Llegó el tiempo de parar un poco

Llegó el tiempo de parar un poco

Llegó el tiempo de parar un poco

Aunque no lo creas, en este artículo no te vamos a pedir que hagas algo. Ah, eso sí, considera los beneficios de descansar adecuadamente.

¿Te pasó alguna vez que son las 9 de la mañana y ya tienes sueño? ¿O que a las 5 de la tarde tu máximo anhelo es irte ya a dormir? ¡Seguro que sí!

Las personas que no duermen lo suficiente o no descansan bien (porque dormir mucho no significa necesariamente dormir bien) sienten falta de energía para las tareas diarias en cualquier hora del día. O, incluso, algo peor: pierden la capacidad de concentración, pueden entristecerse, irritarse y enojarse. Además, la ciencia ha comprobado que las personas que no duermen bien, envejecen más rápidamente.

Por otro lado, hay evidencias consistentes de que la falta de sueño también aumenta el riesgo de diabetes, hipertensión arterial, dolencias cardiovasculares y obesidad.

El descanso de cada día

Una buena calidad de vida depende mucho de los hábitos de descanso. A diario, cada célula del cuerpo necesita descansar por un tiempo suficiente; en especial las neuronas. El descanso promueve la eficiencia mental y física del cuerpo, y reanima las defensas del organismo.

Las primeras horas de la noche son las mejores para dormir. Nuestro cuerpo descansa mejor y todo nuestro organismo se regenera.

Por eso, es más saludable acostaste a las 22:00 (si es antes, mucho mejor) y levantarse bien temprano. Si te acuestas a esa hora, puedes levantarte a las 6 de la mañana. Dormirás así 8 horas diarias y empezarás el día lleno de energía.

El descanso semanal

Como Iglesia Adventista, al estudiar la Biblia, notamos que, además de dormir el número correcto de horas diariamente, es importante reservar un día de la semana para un proceso de restauración de las relaciones sociales y familiares. Son 24 horas de descanso de las actividades físicas y mentales cotidianas, y de mayor conexión espiritual con Dios. Ese día es el sábado (Éxo. 20:8-11).

Así, desde la puesta de sol del viernes hasta la puesta de sol del sábado (Lev. 23:32; Deut. 16:6), descansamos, vamos a la iglesia, compartimos más tiempo con nuestra familia, ayudamos a otros y disfrutamos de la naturaleza. Es maravilloso tener un día así. Es un regalo de Dios para nosotros, según Marcos 2:27. Mira lo que dijo Jesús al respecto: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (versión DHH).

Lejos de ver el sábado como una carga o algo pesado, aprovecha sus beneficios y descansa.

Consejos para dormir mejor

  1. Ten el hábito de acostarte y levantarte siempre a la misma hora.
  2. Mantén tu habitación limpia y ordenada. Que sea un espacio agradable también en relación con la temperatura del ambiente.
  3. Mantén tu cama limpia y cómoda. No es un gasto invertir en un buen colchón. Tu cuerpo necesita descansar bien.
  4. Lee la Biblia o algún libro de temas bíblicos antes de dormir.
  5. Ora antes de dormir. Entrégate a Dios y dale a él todas tus preocupaciones y problemas a fin de descansar con tranquilidad.
  1. No te acuestes con el estómago lleno. Cena temprano y liviano, preferentemente antes de las 20:00.
  2. Evita tomar, antes de dormir, bebidas con cafeína, porque son estimulantes y pueden alejar el sueño.
  3. Evita discusiones o situaciones estresantes antes de dormir. Resuelve tus desentendimientos familiares, con tus amigos o con tu novio/a antes de ir a dormir.
  4. Apaga tu computadora y trata de no ver televisión ni de revisar el celular antes de irte a la cama. Algunos especialistas consideran que debemos dejar de mirar las pantallas de cualquier dispositivo una hora antes de dormir, dado que esto nos sobrestimula y hace que nuestro sueño no sea de calidad.
  5. Evita dormir una siesta larga hasta horas avanzadas de la tarde, porque eso perjudicará la hora en que te acuestes por la noche.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2020.

El mejor discurso

El mejor discurso

El mejor discurso

Ideas para organizar tu presentación en público.

Tal vez no te guste hacerlo. Tal vez seas tímido/a. Lo cierto es que, por motivos sociales, académicos o laborales, te tocará hablar en público. ¿Defender una tesis? ¿Exponer una idea en el grupo de trabajo? ¿Dar una meditación en la iglesia? ¿Decir unas palabras en algún evento?

Por eso, desde aquí te brindamos algunos tips a considerar para lograr esto con éxito.

Planifica el momento. Generalmente, si tienes que hacer un discurso o una exposición, sabrás con anticipación el día, la hora y el tiempo con el que cuentas, y demás detalles. Agenda esto y organízate a fin de llegar a ese día plenamente preparado.

Planifica el discurso. Hablamos aquí del contenido propio de lo que dirás. No puedes improvisar. Piensa ideas y anótalas en un papel o guárdalas en un archivo de la computadora o del celular. Luego sistematiza esas ideas en tres partes: introducción, desarrollo y conclusión.

Planifica las partes de tu discurso. No importa la extensión en minutos de lo que tienes que decir. Ya sea que se trate de una hora o de cinco minutos, debes introducir al tema, desarrollar aspectos de ese tema y presentar una conclusión al respecto.

Estudia o memoriza. Trata de no leer. Estudia tu discurso. Tal vez no lo sepas de memoria, pero es recomendable conocer bien cada parte, así como la parte que sigue. Ten en claro exactamente qué vas a decir al principio y cómo vas a terminar al final.

Practica el contenido. Ahora llegó el tiempo de ensayar todo lo que está en el papel, en la pantalla del celular o en un archivo de Power Point.

Evalúa tu vestuario. Si bien lo importante es el contenido del discurso, cómo lo representarás también lo es. Tu modo de vestir también comunica.

Ensaya en el lugar del discurso. Si puedes ir al auditorio, templo, plataforma, salón, etc., donde hablarás, mucho mejor. Familiarízate con el ambiente, con el escenario, con el micrófono, etc.

Descansa adecuadamente. Más allá de la hora de tu discurso, mantente descansado y libre de estrés la noche anterior. Relájate y enfrenta esta situación con todos tus sentidos bien despiertos. Un rostro fresco, bien descansado y con una sonrisa te ayudará en tu discurso.

Sube seguro y mira a tu audiencia. Llegó la hora. Como has planificado y ensayado, sin duda tu discurso será un éxito.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2020.

Escrito por Pablo Ale, pastor, periodista y director de Conexión 2.0.

Coronavirus

Coronavirus

Coronavirus

¿Oportunidad o amenaza?

“Que todo aquello que te hace sufrir también te haga crecer” (Erton Köhler).

Y , de repente, el mundo se detuvo. Ni la película más taquillera de ciencia ficción lo hubiera ideado. Fronteras cerradas en plena aldea global, Juegos Olímpicos suspendidos, acciones de las bolsas del mundo en caída libre, clases interrumpidas. El coronavirus ha multiplicado el uso de los barbijos, ha impedido besos y abrazos, ha evitado bodas y ha hecho que decenas de cumpleaños se celebraran online. Esta pandemia ha reconfigurado el turismo y reducido drásticamente el tráfico aéreo mundial.

Lo que sí puedo hacer es que juntos pensemos al respecto. Seguramente te encontrarás en tu casa o has tenido que reducir tus salidas por esta crisis global. Pues bien, toda amenaza también es una oportunidad para crecer. Por eso, te dejo cinco lecciones que podemos aprender de este contexto.

Infórmate. Ten cuidado sobre la calidad de información que consumes. Desconfía de lo que te envían por las redes sociales. Chequea bien la información y las fuentes.

Sé prudente. Contrariamente a lo que quizá pienses, la prudencia no es sinónimo de cobardía. La prudencia es tener cautela, moderación, sensatez y buen juicio.

Reaviva tu relación con Dios. Tal vez, este triste stop te ayude a buscar más a Dios en oración y estudio de su Palabra. Si lo haces, descubrirás que es lo mejor que te puede suceder.

Aprovecha el tiempo. Ahora es el momento de leer (¡al fin!) ese libro, ordenar (¡de una vez!) las cosas de tu habitación, terminar (¡o empezar!) ese arreglo en tu casa y aprender (¡o perfeccionar!) un idioma. ¡Vamos! La vida no solo es jugar en el celular y mirar series en Netflix.

Alienta a otros. Tal vez no lo notes, pero mucha gente a tu alrededor tiene miedo y está sola. Sé un mensajero de esperanza. Usa la tecnología de manera positiva para brindar ánimo y acercarte a otros. Esta también es una oportunidad para servir y ayudar a los demás.

 

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2020.

Escrito por Pablo Ale, pastor, periodista y director de Conexión 2.0.

Una vida en misión

Una vida en misión

Escribo estas líneas a días de cumplir 29 años. Si tengo que presentarme y decir quién soy o a qué me dedico, con mucha naturalidad puedo decir que soy misionera voluntaria y que me dedico a compartir con otros el amor que Jesús manifestó en mi vida.

Nací en una familia adventista del séptimo día y a los trece años decidí bautizarme. En distintos sentidos, mi historia de vida no es muy diferente de la de otros jóvenes: momentos lindos y divertidos, muchas pruebas, luchas y decisiones que tomar.
Sin embargo, en 2016 acepté vivir una experiencia que marcó mi vida. Me encontraba próxima a terminar mi carrera universitaria y tenía un trabajo estable; en ese contexto, recibí la invitación de Dios para participar del proyecto Un año en misión (OYIM, por sus siglas en inglés). Estaba en un congreso de jóvenes y el lema era “Más que pasión”. Aquella frase me tocó: entre el trabajo y el estudio, yo no vivía con pasión las actividades de la iglesia y, en realidad, no tenía pasión por Dios. Es cierto que era muy activa en la iglesia, pero lo que hacía era cumplir responsabilidades por compromiso. Era algo que me gustaba, pero que no me llenaba. Por eso, acepté el llamado a servir, y todo fue distinto para mí. Ahora vivo mi vida en misión.

En 2017 me recibí de Licenciada en Comunicación, y estoy muy agradecida a Dios porque él me dio las fuerzas y la sabiduría para lograrlo. Pero lo realmente importante ese año fue mi viaje a Mendoza, en el oeste de Argentina, para cumplir mi primer año en OYIM (sí, el primero, ¡porque fueron tres!). En 2018 me invitaron a participar del proyecto en Santa Cruz, Bolivia, y en 2019 lo hice en Luján, en la provincia de Buenos Aires, Argentina.

Cada año fue diferente, pero los tres me dejaron algo en común: la certeza de que ser parte de OYIM no se trató de lo que yo tenía para dar al proyecto, si no de lo que Dios quería darme a mí.

Lecciones de una vida en misión

Para empezar, salir de casa, de mi iglesia, de mi trabajo y de todo lugar conocido, en donde yo me manejaba cómodamente, fue un shock. Tuve que aprender a depender totalmente de Dios, entender que yo no tenía el control de nada y vivir sus planes. Dios también me enseñó, a lo largo de los tres años, a valorar mis capacidades y a verme como alguien importante en su obra.

La última enseñanza que quiero compartir, y en la cual me quiero detener, es el amor por las personas. Tengo una forma de hablar con Dios que me ayuda a ver a través del tiempo cómo me responde y está atento a mis preocupaciones más chiquitas: ¡cuadernos de oración! Al revisar mis oraciones desde 2017, una y otra vez se repite un pedido similar: “Señor ayúdame a ver a los otros con tu amor, a preocuparme por su salvación tanto como por la mía”.

Amar a todas las personas es algo imposible para un ser humano. ¿Cómo amas a alguien que no conoces? ¿O a alguien que hace cosas con las que no estás de acuerdo? Esto es algo profundo y aún sigo orando sobre eso. Pero diré que Dios me respondió: lo hizo desafiándome constantemente a dejar de mirarme a mí misma. Si quería transformar vidas, tenía que amar esas vidas.

Dejar de pensar en mí y en cómo me siento fue un paso gigante. Y solo pude darlo cuando comprendí lo importante que fue Dios en mi vida, las veces que me rescató de situaciones tristes y que perdonó mis equivocaciones.

También fue clave encontrarme con la triste realidad de vidas sin esperanzas. Me encontré con personas que tenían luchas mucho más complejas que las que yo hubiera vivido, y a las que se estaban enfrentado solas, sin Dios. ¿Alguna vez te preguntaste qué hubiese sido de ti si en los momentos más duros de tu vida no hubieses tenido la gran esperanza de un cielo y una Tierra nuevos? Pensar en esto ¿te llena de angustia y desesperación?

Precisamente, desesperada es como vive la gente sin Dios. Y, como cristianos, no tenemos derecho a quedarnos con la Esperanza solo para nosotros. Más triste que ver a alguien morir sin Dios es ver a alguien intentando vivir sin Dios.

La abuelita que conoció a Dios

Ella vivía sola en su casa de Mendoza, donde tenía un puesto de flores. Había estudiado en un colegio de monjas, rezaba cada día. Vender flores también le permitía charlar cada vez que recibía a un cliente. Pero, en su soledad, un pensamiento la atormentaba: el de un Dios castigador. Además de esto, había sido víctima de muchos robos. No era extraño que viviera con miedo.

La visitaba una vez por semana. Cada vez que yo llegaba, ella desocupaba una silla que tenía con flores, la limpiaba y me hacía sentar. El estudio bíblico era una excusa: ella necesitaba hablar, que alguien la escuchase. Me contaba de su familia, de cómo habían llegado de España a la Argentina, me hablaba de los afectos que había perdido y también de los que están, pero no la visitan… Después, leíamos la Biblia y reflexionábamos juntas.

Luego de aquellas visitas ya no se sentía sola, su miedo había disminuido y había comenzado a hablar con Dios. No podía ir a la iglesia por problemas de salud, pero eso no le impedía entregar una ofrenda especial: me daba flores hermosas –no las que sobraban de su venta– para adornar la casa de Dios. A pesar del dolor que había experimentado, ella logró ver a Dios como realmente es: un Dios de amor que la cuida cada día.

Una visita salvadora

Los momentos lejos del hogar, la familia y los amigos son duros, especialmente ante situaciones que no sabemos manejar. Es entonces cuando el equipo se transforma en tu apoyo. Encontrar gente sin esperanza te lleva, por ejemplo, a verte un día con alguien que no quiere seguir viviendo, que ya no tiene fuerzas para luchar. Varias veces lloré por amor a esas personas que me hablaban de heridas profundas y de que preferían morir a seguir soportándolas. Me di cuenta de que, si cualquiera de mis compañeros o yo hubiéramos dicho “no” al llamado, algunas personas habrían llegado al suicidio.

Un día, mis dos compañeras salieron a hacer visitas a personas que habían solicitado una Biblia. Había una mujer a la que habían ido a ver en varias oportunidades y nunca la encontraban. Habían decidido no ir a su casa aquel día, pero como la visita previa se había suspendido se decidieron a intentar una vez más. Cuando llegaron, entendieron que aquello no había sido una casualidad: la mujer acababa de tomar pastillas para quitarse la vida. Las chicas llegaron a tiempo para asistirla, llamar a una ambulancia y contactar a su familia. Después de ese día, comenzamos a visitarla semanalmente para leer la Biblia y orar juntas. Así, y con la ayuda profesional que también requería, vimos en su cara la paz que solo Cristo puede dar.

El poder de los centros de influencia

Un lugar donde se aprende a amar a las personas, cuidarlas y crear amistades verdaderas son los Centros de influencia. En Bolivia y en Luján, tuve la oportunidad de estar en estos centros.

Lo que hacíamos era conocer la zona y a los vecinos para brindarles cursos y charlas que fueran de su interés. Esto implicaba que, además de trabajar con profesionales de la iglesia, cada uno descubriera nuevos talentos: a mí, por ejemplo, me llevó a dictar cursos de cocina saludable, de manualidades y de bordado mexicano. Otros compañeros enseñaban música, idiomas, actividad física. También había especialistas que hablaban de psicología emocional, control del estrés o prevención de enfermedades. Todas estas actividades, aunque muy distintas entre sí, coincidían en crear un espacio en el cual podíamos conocernos con los vecinos.

En Lujan, la gente fue tan receptiva a estas charlas –acompañadas por una merienda caliente en los días fríos– que el grupo se repitió cada semana por dos meses. En este espacio reforzábamos los temas hablados sobre salud y además compartíamos reflexiones bíblicas. También había comida, juegos y momentos para contar experiencias.

Rina y Carla: una prueba de fe

El método de Cristo –atender necesidades, brindar nuestra amistad a las personas y luego mostrarles a Jesús– no es novedoso, pero tengo que decirlo: funciona. Sí, funciona dedicar tiempo, escuchar, charlar de temas que al otro le importan. Después de meses de trabajo y amistad, de compartir recetas, patrones de bordados, libros y un montón de momentos, pude ver personas entregar su vida a Jesús.

Rina fue una mujer amorosa y luchadora que llegó al curso de cocina una tarde acompañada de Carla, su hija de veinte años. Estaban muy interesadas en la comida saludable, habían adoptado una alimentación vegetariana y necesitaban herramientas. Después de la primera clase, se acercaron para hablar y me contaron que habían empezado a estudiar la Biblia con una señora de la iglesia y que ella les había recomendado el centro. Rina tenía cáncer de colon y estaba muy dolorida, pero tenía el apoyo de sus cuatro hijos y su marido.

Con el paso de las semanas, la salud de Rina empeoró. Ella y Carla dejaron las clases de cocina y también de ver a la hermana que les daba los estudios bíblicos. No obstante, siguieron buscando a Dios y, un sábado, las vi en la iglesia acompañadas por su instructora bíblica. Aquel día, ambas se pusieron de pie ante el llamado a entregar su vida a Dios.

Después de ese sábado, a Rina la internaron. Los últimos dos meses del proyecto viví la experiencia más cruda de mi vida: estar al lado de alguien que se estaba muriendo y acompañar a una amiga mientras organizaba el entierro de su madre… Yo no era una persona que visitara hospitales, y gracias a Dios no me tocó aún despedir a alguien tan cercano. Sin embargo, Dios me empujaba a estar ahí y, en cada visita al hospital, orábamos y leíamos una meditación.

En una de las últimas veces que la vi, Carla me habló de su relación con Dios: no estaba enojada, no le pedía explicaciones, estaba confiada en que el dolor de su mamá iba a terminar y que, la próxima vez que se vieran, Rina estaría sana y sonriente, abrazando a su familia. Carla realmente se aferró a la gran esperanza: ella y su madre aceptaron la salvación que Jesús nos da y, aunque Dios no sanó a Rina del cáncer, ambas volverán a verse el gran día del regreso de Jesús.

¿Por qué ser OYIM?

A lo largo de estos años me preguntaron muchas veces: “¿Por qué ser OYIM?”

No es fácil: se extrañan la casa y los amigos, te sientes cansada e insegura, la convivencia puede complicarse, las cosas pueden salir mal en algún evento, recibes criticas… Para el resto, dedicar un año a la misión es perder experiencia laboral e independencia económica, desperdiciar un título universitario, resignar gustos y hasta poner en peligro tu vida sentimental. Pero si puedo, con lo imperfecta que soy, volver a vivir experiencias como escuchar a una persona orar por primera vez o ver su sonrisa al hablar con el mejor Amigo, entonces cualquier “sacrificio” es válido.

No tienes que ser OYIM, tienes que vivir tu vida en misión. Y la única forma que yo encontré de caminar cada día con Dios fue sabiendo que, para marcar la diferencia en la vida de alguien, primero necesito que él me llene de su amor. Para llegar al cielo y mantener viva la esperanza del regreso de Jesús, hay que salir a ver el mundo y darnos cuenta de lo afortunados que somos. Cuando entendemos eso, no lo podemos guardar.

Hoy sigo creciendo en Cristo; mi vida refleja muy poco de su carácter de amor, pero miro al mundo con otros ojos. Y eso se lo debo a él, a los tres años que me invitó a estar muy cerca de él y a las personas que me puso en el camino. Te invito a vivir esta experiencia: deja que Jesús te saque del lugar donde todo aparenta estar bajo control, anímate a ir a lo desconocido con él, y tu vida encontrará su real sentido.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2020.

Escrito por Marta Samaya Contreras, Licenciada en Comunicación. Asiste a la Iglesia de Adolfo Sourdeaux, en Buenos Aires, Argentina. Actualmente colabora con el equipo de comunicación del Departamento de Jóvenes en la Unión Argentina.

Múnich 1972

Múnich 1972

Múnich 1972

Más allá del luto por un brutal atentado terrorista, este evento desarrollado en Alemania siguió adelante dejando varios hitos deportivos y lecciones de vida.

Entre el 26 de agosto y el 11 de septiembre de 1972, se llevaron a cabo en Múnich (Alemania) los XX Juegos Olímpicos (JJ. OO.). Participaron de esta épica cita del deporte mundial 7.134 atletas (6.075 hombres y 1.059 mujeres) de 121 países, compitiendo en 23 deportes y 195 especialidades.

Es imposible mencionar estos JJ. OO. sin hacer referencia al condenable atentado terrorista por parte de un grupo palestino llamado Septiembre Negro, que ocurrió en la Villa Olímpica el 5 de septiembre. Luego de asesinar a dos atletas israelíes, los ocho terroristas tomaron como rehenes a nueve atletas más. Tras un frustrado intento de rescate, se desató una masacre en la que acabaron muertos los nueve atletas, un oficial de la policía de Alemania Occidental y cinco de los ocho terroristas.

Luego de suspenderse por 24 horas, sorprendentemente, los Juegos siguieron con total normalidad.

La mascota

Por primera vez en unos JJ. OO. se instauró una mascota. En este caso se trató de Waldi, un perro salchicha, muy característico de la región de Baviera. El can se caracterizaba por ser colorido, dado que la cabeza y la cola eran de color azul claro y el cuerpo estaba formado por franjas amarillas y verdes. Estos colores representan tres de los cinco colores olímpicos. Waldi fue creado por el diseñador Otl Aicher.

La mascota tuvo una muy buena recepción en el público y se reprodujo en numerosos objetos. Esto dio lugar a que, desde entonces, cada olimpiada haya contado con su mascota.

Hitos destacados

Atletismo: El finlandés Lasse Virén fue una de las grandes estrellas de los Juegos, al lograr ganar tanto en 5.000 como en 10.000 metros. Además, en los 10.000 batió el récord mundial con un tiempo de 27:38,4 en una carrera formidable en la que sufrió un tropezón y se cayó cuando iba por la vuelta 12. Aun así, se levantó y consiguió la victoria y el récord. Fue el cuarto atleta de la historia en ganar ambas pruebas en los Juegos Olímpicos, tras Hannes Kolehmainen en 1912, Emil Zátopek en 1952 y Vladímir Kuts en 1956. ¡Mira el video de la épica carrera!

Natación: Si de hazañas hablamos, no es posible dejar de mencionar a Mark Spitz, el notable nadador estadounidense que consiguió siete medallas de oro en estos Juegos. Spitz no solo rompió una marca mundial en cada uno de sus triunfos, sino también se convirtió en el primer atleta en la historia de los Juegos Olímpicos en conseguir dicha cantidad de medallas en una sola edición. Para que la marca de Spitz sea superada, tuvimos que esperar hasta Pekín 2008. Allí, el nadador estadounidense Michael Phelps ganó ocho.

Baloncesto: En una polémica final, la entonces URSS venció a Estados Unidos por 51 a 50, con una canasta en el último segundo. En el marco de la vigente Guerra Fría, las dos potencias mundiales se disputaban el oro. El combinado de Estados Unidos llegó a la cita sin haber perdido jamás un partido en la historia de los Juegos Olímpicos. Pero, cuando solo restaban tres segundos para el final y con un 50 a 49 a favor del combinado estadounidense, la URSS sacó de fondo y al instante sonó el pitido que marcaba el final del encuentro. Esto fue un error de la mesa de cronometradores. Los soviéticos reclamaron, y los jueces determinaron que se tenían que repetir esos tres segundos.

Entonces, la URSS cambió de táctica: optó por un pase largo que llegó a manos de Alexander Belov, quien encestó de manera increíble, debajo del aro. Ver video a partir del minuto 10:45 hasta el final.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2020.