Armar cubos Rubik

Armar cubos Rubik

Armar cubos Rubik

El cubo Rubik es mucho más que un simple pasatiempo. Este rompecabezas tridimensional inventado por el escultor y profesor de arquitectura húngaro Ernő Rubik, en 1974, despierta seguidores en todo el mundo.

Originalmente fue comercializado por la compañía Ideal Toy Corp, con el nombre de “Cubo mágico”. Y ganó el premio alemán al “mejor juego del año”. Hasta enero de 2009 se han vendido 350 millones de cubos en todo el mundo, haciéndolo el juego de rompecabezas más vendido del mundo.

El cubo original se compone de tres capas (y se lo llama popularmente “3×3”), pero se han creado varios cubos con más capas y de diferentes tamaños y formas. Hoy en día, parece imposible contar cuántos son.

Pero, armar este cubo no tiene nada de “magia”. Se trata de aprendizaje, razonamiento, sentido común y práctica.

Jonatán asiste a la Iglesia Adventista de Rosario Oeste, es un apasionado del Club de Conquistadores y le encantan los cubos. Esto nos cuenta:

“Si alguien tiene ganas de aprender, no se necesita mucho, solamente un cubo y un tutorial de YouTube. Les recomiendo que empiecen por el método llamado ‘Método principiante’, que es muy fácil de memorizar. Si quieren mejorar los tiempos de armado, pueden aprender otros, como el método F2l junto con Friedrich.

“Pero, más allá de todo esto, lo más importante para aprender a armar este hermoso cubo es… paciencia, mucha paciencia. Sí, toda la paciencia que consigan, porque hay momentos bastante frustrantes. Además de la paciencia, hay que sumarle la práctica. Prueba con esto, y verás que pronto armarás el cubo. Recuerda que el que persevera lo logra”.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2019.

Escrito por Jonatán Cancelado, Rosario, Argentina

Yo, yo y yo

Yo, yo y yo

¡Abre los ojos! Tal vez te des cuenta de que el mundo no gira a tu alrededor.

Muchas veces, cuando estamos en un conflicto, podemos llegar a sentir que la otra persona nos está atacando, que sus frases nos hacen mal, que nos ponen a la defensiva, que el otro no comprende realmente lo que nos sucede o aquello que necesitamos. Es más, podemos llegar a creer que lo hace con toda la intención. Lo siguiente que ocurre es una serie de malentendidos, frases que van y vienen, incluso sin escuchar a la otra parte.

Así, se pronuncian frases parecidas a estas: “¿Te estás escuchando?”; “Siempre quieres tener la razón…”; “Me dijiste que…”; “Tú eres quien dijo…”; “Me haces sentir…”; “Lo que me dices me provoca…”; “Lo que estás diciendo…”; “Es tu culpa que yo reaccione así…”; etc.

Todas estas frases muestran una cosa: nos centramos en el otro, en lo que dice, en la forma en que lo dice, en la manera en que lo dice. Por eso, el paso que sigue es “acusarlo” por cómo nos sentimos, cómo reaccionamos.

Pues bien, aunque en un conflicto ambas partes tienen su responsabilidad, en este artículo quiero hablarte de una técnica que puede ayudar a “bajar los decibeles” y ver el panorama de otra manera.

Te doy algunos tips que pueden ayudar:

Antes de hablar y de exponer tu punto de vista, respira. Toma unos segundos para decir la afirmación en tu mente.

Si esa afirmación culpa al otro, no la digas. Si no lo hace, adelante: puedes pronunciarla en voz alta.

Trata de decir la misma afirmación en tu mente, pero añadiendo cómo te sientes, sin necesidad de acusar a la otra parte.

Respira nuevamente.

Di la frase con tranquilidad, tratando de no acusar con los gestos ni con el tono de voz.

Obviamente, nada de esto es natural. Todos estamos aprendiendo a comunicarnos, todos pasamos por situaciones conflictivas. Algunas son más fáciles de sobrellevar que otras. Sin embargo, en toda situación, sea cual fuere, tenemos el poder de decisión, podemos elegir comunicarnos bien, tratar de resolver el conflicto. Y lo más importante es que en cada paso contamos con la ayuda de Dios.

Cuando Jesús estuvo en la Tierra, se enfrentó a diferentes conversaciones que podrían haberlo “sacado de sus casillas”. Sin embargo, nunca se lo escuchó pronunciar palabras descorteses o que lastimaran al otro. Él trató a todos con amor; sus palabras siempre fueron las justas y verdaderas, pero acompañadas de amabilidad.

Mi último consejo en este año es que acudas a Dios cada vez que atravieses una situación difícil. Recuerda que él nos pide que “siempre que dependa de nosotros, debemos estar en paz con todos”, y para ello el Espíritu Santo hace su obra en nuestro ser, refinando nuestro hablar día a día. No estás solo.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2019.

Escrito por Jimena M. S. Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos.

Imperdonable

Imperdonable

Imperdonable

¿Cuál es el pecado que nunca se puede perdonar?

Acostumbrados a las innumerables referencias al amor de Dios, es común sorprenderse y preocuparse al leer en la Biblia la mención de un “pecado imperdonable”. Inmediatamente surgen las preguntas: “¿cuál es este pecado?”, “¿por qué es imperdonable?”, “¿lo habré cometido yo?”

Me gustaría comenzar por señalar que, si sentimos una preocupación real por el estado de nuestra relación con Dios, entonces lo más probable es que no hayamos cometido el pecado imperdonable, porque en ese caso, no nos importaría. Pero analicemos lo que la Biblia enseña al respecto.

La mención al “pecado imperdonable” la hizo el propio Señor Jesucristo: “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. El que hable contra el Hijo del Hombre será perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo, no será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (Mat. 12:31, 32).

Lo primero que hemos de notar es que este pecado se relaciona con el Espíritu Santo, es una acción en su contra. Cuando Jesús declara, los fariseos lo estaban acusando de realizar milagros por el poder de los demonios en lugar de por el Espíritu de Dios (Mat. 12:22-30). Rechazaban así la obra que hacía el Espíritu Santo con el fin de convencerlos de que Jesús era el Mesías prometido.

Convencernos de pecado y testificar a cada uno de nosotros de la necesidad de arrepentirnos es la obra del Espíritu (Juan 16:8). “Cualquiera que sea el pecado, si el alma se arrepiente y cree, la culpa queda lavada en la sangre de Cristo; pero el que rechaza la obra del Espíritu Santo se coloca donde el arrepentimiento y la fe no pueden alcanzarlo” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 289). Por eso se nos advierte: “Si hoy oís su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Heb. 4:7).

La blasfemia contra el Espíritu es, entonces, la resistencia a su obra, rechazar esa invitación a arrepentirnos, persistir en el pecado. No se trata de un acto específico, sino de la permanencia en la misma actitud, el rechazar la acción del Espíritu. El pecado endurece el corazón de quienes lo practican (Heb. 3:12, 13). Esto es lo que lo vuelve imperdonable, el hecho de que la persona no siente la necesidad o el deseo de arrepentirse.

En resumen, no hay necesidad de tener miedo, solo debemos seguir el consejo de la Palabra de Dios: “Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cerca. Abandone el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar” (Isa. 55:6, 7, LBLA).

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2019.

Escrito por Santiago Fornés, capellán del Instituto Adventista de Mar del Plata, Buenos Aires, República Argentina.

Levantar pesas

Levantar pesas

Levantar pesas

Yo era un niño muy delgado y tenía el deseo de ser fuerte. Desde los catorce años comencé el entrenamiento en casa, con pesas de cemento, y luego comencé a participar de campeonatos regionales de halterofilismo. Luego, pasé a los estatales, a los nacionales y, finalmente, llegué a los mundiales.

Con entrenamiento y disciplina pude conquistar tres veces el título de Campeón Mundial de Levantamiento Supino de peso en la categoría de más de 125 kilos (en 2007, 2009 y 2016). En 2013 fui subcampeón mundial. Así, logré mi récord personal: levantar 302 kilos. Desde luego, esto no fue nada fácil. Te lo garantizo. Hay que tomarse en serio la actividad y entrenar mucho.

No obstante, hay algo que debes saber. Es un aspecto que no es posible dejar de lado (como sucede en la mayoría de los deportes): las lesiones. En más de 35 años de carrera, sufrí contusiones y enfrenté problemas como la diabetes, que me dejó fuera de las competencias por cinco años.

Para poder levantar una gran cantidad de peso, necesito ingerir muchos carbohidratos, de donde viene la energía. El carbohidrato se transforma en glucosa. Por eso mi entrenamiento es muy complicado, y tengo que cuidarme siempre. No existe actividad deportiva de nivel que no implique el cuidado de la salud. Más allá de lo que hagas, cuida tu salud. Siempre.

Gracias a Dios, en 2014, un alumno del gimnasio decidió ser adventista y me invitó a ir a la iglesia. Yo ya conocía la Iglesia Adventista. Cuando tenía cuatro años, en 1972, empecé a ir porque un tío me llevaba. Toda mi familia asistía. Luego, por muchos años, dejamos la iglesia. Si bien yo estudié en una escuela adventista, mi estilo de vida no era para nada acorde a lo que dice la Biblia.

Por eso, cuando me invitaron, acepté sin dudar. ¿Sabes por qué? Porque más allá de mis entrenamientos hubo otro factor que me permitió triunfar en el deporte: la oración. Yo no iba a la iglesia, pero oraba. En mis victorias y en mis competencias, yo siempre oré. Oraba antes de presentarme, cada vez. Oraba por mí y por mis competidores. Y siempre digo: mi mayor fuerza no está en mis músculos, está en mi fe.

Después de tomar los estudios bíblicos, me bauticé el 3 de diciembre de 2016 en la Iglesia Adventista de Guaiapós, en Maringá, Brasil. Ahora tengo la oportunidad de recomenzar. Hasta ahora yo ejercité el aspecto físico, los músculos, y ahora debo ejercitar mi fe.

Este artículo es parte de la versión impresa de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2019.

Escrito por Enio Amaral, Maringá, Brasil.

Con Dios no hay imposibles

Con Dios no hay imposibles

Con Dios no hay imposibles

Ganadora de 14 medallas de oro en la historia de los mundiales de gimnasia artística (única persona que logró semejante hito), ella superó dificultades y abusos de su infancia.

La gimnasia artística o gimnasia deportiva es una disciplina que consiste en la realización de una composición coreográfica combinando movimientos corporales que generalmente van con acompañamiento musical.

Este deporte, que exige al gimnasta condiciones físicas excepcionales, es una actividad que requiere ejercicios difíciles de ejecutar. Normalmente los ejercicios incluyen barras de equilibrio, barras asimétricas, anillas, barras paralelas, barra fija, potros, ejercicios a manos libres y saltos con apoyos.

Sin duda, una de las mayores exponentes de la historia de la gimnasia artística es Simone Biles, quien nació en Columbus (Ohio, Estados Unidos) el 14 de marzo de 1997. En la competencia general individual, Biles es cinco veces campeona nacional, campeona olímpica en Río 2016 y cuatro veces campeona del mundo; además, es la única gimnasta que ha conseguido ganar tres veces de forma consecutiva.

En aparatos, ha sido cuatro veces campeona mundial en suelo, dos veces en viga de equilibrio y una en salto de caballo. Ella se caracteriza por su potencia y por el alto nivel de dificultad en sus ejercicios. Así, se ha consolidado como la mejor gimnasta del mundo en su época.

Pero nada ha sido sencillo para ella, llegar a ese lugar no fue fácil. Sus padres eran adictos a las drogas, así que sus abuelos maternos la adoptaron. Además, fue una de las víctimas de abuso sexual de Larry Nassar, el exmédico del equipo estadounidense que fue condenado a más de 175 años de prisión por abusar de 250 niñas y mujeres durante casi veinte años.

Simone escribió un libro titulado Sin miedo a volar. En uno de sus párrafos dice: “Todas las adversidades de mi infancia me han convertido en la joven mujer que soy ahora”. ¿Pueden las cosas negativas que te ocurren en la vida transformarse en bendiciones? La historia de Simone afirma que sí.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2019.

Escrito por Gustavo Montiel, Prof. de Educación Física.