Cómo las películas y las series de televisión o Internet moldean y distorsionan los verdaderos conceptos y principios que deben tener las relaciones amorosas.
Quiero contarte tres historias. Son distintas, pero tienen un elemento en común.
Empezamos.
Temporada 1: Episodio 1
Él fue creciendo en un ambiente rodeado de lujos. Lo que quería, lo tenía. No le dejaban faltar nada. Pasaba las noches de fiesta en fiesta. Estaba comprometido; sin embargo, frecuentaba otras mujeres.
Ella provenía de una familia trabajadora y aprendió a valorar cada moneda que le llegaba. No tenía tiempo para salir, debía trabajar. Muchos la pretendían; sin embargo, ella esperaba a “su príncipe encantado”.
Se conocieron, comenzaron a salir, y –pese a las diferencias– en poco tiempo él “cambió”. Pero, pronto todo se volvió gris nuevamente: no congeniaban; muchos gritos, llantos, peleas… En medio de todo esto, una nueva vida estaba desarrollándose en el vientre de la joven. ¿Qué hacer? lo único que podían: estar juntos, porque el amor siempre triunfa, y en unos pocos meses llegaron a estar bien.
Temporada 1: Episodio 2
Se conocieron, y desde entonces no se separaron. Sentían que estaban destinados a estar juntos. Las citas eran de ensueño: disfrutaban, reían, charlaban… Al poco tiempo comenzaron las discusiones; no obstante, ellos sabían que estaban “destinados” a pasar el resto de su vida unidos. Las peleas eran frecuentes; los gritos ocupaban el lugar de las risas; las lágrimas, el de los momentos felices. Pero ellos permanecían juntos; tenían que estarlo, porque “se amaban”.
Sus familias no estaban de acuerdo con esta relación, sus amigos se encontraban preocupados. El tiempo pasó, y ella ya no estaba segura de permanecer con él. Así, le expresaba sus miedos y sus inseguridades. Cada tanto terminaba la relación y luego regresaba con él. Un día, finalmente, se separaron, y con el paso del tiempo ella formó una familia con otro hombre.
Pero, volvieron a cruzarse, y “el amor renació”. Nuevamente, estaban juntos. Ella había terminado su matrimonio para estar con él, aunque las peleas continuaran y los celos fueran diarios.
Temporada 1: Episodio 3
Ella estaba totalmente enamorada de él. Estaba allí para lo que él necesitara. Su vida giraba en torno a las necesidades de él. Casi no tenía tiempo para sí misma. Una palabra de sus labios le alegraba el día. A veces, lloraba en silencio porque lo veía salir con otras mujeres. No entendía por qué no se fijaba en ella.
Hasta que un día, él la miró. Comenzó a cortejarla y a invitarla a salir. Las citas se hicieron más frecuentes y, finalmente, llegó el beso tan anhelado. Lo que ella no sabía era el porqué de esas atenciones. Él tenía una estrategia. Necesitaba que ella confiara en él porque su empresa corría peligro. Él no la amaba, pero ella no lo sabía. Un día, todo se descubrió. Ella se alejó de él. Y conoció a otro hombre; alguien que era un caballero, que se fijaba en ella por lo que era. Pero, no tenía lugar en su corazón; no, ella quería al primero. Aún seguía pensando en él. Así, pasó el tiempo, y ella decidió quedarse con el primer hombre, ya que él decía que había cambiado y que estaba enamorado de ella. Le creyó. Él decía amarla, y por eso sus celos eran incontrolables. Pero, allí estaban frente al altar, como prueba de su amor.
“Muchas películas, series y novelas reflejan algo que llaman ‘amor’ y que, no obstante, tiene características muy distintas del verdadero amor”.
Cuando las películas distorsionan el concepto de amor
A muchos de nosotros nos gustan los finales felices; esos que nos emocionan, incluso a veces hasta las lágrimas. Finales en los que en cuestión de minutos “todo” se arregla. En los cuales la cantidad de horas de tristezas, melancolía, peleas, malentendidos, indiferencia, orgullo, prejuicio, egoísmo y demás queda en el pasado, y solo reina la felicidad. ¡Qué lindo! Pero, cuánto daño nos han hecho esas historias con esos finales felices, pero rápidos.
¿Por qué “daño”? Porque esas películas, series y novelas reflejan algo que llaman “amor” y que, no obstante, tiene características muy distintas del amor verdadero. A continuación, enumero algunas de ellas:
- Celos incontrolables que llevan a una de las partes a alejarse de todos.
- Peleas constantes, prejuicios y orgullo.
- Mentiras y más mentiras.
- Amigos y familiares observan que la relación no funciona, que algo está mal, pero los “enamorados” prefieren alejarse de ellos en lugar de escuchar sus consejos.
- Los sueños y las metas personales se dejan de lado, con el fin de “acomodarse” a la persona amada.
- Miedo constante a ser uno mismo.
- Miedo a perder al ser amado.
- Los sentimientos y las emociones dominan las decisiones.
- La razón se obnubila.
- Se exalta el egoísmo, la duda y la inseguridad como algo necesario en una relación.
- El cambio ocurre “de la noche a la mañana”. Los personajes que antes eran ambiciosos, egoístas o sin cariño cambian o parecen hacerlo para apresurar el “final feliz”.
- Los compromisos con otras personas pasan a segundo plano, no importa si estás casado o en una relación, frente al ser “que el destino tiene en el camino”.
- La persona amable, sincera, que se preocupa realmente, que busca alcanzar el cariño de manera decente, es menospreciada, no se la considera “codiciable”, no genera entusiasmo.
- Se valora la rudeza, la tosquedad, el maltrato, argumentando que eso es amor.
- La intimidad ocupa gran parte de la trama, no solamente entre los personajes principales sino de ellos con otras personas.
- Un hijo es la posible “solución” para la relación desastrosa.
- Se justifica la violencia en el contexto de lo pasional que es la relación.
- La manipulación de los sentimientos del otro se presenta como una artimaña válida.
- Lo único importante es que “se amen”; si son distintas o incompatibles sus personalidades, pasa a segundo plano.
- El final es una boda. No te muestran lo que sigue, solamente que allí todo el pasado quedó pisado; de ahora en adelante, todo “será color de rosa”.
- Cuando se menciona a Dios, se lo hace en el contexto de que bendiga esa relación pese a las diferencias o los desafíos.
- Se valora un recuerdo distante sin importar cuánto las personas podrían haber cambiado.
Y la lista podría continuar. Estos son algunos ejemplos; quizá tengas otros en mente. Personalmente, cuando los enumeraba y pedía ayuda a mi esposo, mencionábamos algunos títulos de novelas o películas en que observamos esos “detalles”.
Somos personas, no personajes
Si la trama quedara como ficción, no habría gran problema. Pero, querámoslo o no, aquello que miramos o leemos moldea nuestra mente, nuestros pensamientos, e incluso a veces lleva a buscar que la “historia de amor” se refleje en la vida real que tenemos. Allí comienza el problema: nuestra vida no es una película, ni una novela ni una serie… ni siquiera una canción romántica (que también suele reflejar conceptos errados con relación al amor). Vivimos, nos movemos y amamos. Somos personas, no personajes.
Esta situación no es nueva. Antes no existían las pantallas, pero las novelas podían escucharse por radio y, mucho antes, leer las páginas donde se las contaba. Hoy, tenemos muchos medios disponibles para dedicar nuestro tiempo a ellas. El peligro es el mismo. Elena de White escribió: “Tienes ideas incorrectas en cuanto a la sociabilidad entre las niñas y los jóvenes, y te resulta muy atrayente estar en compañía de los muchachos. Te hiciste daño leyendo novelas de amor y de romances, y tu mente quedó fascinada por pensamientos impuros. Tu imaginación se corrompió al punto de no tener poder para dominar tus pensamientos. Satanás te lleva cautiva a su voluntad” (Cartas para jóvenes enamorados, p. 57).
Y ¿qué decir de las películas cristianas románticas? Quizás estés pensando en unas que se han hecho famosas, pero hay varias con el mismo sentido: el amor entretejido con algo de Biblia. La misma autora dice lo siguiente al respecto: “Las historias de amor, las novelas frívolas y excitantes, y hasta esa clase de libros llamados novelas religiosas, libros en los cuales el autor añade una lección moral a la historia, son una maldición para los lectores. Los sentimientos religiosos pueden estar entretejidos a través de toda una novela, pero, en la mayoría de los casos, Satanás se halla vestido con ropas de ángel, para engañar y seducir con más éxito. Nadie está tan confirmado en los principios rectos y se halla tan seguro contra la tentación que pueda leer estas historias sin correr peligro” (Consejos para la iglesia, p. 300).
Ninguno está fuera de peligro, por más fuertes que nos creamos. La Biblia ya lo dice: “Así pues, el que cree estar firme, tenga cuidado de no caer” (1 Cor. 10:12, DHH). El enemigo busca nuestro mal siempre. Si puede hacernos sufrir, lo hará, y más si es en algo tan importante como el amor verdadero. La relación entre el hombre y la mujer fue creada por Dios. Él instituyó el matrimonio; la unidad en esa relación es muy diferente de otras. Él estableció el amor que ellos se brindarían. A Dios le importa que nos amemos, pero que nos amemos bien.
Proverbios 5:18 (NVI) manifiesta: “¡Goza con la esposa de tu juventud!”; es decir, la relación entre dos personas que se aman no se termina con el paso del tiempo, por las circunstancias que las rodean o por “el nuevo amor” que aparezca en la vida de uno de ellos. No, la relación continúa, es una unión que Dios ha bendecido.
Las novelas, las series y las películas románticas están hechas con el fin de que nuestras emociones afloren, para que los sentimientos dominen durante las horas que dedicamos a verlas o leerlas. Así, la razón se nubla y la trama nos atrapa tanto que muchas veces no visualizamos el peligro que está detrás. Muchas personas se identifican con los personajes, llegan a pensar que es su propia vida la que se está mostrando y pierden de vista su realidad. La ficción llega a ser el pan diario.
“No te guíes por historias románticas que ves, lees o escuchas. ¡Todo eso es ficción! Te irá mejor y serás más feliz si te basas en los principios de la Palabra de Dios para elegir bien”.
El amor verdadero
Un detalle no menos importante es aclarar que no estamos hablando sobre si mirar o no novelas; no estoy juzgando a quienes lo hacen. Solamente quiero que pienses en aquello que estas producen en tu mente. Dios nos hizo seres holísticos; es decir, integrales y completos. Nos hizo no solamente con la capacidad de sentir sino además de pensar y razonar. Los sentimientos y las emociones no son malos en sí mismos, pero debemos buscar que la razón sea el motor principal de nuestras decisiones. Si aquello que miramos, leemos o escuchamos nos aleja de esa meta, entonces es una alerta a la cual tendríamos que prestar atención.
Las siguientes citas del libro Mensajes para los jóvenes (páginas 29 y 30), de Elena de White, ayudan a enfocarnos en esto que venimos hablando:
“El amor verdadero es un principio santo y elevado, por completo diferente en su carácter del amor despertado por el impulso, que muere de repente cuando es severamente probado”.
“El amor verdadero no es una pasión impetuosa, arrolladora y ardiente. Por el contrario, es sereno y profundo. Mira más allá de lo externo, y es atraído solamente por las cualidades. Es prudente y capaz de discernir claramente, y su devoción es real y permanente”.
“El amor es un precioso don que recibimos de Jesús. El afecto puro y santo no es un sentimiento, sino un principio. Los que son movidos por el amor verdadero no carecen de juicio ni son ciegos”.
“ ‘El amor verdadero no es una pasión impetuosa, arrolladora y ardiente. Por el contrario, es sereno y profundo’ ”.
Enfrentar la realidad
La vida real no es una novela. No es un capítulo (o una temporada) de una serie. ¡Ni siquiera una película! La vida tiene sus altos y bajos, tiene sus momentos de alegrías y sus momentos de tristezas; pero es real (no una ficción) y cada acontecimiento de ella deberíamos vivirlo, no escaparnos hacia algo que no existe.
Y ¿en lo relativo al amor y a la pareja? Elegir a nuestro compañero es una de las decisiones más importantes que alguna vez vayamos a tomar. Frente a esto, no te guíes por historias románticas que ves, lees o escuchas. ¡Todo eso es ficción! Te irá mejor y serás más feliz si te basas en los principios de la Palabra de Dios para elegir bien. Sé cauteloso, para que las emociones no te gobiernen ni ocupen el lugar que no les corresponde. No te sientas mal si tu relación no es una montaña rusa de adrenalina. La vida real tiene muchos más componentes que solamente ese.
Recuerda que la vida amorosa de una pareja está conformada de muchos momentos. No es un cuento, no es una historia de dos horas, y ni siquiera una temporada completa. Es mucho más. Ten en cuenta y reflexiona sobre los siguientes puntos:
- Que una relación no tenga la adrenalina que se muestra en la pantalla no significa que no sea real.
- Que los celos no dominen la relación es síntoma de que la relación es saludable, no de falta de amor.
- Que la intimidad física no sea el “condimento” principal de la relación. Existen otros elementos que crean un ambiente sano: el diálogo, las metas, los sueños, la confianza y la estima.
- Que la persona que tienes a tu lado te trate con respeto, con cariño y que se preocupe por ti es una señal de que estás en el lugar correcto.
- Que la violencia no sea parte de tu relación es deseable y necesario.
- Que el amor se refleje en las acciones es lo ideal.
- Que Dios forme parte de tu relación, que no solamente sea alguien a quien acudir cuando hay problemas, es muestra de que están bien asentados.
Te invito a que ante la siguiente serie, película o novela que mires, leas o escuches lo hagas recordando que es una ficción, que ese amor no es real; que lo que allí se muestra tiene un fin: vender, captar tu atención, llevarte con la imaginación a otro espacio y otro tiempo.
Y, por último, te invito a vivir tu vida amorosa no dramáticamente, sino de manera única, real y en la compañía de Dios.