemas que existen en tu vida. Él puso los mundos en el espacio. Él puede tomar en sus manos las cargas que te están agobiando. Y para comenzar, dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Sal. 46:10).

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.

Escrito por Ruth Maidana, vive en la ciudad de Neuquén, Argentina, y es miembro de la Iglesia Adventista de Maranatha.

El Salvador

El Salvador

El Salvador

Llamado “el pulgarcito de América”, El Salvador es el país más pequeño de Centroamérica. En sus 21.040 kilómetros cuadrados existen 170 volcanes, 14 de los cuales están activos y 6 se vigilan constantemente para controlar los peligros de erupción.

A pesar del peligro que conlleva convivir al pie de estos montes de fuego, los pobladores desarrollan la vida con normalidad. Los lugareños construyen sus casas y siembran sus alimentos básicos, como el maíz y las legumbres, en sus laderas.

Durante las pocas horas que estuve por El Salvador, en la espera de un vuelo y otro, no tuve el tiempo suficiente de conocer uno de sus volcanes. Sin embargo, en el aeropuerto, la secretaría de Turismo del Gobierno ofrecía la oportunidad de conocer una de sus playas, a 35 kilómetros del aeropuerto. Se llama El Tunco. Su nombre se debe a que en la orilla de la playa se puede observar una formación rocosa que tiene la forma de un cerdo (o “tunco”, como lo llaman en El Salvador).

Es una playa muy visitada por el turismo nacional e internacional, por sus grandes olas, que son muy aprovechadas por los surfistas.

Al llegar al pueblo costero, la emblemática formación rocosa, la desembocadura del río y los bares y los restaurantes conforman un lugar especial para tomarse unos días relajados. En las tiendas locales se presentan las artesanías del lugar, que embellecen aún más el sitio.

Con respecto a la gastronomía, el maíz es uno de los principales ingredientes alimentarios, por sus extensos cultivos. Empanadas de plátano, enchiladas y riguas fueron algunos de los platos que degusté en uno de los restaurantes del lugar.

Para aprovechar el tiempo, después del almuerzo, nos dirigimos a la playa llamada “El Malecón” y visitamos el mercado ubicado en el muelle.

Hay decenas de puestos que ofrecen diferentes productos, desde mariscos frescos hasta artesanías hechas con invertebrados marinos y huesos de tiburón.

De regreso al aeropuerto, agradecí a Dios por el bello paseo que me permitió hacer en las playas de El Salvador, donde pude acercarme más a las costumbres del lugar y conocer más de su cultura.

En cada visita por los diferentes países, descubres que el lugar lo hacen las personas. Y, en la medida en que más nos acerquemos al plan de Dios, más podremos disfrutar de sus bendiciones.

Recuerda: “El bondadoso se hace bien a sí mismo, pero el cruel a si mismo se hiere” (Prov. 11:17).

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.

Escrito por Analía Giannini, docente de Ciencias Naturales, nutricionista, escritora y viajera incansable.

Misionero en la ventana 10/40

Misionero en la ventana 10/40

Misionero en la ventana 10/40

¿De qué se trata todo esto?

Desde pequeño escuché historias de misioneros. Sus experiencias parecían sacadas de un libro de aventuras, que siempre soñé con vivir. Y, al llegar a la Universidad Adventista del Plata (UAP), ese deseo se intensificó. Así, me alisté en la Escuela de Misión y comencé a crear mi perfil en la página del Servicio Voluntario Adventista (SVA).

Luego de terminar mis estudios en Teología y mi esposa los suyos, en Psicología, nos colocamos en las manos de Dios para que él nos llevara adonde pudiéramos servirlo con nuestros talentos y dones. Así que, en febrero de 2018 nos encontrábamos tomando un avión en el que comenzaríamos un viaje de más de 18.000 km… ¡directamente hasta Asia Central!

¿Qué es la Ventana 10/40?

En términos misioneros, se denomina así a la región comprendida entre los 10 y los 40 grados al norte del Ecuador. Abarca la región del Sahara y el norte de África, así como Asia Occidental, Asia Central, Asia Meridional, Asia Oriental y gran parte del sudeste de Asia. Está poblada por personas predominantemente musulmanas, hinduistas, budistas, animistas, judíos o ateos. Muchos Gobiernos de los países de esta zona están formal o informalmente opuestos a la obra cristiana de cualquier tipo dentro de sus fronteras.

Lucas y su esposa, Johana, con las vestimentas típicas del país donde sirvieron.

Nunca habíamos pensado que Dios nos conduciría a una tierra tan distante de la nuestra, y con una cultura y un idioma tan diferentes, pero el solo hecho de pensar en ellos hacía que nuestros corazones se acelerasen más por la emoción.

Salimos siendo verano en Argentina, con más de 30 grados de calor, y llegamos a estar tierras cercanas a Rusia en pleno invierno, donde la nieve cubría nuestros pies y en ciertos lugares nos llegaba hasta las rodillas. Pero no solamente el clima era totalmente diferente, también lo era el idioma. Nunca había escuchado a la gente hablar en ruso, y –debo confesarlo– los primeros días hacía que me doliera la cabeza al esforzarme por entender al menos “una” palabra; una. Pero, no. Ni eso.

Luego de que la emoción pasara, caímos en la realidad de que teníamos un gran mensaje de esperanza que compartir, pero no teníamos el idioma para hacerlo. Entonces, la frustración y el desánimo se posaron en nuestros corazones, al sumarse el hecho de no poder compartir “abiertamente” el evangelio porque estaba prohibido en ese país.

Luego de orar por varios días a Dios, preguntando por qué nos había llevado tan lejos sin poder compartir su Palabra, llegó el milagro. Un domingo, bien temprano en la mañana, llamaron a la puerta de casa (bueno, en realidad era la puerta de la iglesia, porque vivíamos debajo de ella). Cuando abrí, me encontré con un grupo de aproximadamente quince jóvenes, que por sus facciones no eran de ese país, sino de la India.

Me contaron que estudiaban Medicina en aquel lugar, y que una joven de la iglesia los invitó a escuchar sobre Jesús. Eso nos llenó de emoción. La mayoría de las personas en la India hablan inglés, y este era un idioma que también nosotros conocíamos. Así, comenzamos a compartir con ellos, al principio cada domingo y luego cada sábado, sobre Jesús.

Ser misioneros es el privilegio de compartir con otros la esperanza en Dios, pero el mayor de los privilegios es ver con nuestros propios ojos los milagros que él hace frente a nosotros.

Si tienes el deseo de servir…

…y ser un misionero en el futuro, habla con el capellán de tu colegio o con tu líder de Jóvenes.

Para más información, puedes ingresar a: https://www.adventistas.org/es/voluntarios/

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.

Escrito por Lucas Muñoz, jefe de capellanes de la Universidad Adventista del Plata y coordinador del Servicio Voluntario Adventista.

¿Importa la pureza sexual?

¿Importa la pureza sexual?

¿Importa la pureza sexual?

“Crea en mí oh Dios un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10).

Hay muchos mitos y prejuicios acerca de lo que significa ser puros sexualmente. Algunos entienden que reprimir la sexualidad es pureza. A otros les enseñaron que pureza es aborrecer el sexo, censurando los impulsos sexuales con severidad. Por otro lado, existen personas que piensan que la pureza y la sexualidad no tienen nada que ver entre sí, y que dar rienda suelta a las pasiones no tiene nada de impuro. Al contrario, que es natural.

La realidad es que todos tenemos un deseo sexual; Dios nos creó así. Si tú piensas que para ser puro es necesario no tener deseos sexuales, no solo estás equivocado, también estás yendo en contra de la naturaleza con la que Dios te creó. Ahora bien, la pureza es todo lo contrario: es tener esos deseos pero requerir un sacrificio a las pasiones, una renuncia al placer momentáneo, y una voluntad santificada.

Tener deseo sexual no es la causa de la impureza. No. La causa de la impureza es la conducta desenfrenada y apasionada, así como la voluntad entregada al servicio del placer sin medir consecuencias. Un principio olvidado en estos tiempos.

Cuando eres joven, preservar la modestia en tu conducta y no caer en un pecado sexual puede parecerte anticuado. Además, en un contexto hipersexualizado como en el que estamos inmersos, puede sonar aburrido conversar sobre el llamado de Dios a ser puros hoy. No obstante, esto no ha dejado de ser relevante para nuestra salvación y felicidad. Debemos abordar este punto. Lejos de ser una moda, es un principio moral esencial.

Durante la adolescencia, no suena convincente, tampoco atrayente, el hecho de reservar el uso de la sexualidad para el tiempo, el espacio y el contexto determinados para el que Dios la creó: el matrimonio. Pero, para Dios es importante. Por nuestro bien, ha marcado límites; y para nuestra bendición, establece principios que determinan lo que está bien y lo que está mal.

Si bien se asocia la pureza sexual con la virginidad, la pureza es mucho más que una condición física. No solamente es posible para quienes no han llegado a tener una relación sexual física. También lo es para aquellos que se proponen en su corazón tener una vida que agrade a Dios. No olvides que, si te arrepientes, Dios perdona y restaura; más alla de tus errores del pasado.

Así, en la etapa de soltería contempla un resguardo de la práctica sexual para el matrimonio, y la etapa de matrimonio implica una búsqueda constante y sincera por glorificar a Dios con esa unión y bendecir la vida del cónyuge con esa manifestación de amor: el sexo.

Resistiendo la tentación sexual

Tal vez te desesperes recordando el día en que procuraste ser puro y fracasaste, cediendo a la tentación sexual.

Es que la pureza no es una virtud que alcanza el ser humano con su propia acción. Para ser puros, antes que nada, debemos reconocer nuestra condición e ir a Jesús, quien es capaz de limpiarnos.

Nadie es puro hasta que puede ver su condición de perdición, y pide ayuda a su Salvador. La pureza sexual es sumamente importante para nuestra comunión con Dios. El enemigo de las almas lo conoce, y por esa razón ataca sobremanera la sexualidad de los jóvenes cristianos. El sentimiento de culpa, o la indiferencia al pecado, son algunas de las consecuencias espirituales de practicar la inmoralidad sexual.

En medio de tantas voces que se levantan para definir la pureza y hablar de lo que sea sexualmente correcto o incorrecto, la Palabra de Dios tiene algo relevante para decir. Es algo absoluto y certero: algo puro es aquello que no está contaminado, manchado ni mezclado. Dice 1 Juan 3:3: “Y todo el que tiene esta esperanza puesta en él, se purifica, así como él es puro”. La pureza no es un estado que perdura a partir de una sola decisión primordial. Es una búsqueda incesante por ser más semejantes a Aquel a quien contemplamos: Cristo, nuestro ideal.

¿imposición o elección?

Puede ser que la norma propuesta por Dios parezca demasiado elevada como para procurar alcanzarla; pero, con su ayuda, hacer el esfuerzo de andar en la rectitud nos eleva a una vida más plena y abundante.

A priori, el llamado a la pureza sexual no suena atractivo, ni siquiera convincente. Pero toda alma desvalida puede hallar fuerza en Cristo y sabiduría para conducirse sexualmente, sin transgredir los principios que ya ha conocido.

La gran pregunta es: ¿Cómo andar en pureza luego de haber manchado mi  vestidura con el pecado? Esto es algo simple y puedes hacerlo ahora: Tienes que ir a Jesús tal como estás, pidiéndole sinceramente que te encamine. Empieza hoy.

La limpieza de corazón comienza con abandonar todo lo que nos mancha, envenena y perjudica. De este modo, Dios puede renovar tu corazón.

Es ahora cuando debes renunciar a la vida que te ha llevado lejos del plan de Dios, por más que la sociedad sumamente sexualizada te quiera hacer notar lo contrario.

Ten determinación, y espera la plenitud de vida que llega cuando andas en obediencia.

Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.

Escrito por Vicky Fleck, estudiante de Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba y miembro de la Iglesia Adventista de Córdoba Centro, Argentina.