El cristiano y la comunidad LGTBQ+

El cristiano y la comunidad LGTBQ+

El cristiano y la comunidad LGTBQ+

Las personas lesbianas, gays y bisexuales forman hoy parte de nuestra sociedad. ¿Qué actitud debemos tomar como creyentes en la Biblia al respecto?

“¡Te vamos a matar por homosexual!” Sin dar más explicaciones que esa, una patota de ocho jóvenes atacó violentamente a golpes a Jonathan Castellari, de 25 años, que estaba con un amigo desayunando en un local de comidas rápidas. Sin piedad, lo dejaron inconsciente. Este hecho ocurrió en Buenos Aires, en diciembre de 2017 y se suma a otros en donde personas que han hecho pública su preferencia sexual no solo son discriminadas verbalmente, sino que sufren lesiones físicas.

El testimonio de Jonathan se suma a la triste experiencia vivida por muchos otros que, como él, sufren o han sufrido la burla, la discriminación y el prejuicio.

Por eso, antes de empezar a hablar de la comunidad LGTBQ+ quiero explicarte qué es y quiero dejar en claro que como cristianos nunca podemos apoyar la violencia, en cualquiera de sus formas. La elección sexual de una persona nunca debe conducirla a experimentar el desprecio o la discriminación de parte de aquellos que no acordamos con sus elecciones.

El término LGTBQ+ está formado por las siglas de las palabras Lesbiana, Gay, Transgénero, Transexual, Travesti, Bisexual y Queer (significa “extraño” o “poco usual”). Al final se suele añadir el símbolo + para incluir otras elecciones tal vez minoritarias que no están representados en las siglas anteriores.

Hay algo que sucede y debemos tener en cuenta: tristemente muchas personas están sufriendo persecución, discriminación y abuso por el hecho de identificarse con la comunidad LGTBQ+. Y aunque difiero totalmente de su estilo de vida, no estoy de acuerdo con que sean víctimas de la intolerancia y de la violencia. Creo que quienes pensamos diferente podemos tener alguna propuesta que va más allá para demostrar que las personas nos importan y que el evangelio que profesamos es real y práctico. Creo que el amor al prójimo se debe demostrar a través de un trato amable, bondadoso y firme respecto a nuestras convicciones, pero sin tener que aislar ni discriminar a nadie y mucho menos usar la violencia para mostrar nuestros puntos de vista.

Desde una perspectiva cristiana la violencia y la discriminación están fuera del discurso del evangelio de amor que presenta la Sagrada Escritura. El apóstol Pablo enseñó: “No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Hasta donde dependa de ustedes, hagan cuanto puedan por vivir en paz con todos. Queridos hermanos, no tomen venganza ustedes mismos, sino dejen que Dios sea quien castigue; porque la Escritura dice: ‘A mí me corresponde hacer justicia; yo pagaré, dice el Señor’. Y también: ‘Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; así harás que le arda la cara de vergüenza’. No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el bien el mal” (Rom. 12:17-21, DHH).

Una sociedad desequilibrada

Ahora bien. No podemos dejar de considerar que, en las redes sociales, en los principales servicios de contenidos digitales, en medios de comunicación y en la sociedad en sí, se percibe un alto grado de sensibilidad al tocar estos temas desde una perspectiva diferente a la que la tendencia nos propone. Pareciera que tenemos que aceptar las ideas y las propuestas de la comunidad LGTBQ+, sin tener la posibilidad de sentarnos a conversar estos temas, y que, aunque no lleguemos a estar de acuerdo, tengamos la libertad de pensar diferente, sin ser tildados de retrógrados, anticuados, discriminadores o propulsores del llamado “discurso de odio”. Menos aún, que se nos identifique con aquellos que hacen uso de la violencia y la homofobia.
Todo individuo debiera ser respetado por sus ideas y elecciones de vida, sin ser considerado con prejuicio o desprecio por esa elección. La madurez y equilibrio nos indica que todos tienen que tener la libertad de expresarse y la posibilidad de manifestar sus formas de vida sin ser considerados un enemigo.

Pero estamos viviendo en una era en dónde el péndulo está en desequilibrio y hemos pasado de un extremo a otro, de la intolerancia a la defensa ciega y al rechazo a todo aquello que esté en desacuerdo con los parámetros populares.
Así como no avalamos la violencia en cualquiera de sus formas contra la comunidad LGTBQ+, hay algo que también debe decirse. Existe una hipersensibilidad acerca de la discriminación y la homofobia y, en este sentido, muchas veces se persigue a quien tiene una postura diferente. Da la sensación que el hecho de identificarme como heterosexual y no estar de acuerdo con las personas que se autoperciben diferente me convierte en un opositor, enemigo u homofóbico. Por eso, suele suceder que quienes son objeto de acusación, persecución y escrache somos aquellos que afirmamos una postura diferente.

Como promulgamos la libertad de expresión debería respetarse a aquellos que no adherimos a una forma diferente de vivir la sexualidad fuera de lo natural. Quisiera que quienes tenemos este tipo de valores también fuéramos respetados por nuestras elecciones, que los jóvenes que creen en la verdad de la Biblia se sientan libres de expresar sus principios sin ser objeto de rechazo, burla o discriminación.

Si bien cada persona tiene la libertad de elegir su preferencia sexual (más allá de que esté de acuerdo o no con la Biblia) yo no tengo la obligación de aceptar esa visión de la otra persona. No puedo estar obligado a ver a un hombre como mujer si no lo es (o viceversa) porque esto atentaría contra mi libertad de pensamiento y expresión. Pareciera que cuando una persona se autopercibe de modo diferente a como naturalmente nació, los demás estamos obligados a reconocer esa elección. Esto no debería ser así. Puedo aceptar que es una elección del otro, pero no estoy obligado a creer que esa es la verdad, puesto que yo también tengo mis principios y espero que los demás también los acepten.

Volviendo al paradigma original

Cómo teólogo y pastor de jóvenes no puedo dejar pasar la oportunidad de compartirte la posición bíblica sobre la comunidad LGTBQ+. Antes debo recordar que lo dicho anteriormente forma parte de la visión que encuentro en el Libro Sagrado, la Biblia, respecto a cómo debemos tratar a las personas, no importa su condición y elecciones de vida. Que una persona elija lo contrario a lo que encuentro en la Biblia no me autoriza ni habilita a discriminar o a maltratar a nadie.

Existe una gran diferencia entre “amar a las personas”, y “estar de acuerdo con sus formas de vida”. Dios ama al pecador, pero odia el pecado. Claramente, Dios señala lo que es indebido y lo que va contra la naturaleza que ha creado para nuestra felicidad.

Como iglesia, reconocemos “que cada ser humano es valioso a la vista de Dios, y por eso buscamos ministrar a todos los hombres y mujeres en el espíritu de Jesús. Creemos también que, por la gracia de Dios y con el ánimo de la comunidad de fe, una persona puede vivir en armonía con los principios de la Palabra de Dios” (Declaraciones, orientaciones y otros documentos, p. 72).

Como dice el Génesis, la intimidad sexual es apropiada únicamente dentro de la relación matrimonial de un hombre y una mujer. Ese fue el designio establecido por Dios en la Creación: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén. 2:24). Este patrón heterosexual es afirmado a través de todas las Escrituras. La Biblia nunca aprueba la actividad o la relación homosexual.

Por otro lado, los actos sexuales realizados fuera del círculo de un matrimonio heterosexual están prohibidos (Lev. 20:7-21; Rom. 1:24-27; 1 Cor. 6:9-11). Jesucristo reafirmó el propósito de la creación divina cuando dijo: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto, el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne” (Mat. 19:4-6).

Por estas razones los adventistas nos oponemos a las prácticas y relaciones homosexuales; y nos empeñamos en seguir la instrucción y el ejemplo de Jesús. Él afirmó la dignidad de todos los seres humanos y extendió la mano compasivamente a las personas y familias que sufrían las consecuencias del pecado. Él ofreció un ministerio solícito y palabras de consuelo a las personas que luchaban, aunque diferenciaba su amor por los pecadores de sus claras enseñanzas sobre las prácticas pecadoras.

Como vemos, nuestras creencias están basadas en un evangelio que fundó alguien que dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39).

Del clóset al sótano

¿Cuáles pueden ser las razones por las que un adolescente, joven o cualquier persona decida incursionar en el mundo LGTBQ+? Las respuestas pueden ser variadas dependiendo del enfoque con el que se quiera abordar el tema. Sin embargo, desde distintas áreas se pueden tener algunos puntos en común. Tal como lo indica Richard Cohen en su libro Comprender y sanar la homosexualidad.

En una entrevista brindada al diario El País, de Montevideo, declaró: “En 2008, la Asociación Norteamericana de Psicología dijo que, aunque existen muchas investigaciones sobre las posibles causas genéticas, biológicas u hormonales de la orientación sexual, no ha habido descubrimientos que les permitan a los científicos llegar a la conclusión de que la orientación sexual esté determinada por uno o varios factores particulares. La ciencia dice que la gente no nace gay”.

Definitivamente algo tan importante como es la identidad de una persona no es algo que debiéramos dejar al azar. La adquisición de ideas, filosofías de vida, costumbres y hábitos es fuertemente influenciada por el ambiente donde nos movemos. Pero de algo estamos convencidos: venimos a este mundo con un diseño, con un plan.

Desde esta perspectiva, vivir de una manera diferente a la natural es algo contrario al plan original de Dios. Definitivamente es pecado practicar la sexualidad fuera del plan original y la iglesia y Dios no me condenan, a menos que decida y elija vivir de ese modo, haciendo caso omiso a la orientación y ayuda que se me ofrece.

¿Es un pecado tener una tendencia homosexual? No. Así como no es pecado tener tendencia a otro tipo de actividades que la Biblia prohíbe. Lo pecaminoso es vivir practicando la sexualidad de un modo diferente al que Dios diseñó. ¿Por ello soy condenado y rechazado por Dios y la iglesia? ¡De ninguna manera! Todos tenemos algún defecto, tentación o lucha y si elegimos buscar la ayuda divina la encontraremos. El asunto es no darse por vencido y entender que no será fácil intentar vivir de modo obediente a los planes divinos. Alguien que esté con esta lucha debe encontrar ayuda en los ámbitos religiosos y no intolerancia, rechazo y discriminación.

“¿Es un pecado tener una tendencia homosexual?
No. Lo pecaminoso es vivir practicando la sexualidad de un modo diferente al que Dios diseñó”.

Prejuicio y machismo: actitudes que destruyen y alejan

Me enseñaron a pensar y ver la vida como “el macho alfa”, a que los niños no lloran, que se es hombre por el simple hecho de llevar los pantalones y que en casa las mujeres están siempre en la cocina. Ser débil era sinónimo de no ser hombre y mostrar las emociones no era algo bien visto.

Estaba en Panamá vendiendo libros para poder pagar la universidad. Iba de casa en casa. Y de pronto, ¡ocurrió! Nunca imaginé que me tocaría enfrentarme a una situación tan desagradable para mí en ese momento. Toqué el timbre en el salón de belleza y salió un muchacho alto, de tez negra. Estaba vestido con una minifalda y maquillado hasta más no poder. Mi primera impresión fue salir corriendo, pero la situación no me lo permitió y tuve que abordar a la persona con mi speech para vender mis libros. Mi presentación fue mala, muy mala… intencionalmente. En mi mente solo había una idea: irme y que no me comprara nada. Para mi sorpresa, ese muchacho me hizo un pedido.

Me fui mal, con la idea de haber traicionado mi formación. Pero no sabía que estaba por aprender una de las lecciones más importantes sobre tolerancia y aceptación de los demás. Tuve que llevar los libros e ir a cobrarlos, habré ido unas ocho veces y, en ese proceso parecía que me ocurría algo: estaba desensibilizando mi mente de los prejuicios y el rechazo.

Mi actitud homofóbica no me permitía entender que delante de mí había una gran posibilidad de ser testimonio de Dios y compartir con aquel joven la verdad que me hace feliz. Mi forma de ver las cosas me impedía mirar a las personas con una preferencia sexual diferente de una manera cristiana. ¿Y cuál es esa manera? Con amor y con un espíritu de ayuda para que puedan salir de esa situación.

Mi historia me había generado un gran prejuicio e, inclusive, a construir una actitud casi homofóbica. Pero el evangelio me devolvió la visión correcta. La Biblia me enseñó que, si bien no puedo aceptar ni justificar un estilo de vida alejado del plan divino, debo amar y ayudar a las personas que están en un camino errado. Debo tratar de llevarles a las personas un mensaje liberador, un mensaje de paz y de obediencia al plan original de pureza en la sexualidad que Dios diseñó para que seamos plenos y felices.

“La ciencia dice que la gente no nace gay”.

Y entonces ¿qué hago?

  1. Dios desea que trate a las personas LGTBQ+ con amor, sin prejuicios, que los acepte tal cual son pero que les ayude a darse cuenta de lo que está mal a fin de que puedan cambiar. No me es permitido el uso de la violencia en ninguna de sus formas para expresar mi desacuerdo con las elecciones de los demás.
  2. Dios ha diseñado un plan maravilloso para disfrutar nuestras vidas en todo aspecto y darnos felicidad, y eso incluye la sexualidad. Alterarlo implica perder nuestra posibilidad ser plenamente felices.
  3. El hecho de que acepte a las personas tal cual son no significa que estoy impedido de señalarles el camino y la verdad. Es mi deber como cristiano llevarlos a Cristo, quien los recibirá con amor y hará una obra de transformación en sus vidas.

De aquella experiencia en Panamá pude aprender que Dios nos colocará en circunstancias que nos permitan abrir nuestra mente y corazón a la realidad de quienes necesiten escuchar su voz. Terminé aquellas visitas y dejé algunos libros que hablaban del amor de Dios. Espero que esa semilla, en algún momento, dé sus frutos.

 Este artículo ha sido publicada en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2021.

Escrito por Clayton Hernández, capellán en el Instituto Superior Adventista de Misiones (ISAM). Nació en Guatemala, pero trabaja en Argentina como pastor desde hace varios años. Es fan del Club de Conquistadores y le encanta coleccionar objetos relacionados al Club.

¡Vive tu Biblia!

¡Vive tu Biblia!

¡Vive tu Biblia!

Cómo un libro tan antiguo puede ser relevante para tu vida y ayudarte a solucionar tus problemas actuales.

“El lunes comienzo” es una frase repetida por muchos y en diferentes momentos; especialmente para empezar con hábitos beneficiosos tales como hacer ejercicio, dormir más temprano, hacer dieta… Desde niño la he usado muchas veces; incluso la usamos con mi hermano mellizo para empezar a leer la Biblia. Recuerdo que teníamos ocho años aproximadamente. Desde entonces, teníamos el deseo de ser pastores y sabíamos que era necesario empezar a disfrutar de la lectura de la Biblia.

Ese lunes de comienzo llegó, y empezamos a leer con mucho entusiasmo Génesis 1, luego Génesis 2, y a las tres semanas ya estábamos terminando el primer libro de la Biblia. Pero, como te pudo haber pasado a ti también, siempre nos quedábamos en Éxodo cerca del capítulo 23. Todavía me pregunto si era porque empezaban las distracciones de la infanto-adolescencia o porque realmente no teníamos la motivación correcta. Lo más probable era que no entendiéramos que la Biblia no es un libro más de lectura como una historia o una novela, sino que era necesario dedicar tiempo a entenderla, meditarla y aplicar sus enseñanzas.

Cuando leemos la Biblia por mero formalismo o como un requisito, es muy probable que no produzca en nosotros los conocidos cambios que su lectura, hecha con oración y meditación, han producido en la historia, y es entonces cuando el “furor del comienzo” se va.

Hoy quiero invitarte a comenzar con una “lectura para siempre” de la Biblia, y desafiarte a que su estudio no sea un “requisito” sino una necesidad real de conocer a un Dios que está interesado en tu pasado, tu presente y tu futuro. Y que ha dejado en su Palabra todo lo que necesitamos para vivir de este lado de la Eternidad de la mejor manera.

Razones para empezar

Aunque ya lo sepas (y quizás hace mucho tiempo), hay muy buenas razones para estudiar la Biblia. Es necesario que recordemos algunas de las más importantes antes de iniciar nuestro plan.

1-La Palabra de Dios da dirección a nuestra vida

Todos tenemos algo por seguro: que no tenemos seguridad sobre qué será de nuestro futuro. Generalmente, el futuro es un tema que nos preocupa a todos y nos hace dudar. El miedo también es algo natural en la vida. En la película llamada After Earth, protagonizada por Will Smith y su hijo, hay una frase acerca del miedo que me gusta mucho y dice lo siguiente: “El miedo no es real. El único lugar donde el miedo existe es en nuestras ideas sobre el futuro. Es un producto de nuestra imaginación que nos hace temer a cosas que no hay en el presente, y que tal vez jamás existan”.

2-La Biblia nos ayuda a tener control en medio del descontrol

La lectura de la Biblia contribuye a arreglar las cosas de nuestra vida cuando sentimos que todo está fuera de control. Como dice Salmo 19:8: “Los mandatos del Señor son claros; dan buena percepción para vivir”. En lo personal, he encontrado ayuda y solución a mis problemas en la Biblia. Sinceramente creo que la Biblia es el manual de vida para el ser humano, y es a través de ella como Dios quiere encontrarse con nosotros cada día con el propósito de darnos libertad y sanidad.

3-La Biblia nos ayuda a saber lo que en realidad hay en nuestro corazón

La Palabra de Dios deja al descubierto nuestros pensamientos y deseos más íntimos; no hay nada que podamos ocultar a la luz de la Palabra de Dios (Heb. 4:12). Según la Biblia, no hay nada más engañoso que el corazón (Jer. 17:9); pero afortunadamente, al estudiarla, podremos conocer qué hay realmente dentro de nosotros. Hay un espacio en nuestros corazones que solamente Dios puede llenar. Y, mientras no lo llenemos con él, pasaremos buscando cómo completarlo con cualquier otra cosa o persona. Sin embargo, Dios mismo es el único que nos podrá satisfacer esa necesidad.

4-La Biblia nos ayuda a encontrar esperanza

Vivimos en un mundo conectado. La gran mayoría de nosotros tiene fácil y rápido acceso a cualquier tipo de información. Lamentablemente, no toda esa información es esperanzadora; de hecho, hoy más que nunca se observan trastornos de ansiedad y depresión en personas cada vez más jóvenes. Las promesas que Dios hace a nuestra vida a través de su Palabra son muchísimas. Al aferrarnos de esas promesas en un mundo caótico y aparentemente sin esperanza, podremos vivir esta vida con sentido, e incluso con entusiasmo. La mayor esperanza de todo creyente en Jesucristo es creer que Jesús murió por nosotros; que gracias a él encontramos perdón, y gracias a ese perdón tenemos entrada al cielo, incluso después de la muerte.
Podríamos mencionar muchos beneficios más; pero en medio de un mundo sin dirección, que nos lleva a perder el control, que nos invita a buscar en nosotros el poder y nos motiva a vivir el aquí y el ahora porque aparentemente no hay un futuro esperanzador, estas razones nos deberían llevar a decidirnos por un plan de lectura y estudio de la Biblia.

Elige una nueva experiencia con la Biblia

Una de las causas por las cuales fallamos al leer nuestras Biblias es que no sabemos por dónde empezar. ¿Comienzo por el principio? ¿Qué pasará cuando llegue a Levítico? ¿Tendré que empezar desde Génesis y seguir el orden hasta Apocalipsis?
Seguir un plan de lectura nos mantiene encauzados y leyendo con un propósito. Pero, como cualquier otro hábito, estudiar la Biblia puede volverse rutinario al punto de que nuestra lectura no se vuelva provechosa. Por eso, es bueno ir alternando los planes de lectura.

Por supuesto, para cada plan necesitamos disciplina. Esta es parte esencial de nuestra vida cristiana, pero debemos recordar que siempre debe ser motivada por nuestro amor a Dios, y no por obligación o sentimientos como la culpa y la vergüenza.

Por eso, hoy es el momento de entender que necesitamos empezar cada día de nuestra vida con un contacto real con la Palabra de Dios, y que para esto necesitamos un plan que se ajuste a nuestra necesidad y realidad actuales.

¿Ya tienes un plan de lectura de la Biblia? Me gustaría presentarte algunos, pero antes debes tener en cuenta los siguientes consejos:

1-Debes apartar un tiempo específico, idealmente iniciando el día. Considera ese momento como una cita con Dios y sé fiel a esa cita (¡Él siempre estará allí!) No importa cómo te sientas, lee la Biblia todos los días. Esta siempre tiene un mensaje para toda situación.

2-Estudia poniendo toda tu atención, sin dejarte apresurar por las limitaciones del tiempo que hayas escogido. Sumérgete profundamente en el texto y permite que las personas, los acontecimientos y las enseñanzas se conviertan en algo vivo.

3-Utiliza herramientas de ayuda como, por ejemplo, comentarios, concordancias, diccionarios bíblicos y mapas (hay muy buenos en papel y también on line). Estos materiales enriquecerán el estudio, pero no permitas que ocupen el lugar que le corresponde a la Biblia.

4-No te preocupes si no entiendes algunos pasajes. Generalmente, al continuar leyendo o consultando materiales de ayuda, el panorama se aclara. Incluso los teólogos siguen debatiendo el significado de ciertas declaraciones y eventos de la Biblia. Deja que el Espíritu Santo te guíe a un mejor y más profundo entendimiento de Dios y de su Palabra.

5-Léela con oración. Recuerda que la Biblia es el único libro que siempre que lo leemos lo hacemos en presencia del Autor.

Sin lugar a dudas, leer y estudiar la Biblia te desafiará al máximo y cambiará tu vida. Ahora basta con elegir un plan que se adapte a tus tiempos, gustos, conocimientos previos y preferencias.
Aquí te presento algunos de los planes que más me gustan:

 

“Dios, que está interesado en tu pasado, tu presente y tu futuro, ha dejado en su Palabra todo lo que necesitas para vivir mejor”.

Proyecto Reavivados por su Palabra

Desde el año 2012, en la Iglesia Adventista del Séptimo Día nació la iniciativa de ofrecer a las personas un plan de lectura bíblica que sea dinámico, comprometido y en equipo. Por esta razón, se planteó el proyecto Reavivados por su Palabra, que tiene como objetivo incentivar la lectura diaria de un capítulo de la Biblia comenzando en Génesis y terminando en Apocalipsis.

Lo importante de este plan no es la lectura mecánica “para cumplir”, sino que es aprovechar la brevedad del capítulo para reflexionar y anotar tus conclusiones diarias.

El proyecto motiva a todos los participantes en el mundo a compartir en sus redes sociales los versículos preferidos del día con una frase, imagen, video, etc., que resuma lo leído utilizando la etiqueta (hashtag) #rpsp.

Alterna libros del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento

A veces pensamos que el Antiguo Testamento (salvo Salmos, Proverbios y algunos libros históricos) no es tan interesante. No es así. Cada libro de la Biblia tiene una manera de presentarnos a Dios en la historia. Recuerdo que, en mis años de alumno de Teología, me interesé por la lectura y el estudio de los libros proféticos del Antiguo Testamento. Fue apasionante cuando empecé a entender lo relevantes que son para entender el contexto social, político y espiritual antes de la primera venida de Jesús. Alternar libros es una manera de asegurar que veamos el cuadro completo y de estudiar la Biblia en su totalidad. Por ejemplo, cuando estás leyendo sobre la vida de Jesús, puedes buscar las referencias mesiánicas que aparecen en el Antiguo Testamento.

Estudia un tema o un personaje específico de la Biblia

Si hay un tema o un personaje del cual quieres aprender más, puedes elaborar tu propio plan de estudio bíblico. Usa una concordancia bíblica y busca por tema o personaje, y mira en qué partes de la Biblia puedes aprender más sobre eso. Puedes elegir un color para marcar todas las referencias de los diferentes temas con un color especial. ¡Te sorprenderás de la unidad de pensamiento de la revelación que fue dada por aproximadamente mil seiscientos años!

 

“La lectura de la Biblia contribuye a solucionar las cosas de nuestra vida cuando sentimos que todo está fuera de control”.

Lee la Biblia cronológicamente

Usar este plan ayudará a refrescar tu perspectiva sobre los acontecimientos de la Biblia, pues está acomodada según sucedieron los eventos. Recuerda que no toda la Biblia está compilada en orden cronológico, ya que hay libros cuyos acontecimientos son simultáneos. Cada libro puede agregar algún elemento extra que otorgue un nuevo detalle que te haga comprender mejor la historia bíblica (Por ejemplo, 2 Rey. 18:13-19:37 con 2 Crón. 32:1-19). En algunas versiones, aparecen bajo el título o subtítulo del capítulo las referencias similares.

También hay algunas herramientas que pueden enriquecer tu plan:

Codifica tu lectura

Codificar es asignar un significado a un color de marcador, según lo que quieras resaltar en tu lectura. Algunas ideas son: el carácter de Dios (azul); sus promesas (verde); sus mandatos (amarillo); etc. Lo bueno de codificar es que ¡lo defines a tu gusto!, ayudándote a mantener tu ojo alerta a esas cosas que quieres remarcar, y así serán más fáciles de alcanzar de un solo vistazo.

Profundiza más

Analiza los versículos sobresalientes para ti. Cuando alguno te llama la atención, seguramente hay algo que Dios quiere mostrarte a través de él. ¡Descúbrelo! Indaga en el trasfondo histórico, estudia las referencias bíblicas, o lee diferentes versiones del mismo versículo.

Estudiar la Biblia es ir a un mundo desconocido, explorar una cultura extraña, descubrir misterios encubiertos y sacar a la luz un tesoro espiritual oculto en las profundidades del terreno cultural del mundo antiguo.
Puedes realizar muchas preguntas al autor sobre lo que está escribiendo: “¿A quién le escribió ese mensaje? ¿En qué contexto fue?” “¿Qué habrán pensado los receptores al recibir el mensaje?” “¿Dónde quedaban los lugares mencionados?”, etc. Para esto, los comentarios bíblicos son ideales.

Cuando te introduces en la vida del autor y de los receptores directos del mensaje, el texto toma un sentido extraordinario. Lo más interesante es que puedes encontrar similitudes con tu vida actual y aplicar el texto a tu vida cotidiana.

Hazte preguntas

Esta herramienta seguramente no es un invento exclusivamente mío; probablemente sean muchos los que la apliquen en el estudio de la Palabra. Es muy sencilla, y consiste en hacerse estas cinco (o si quieres más) preguntas sobre lo leído con cualquier plan de lectura que elijas seguir:

*¿Qué aprendo sobre Dios?

*¿Qué aprendo sobre el personaje?

*¿Cuál es el mensaje para mí?

*¿Qué debo hacer al respecto?

*¿Con quién voy a compartir lo aprendido?

Toma notas o cambia tu manera de hacerlo

Al crear contenido para sermones o redes sociales, es muy importante anotar las ideas que vienen a tu mente al leer el texto. De paso, nuestra forma de tomar notas puede variar con el tiempo. Te dejo algunas sugerencias:

*Toma nota de lo que te llamó la atención en la lectura.

*Usa encabezados para diferentes secciones (versículos relevantes, reflexión, oración, etc.)

*Usa colores para resaltar tus notas (sea bolígrafos, lápices o marcadores).

Incorpora el arte

Dibujar, pintar, colorear, pegar stickers, etc., son maneras creativas de estudiar la Biblia, siempre y cuando sea algo que disfrutes. A mí me encanta, pero no siempre lo hago elaboradamente. Uso diferentes colores, pues son una manera rápida de decorar versículos y resaltar secciones que me faciliten encontrar estas referencias en el futuro. El lettering bíblico es una práctica que se usa mucho en la actualidad. Puedes encontrar muchas ideas interesantes como estas en las redes sociales.

 

“El verdadero reavivamiento en la juventud no vendrá a través de música más moderna ni de programas más actualizados, sino a través del contacto diario con la Biblia”.

¡Basta de teoría!

Leer y estudiar la Biblia es una experiencia muy especial. Pasar tiempo a solas con el Creador, descubriendo su plan a lo largo de la historia, y en tu presente y en tu futuro, sin lugar a dudas es lo más gratificante para un ser humano.

El verdadero reavivamiento en la juventud no vendrá a través de música más moderna ni a través de programas más actualizados, sino por medio de la transformación de cada uno en su contacto diario con la Palabra de Dios.

Hoy quiero invitarte a elegir tu plan y seguirlo sin importar las pruebas o las dificultades que puedan venir. Oro para que la próxima vez que suene tu alarma de reloj a la mañana recuerdes que tienes una cita con el Dios del Universo, con ese Amigo incondicional que ha diseñado para ti un futuro maravilloso y que te hará vivir cada día con una sensación de bienestar inigualable.

Si algunos de estos planes han llamado tu atención o has elegido empezar alguno, déjamelo saber en mi cuenta de Instagram @PrDanielCayrus, para conocer tu experiencia y cómo has adaptado eso a tu vida, y así crecer juntos.
Recuerda que “como comienzas tu día es como vives tu día; y como vives tu día es como vives tu vida”.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2021.

Escrito por  Daniel Cayrus, pastor en Caleta Olivia (Santa Cruz, Argentina). Ha realizado un MBA de Liderazgo en Nuevas Generaciones y comparte a Jesús a través de sus redes sociales. Es conductor del programa de YouTube “Sábado Play”
@prdanielcayrus

Redes sociales: efectos, consumo y publicación

Redes sociales: efectos, consumo y publicación

Redes sociales: efectos, consumo y publicación

Existen, están entre nosotros e intentan absorbernos por completo. Claves para que la influencia de estas nuevas tecnologías no domine tu vida y la vuelva improductiva y vacía.

¿Te imaginas un mundo donde no existen los celulares? ¿Y un mundo donde no existen las redes sociales? No te desesperes, solo es una suposición. Pero piensa por un momento en el promedio de horas diarias que pasamos con el celular; sí, son entre 3 y 4 horas. ¿Qué haríamos con todo ese tiempo? ¿Qué haríamos cuando vamos al baño, cuando comemos, antes de dormir, apenas nos levantamos o vamos en el colectivo? ¿Qué sería de nuestra vida sin los memes? ¿Cómo stalkearíamos a la gente?
Si estás leyendo este artículo, seguramente te es muy difícil imaginar algo así, porque naciste en un mundo de pantallas y no conoces otra realidad.

¡Alerta! Antes que sigas leyendo puedes quedarte tranquilo, porque la idea de este texto no es decirte: “Las redes sociales son malas” (con tono amenazador). No, nada de eso.

Sin embargo, está claro que las redes sociales ya no son solo una herramienta, sino que son un entorno en el que nos movemos y vivimos. El problema es que muchas veces (al igual que cuando llegamos a un lugar que no conocemos), si no tenemos algún tipo de guía, nos terminamos perdiendo y llegando a lugares a los que no quisiéramos haber llegado.

Y ese era yo: me encontraba muy desorientado por esta nueva oportunidad que tenía en mis manos. Por eso hoy quiero compartirte tres palabras que me gustaría haber conocido antes de sumergirme en este mundo de las redes sociales; palabras que nadie me dijo, pero que me hubieran ahorrado un montón de dolores de cabeza si las hubiera conocido antes: efectos, consumo y publicación.

¿Por qué es importante tener el control sobre estas tres palabras? Porque tú y yo somos llamados a ser una luz (Mat. 5:16). Te soy sincero: esto a veces se hace difícil, porque vivimos en un mundo de oscuridad, y ser luz significa que en algunos aspectos seremos diferentes de la mayoría. Y yo no sé a ti, pero a la mayoría no le gusta ser diferente. Aun así, como sé que Dios es mi Padre y que me ama, decidí escuchar lo que me dice este versículo, y me propuse ser una luz en la vida de las personas que me rodeaban porque entendí que era lo mejor para mi vida y para la de ellos. Aunque en ese momento no lo pareciera, créeme que fue la mejor decisión que tomé.

Dos poderes versus un superpoder

La primera palabra que quiero que recuerdes es efectos, porque las redes sociales tienen dos poderes. El primer poder se llama influencia. El contenido que consumimos en las redes –lo quieras o no lo quieras, te guste o no te guste– tiene el poder de ir cambiándote lentamente para bien o para mal. Y el segundo poder se llama atención. En mi experiencia, hay momentos en que entro a buscar o ver “no sé qué cosa” en las redes y para cuando me doy cuenta ha pasado una hora porque me detuve con algún meme, chisme, historia o trending. ¿Te pasó? ¡Seguro! Esto sucede porque las redes sociales están diseñadas estratégicamente para captar tu atención la mayor cantidad de tiempo posible.

Puede que esto te suene paranoico, pero ya que no voy a profundizar mucho en este tema, te recomiendo ver el documental de Netflix llamado “El dilema de las redes sociales”. Yo sé que escuchas la palabra documental y te da “alergia”, pero dale una oportunidad. Aunque sea porque está en Netflix, te “volará” la cabeza (y desde ya te digo: “De nada”). Allí verás que las redes sociales no son simples herramientas, sino que son poderes que pueden dominar tu vida por completo.

Reconozco que controlaron mi vida por un tiempo, porque comencé a tener problemas para dormir bien y levantarme temprano para tener mi encuentro con Jesús, porque me acostaba tarde; y cuando lograba despertarme solo era para mirar el celular. Entonces empecé a dedicarle menos tiempo a mis amistades y familia porque el mundo virtual me resultaba más interesante. Además, comencé a notar que diversos posteos de amigos, influencers o famosos, generaban en mí la necesidad de compararme con ellos. Esto me desanimaba, ya que en todos los casos me encontraba en una situación desfavorable frente a la “vida perfecta” que se comparte a través de las redes. Esta situación hizo pedazos mi autoestima.

Este malestar duró hasta que entendí que, aunque las redes sociales tienen estos poderes, yo tenía un superpoder y no lo sabía: “Decisión”. Sí, porque la influencia y la atención solo podrán impactar tu vida hasta donde se los permitas (haz una nota mental de eso). Cuando descubrí esto, decidí tomar acción enseguida, porque no sería esclavo de la influencia y la atención de las redes. Yo tendría el control. Quería ser obediente y ser luz; y no me importaba si tenía que ser diferente para lograrlo.

Así que primero necesitaba ver cuánto daño me habían hecho esos poderes. Fui a mi Instagram, abrí YouTube, mis chats de WhatsApp, las transmisiones de twitch y el “infinito” feed de TikTok; y descubrí la influencia que cada día recibía, junto con la atención que le dedicaba a las redes sociales durante varias horas. Esta realidad me estaba dañando; no porque las redes sociales fueran malas, sino porque las estaba usando mal. Si soy llamado a ser diferente, mi uso de las redes sociales debería ser diferente.

Por lo tanto, decidí comenzar un desafío –que al principio fue difícil, extraño o incluso un poco alocado– que, al practicarlo, cambió mi vida. Quiero compartirte las consignas básicas. ¿Estás listo?
“Pasa en las redes sociales el mismo tiempo que pasas con Dios”. No te asustes y déjame explicarte cómo hice esto. Al comienzo puede resultar imposible; no obstante, al comprender la segunda palabra, consumo, se torna más sencillo.

Las tres reglas que cambiaron todo

A todos nos enseñaron a caminar, a comer, a leer y a escribir; pero ¿cuándo nos enseñaron a usar bien las redes sociales? Tranquilo, no eres el único que no recibió esa clase.

Para poder aprovechar el contenido de las redes sociales y así sacarle el máximo provecho a mi tiempo, consideré tres reglas:

REGLA #1: Yo tengo el control sobre el celular y no el celular sobre mí.
Quizás consideras que estar “conectado” o “en línea” gran parte de tu tiempo es una necesidad básica, pero no lo es. Por lo tanto, lo primero que hice fue desactivar todas las notificaciones del teléfono. Elegí horarios específicos del día para poder usarlo, en lugar de tenerlo conmigo todo el tiempo. Separé 20 minutos por la mañana, 20 minutos al mediodía y 20 minutos por la noche.

Es interesante ver cómo al principio estás revisando el celular todo el tiempo, esperando que te llegue algo, pero créeme que lo superarás. Nadie se verá afectado si no contestas enseguida un mensaje; incluso si algo es urgente, te van a llamar (¡nadie avisa que se está muriendo por un mensaje de Whatsapp lleno de emojis!).

Además, dejé de llevar el celular a actividades específicas con la finalidad de desconectarme un poco; por ejemplo, no llevo mi celular a la habitación y no uso el celular durante las primeras dos a tres horas del día, cuando me levanto. Te lo recomiendo, ya que de esa manera tendrás tiempo para ti y para Dios sin meterte en la locura del mundo. Tampoco uso el celular una hora antes de acostarme, porque observé que mi mente queda acelerada y afecta la calidad del sueño.

REGLA #2: Unfollow
¿Sabes qué hice? Me tomé dos horas y dejé de seguir a tanta gente con la cual había perdido el diálogo y de la que solo me enteraba por medio de fotos. Decidí que si realmente me interesaba la vida de alguien, le enviaría un mensaje, lo llamaría o lo visitaría. Así, se redujo la cantidad de personas que seguía y también la cantidad de tiempo frente a la pantalla, ya que no hay tanto para ver.

Además, puedo construir relaciones, en lugar de estar pensando en la vida de los demás.
Si prefieres no dejar de seguir a algún amigo –para evitar problemas– puedes silenciar sus historias o publicaciones y no se enterará. Si llego a querer ver algo de ellas en particular, las visitaré cuando sea necesario.

Sumado a esto, dejé de seguir cuentas que bloquean mi luz o bajan su brillo, porque van en contra de mis principios y valores. Entonces, dejé de seguir todas esas cuentas de creativos, memes, equipos o famosos; no porque fueran malas en sí, sino que si por algún motivo quiero ver algo específico de estos temas, entro a ver el contenido de esas cuentas y listo.

Por último, instalé una aplicación que me permitió limitar el tiempo que pasaba en cada aplicación y de esa manera logré controlarlo mejor. Empecé a acostumbrarme (algunas aplicaciones ya lo tienen incluido, o sino, en las últimas versiones de iPhone y Android, esta función viene con el celular).

REGLA #3: Enfócate en ti mismo
Si cumples las dos reglas anteriores, te darás cuenta de que empieza a sobrarte mucho tiempo. Así que necesitarás buscar actividades productivas que reemplacen esas horas que perdías en tu celular.

Por mi parte, intenté obligarme a que “me guste” leer. Así que elegí un libro y cultivé el hábito –que tengo hasta hoy– de leer entre 15 a 30 minutos por día. Sumado a esto, me hice una rutina de ejercicios. También te recomiendo que separes un tiempo y le des lugar a la creatividad, para que puedas aprender a cocinar, pintar, escribir, editar videos, sacar fotos, tocar un instrumento y hacer las especialidades del Club de Conquistadores, entre otros. Incluso, no necesariamente tienes que elegir actividades que estén enfocadas en uno mismo. Estas tres reglas fueron un antes y un después en mi vida.

La última palabra

Comparto la última palabra –no menos importante– que hubiera querido que me enseñaran, pero que tuve que aprender a los golpes: publicación.

Siempre pensé que solo se trataba de cuidarme de los efectos que las redes podían tener en mí; sin embargo, comprendí que lo que publico en las redes también es importante a la hora de ser una luz y responder al llamado de Dios a ser diferentes. Así que, con el tiempo aprendí que antes de publicar algún contenido, es necesario tomarnos unos minutos para pensar y hacernos cinco preguntas que solo nosotros podemos contestar:

1-¿Jesús publicaría esto en mi lugar? Piensa por un momento que eres Jesús en ese chat de Instagram o en ese grupo de WhatsApp. ¿Publicarías ese mensaje o esa foto? ¿Responderías de esa manera? ¿Usarías ese sticker? ¿Te reirías de esa broma? ¿Verías ese video? Si no sabes la respuesta, es un buen momento para comenzar a estudiar sobre la vida de Jesús. Te recomiendo leer los Evangelios junto con el libro El libertador, de Elena de White. Te encantarán.

2-¿Cómo me siento? No publiques cuando estés bajo emociones intensas, porque después te arrepentirás de haberlo hecho. Si estás triste por algo que sucedió o estás molesto; si sientes culpa, enojo, ilusión, arrepentimiento o felicidad, revisa dos veces antes de publicar, en vez de responder a tu primer impulso y hacer públicas cosas que quizás no sea necesario compartir (esto también es válido a la hora de comentar).

3-¿Cuál es el objetivo de lo que voy a publicar? Cuando te hagas esta pregunta, te darás cuenta de que muchas veces estás publicando por motivos equivocados: buscas la aprobación de los demás, buscas mostrarte, eres adicto a la gratificación de los “me gusta” y publicas fotos que sabes que tendrán buen recibimiento o lindos comentarios. Entonces envías fotos que alimentan tu necesidad de pertenecer a un grupo con el fin de recibir su aprobación y poseer las mismas conductas.

4-¿Estoy pensando en los demás? Muchas veces la foto no tiene nada negativo en sí, pero no debes preocuparte solo por lo que posteas, sino que también debes pensar en cómo lo verá otro. Hay veces que uno se expone esperando una respuesta del otro lado y termina siendo piedra de tropiezo, así que piensa en qué reacciones causará tu posteo en las otras personas y, si son negativas, piensa dos veces antes de enviar o publicar algo. Evita controversias. Siempre habrá alguien que piensa diferente, así que no importa si es en política, fútbol o religión, mide tus palabras y considera a dónde entrarás, ya que después te costará salir o dejarás un mal testimonio.

5-¿Le diría eso a una persona si la viera cara a cara? Detrás de una pantalla tenemos un coraje que no tendríamos frente a frente. Y así, tenemos conductas que se caracterizan por hacer daño a otros. Entonces, somos groseros, sarcásticos o nos sumamos al bullying en los comentarios o en la charla de grupo. Le hablamos mal a una persona porque nosotros nos sentimos así. Eso nos convierte en haters, y en lugar de ser una luz en la vida de los demás, estamos alejándolos de Jesús.

Tendría más para contarte, pero creo que para este artículo fue más que suficiente. Recuerda las tres palabras claves: efectos, consumo y publicación, y comienza por enfocarte en la que más crees que necesita un cambio.

Te invito a ser parte de ese desafío que cambió mi vida y que puede cambiar la tuya.

El gran desafío

¿Te animas a no pasar en las redes sociales más tiempo que el que pasas con Dios? Hoy estoy agradecido por haber tomado esa decisión, porque aunque en el momento parecía pequeña, déjame contarte que me ayudó a elegir mi carrera universitaria; a volver a tener una relación con Jesús como nunca la había tenido; a aprender un idioma; a aprender a editar; a aprender a escribir artículos como el que estás leyendo; a grabar podcasts; y a aprender a filmar.

Hoy comparto de Jesús en mis redes sociales a más de 30.000 personas cada día. ¿Qué estás esperando? Estás a una sola decisión de cambiar tu vida en este mundo y en la eternidad.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2021.

Escrito por Por Brian Chalá. Reconocido influencer en redes sociales y estudiante de Teología en la Universidad Adventista del Plata.

Juego de espejos

Juego de espejos

Juego de espejos

La formación de tu autoestima es un laberinto. Descubre cómo encontrar la salida.

Cómo y cuánto te aprecias a ti mismo es la forma más sencilla y rápida de definir si tienes o no una buena autoestima. Sin embargo, claro está que el concepto de autoestima puede ampliarse para incluir la evaluación personal de la satisfacción con la propia forma de pensar y afrontar situaciones cotidianas. Más allá de esto, la autoestima será siempre un fenómeno afectivo que interferirá directamente en tu salud, tu bienestar y tu calidad de vida.

Las personas con una autoestima saludable son más seguras y eficientes porque creen y sienten que tienen un gran valor personal. Seguro que conoces a gente así. Pero, si te detienes a pensar un poco, también recordarás quienes entre tus amigos son todo lo contrario: se trata de personas que piensan que no valen nada y que nada les funciona; se sienten disminuidas y poco interesantes. Es muy triste vivir percibiéndote así.

Ahora, piensa un poco en ti mismo. Quizás estés enfrentando actualmente un problema de baja autoestima. En la adolescencia es muy común afrontar este desafío. Pero ¿por qué ocurre esto y cómo cambiar esta condición?

Todo comienza en casa…

Para empezar a comprender tu autoestima veamos cómo se formó. Su configuración tiene una relación directa con la historia de tu vida. Cuando nace un niño, sus necesidades se satisfacen sin que sepa que esa satisfacción es promovida por otra persona. Con el paso del tiempo el niño comprende, poco a poco, el mundo exterior y la existencia del otro. Por lo tanto, las relaciones familiares y las personas que inicialmente cuidan y educan a un niño son muy importantes para desarrollar la autoestima. A través de las primeras relaciones formamos la visión que tenemos de nosotros mismos y alimentamos sentimientos de aceptación o rechazo.

Por ejemplo, cuando se critica constantemente a un niño, nunca creerá en sí mismo. Difícilmente se arriesgará a hacer cosas nuevas. Probablemente se vuelva inseguro. Aunque también puede reaccionar de otra manera. ¿Cómo? Mostrando rebeldía, falta de disciplina y falta de respeto. En ambos casos, acarreará ansiedad en busca de aceptación por parte de las figuras familiares que deben educarlo.

En el polo opuesto está el otro error: el de la sobreprotección. Si los padres no permiten que el niño juegue con amigos, realice tareas posibles para su edad y ejerza cierta autonomía diaria, le envían el siguiente mensaje: “Sin nosotros no vas a poder manejar tu vida. Siempre haremos todo por ti”. ¿Cuál será el posible resultado de esto para el niño? Inseguridad, escasa valoración y baja autoestima.

…y continúa en la sociedad

En el libro Laberinto de espejos (2004), las autoras Simone de Assis y Joviana Avanci analizan cómo se forma la autoestima a través de un triple lente: nuestra propia mirada, la mirada de los demás y las experiencias vividas. En la familia y en la escuela, por ejemplo, la falta de afecto y el desequilibrio en las relaciones pueden comprometer el bienestar y la salud mental de los niños y los adolescentes. Y, cuando ocurre la violencia, la resiliencia se vuelve más importante para desarrollar la autoestima. Tener resiliencia significa superar la adversidad para transformar momentos difíciles en oportunidades de desarrollo.

De este modo, aquellos que son más humillados, amenazados y atacados tienden a tener una autoestima comprometida. Los sentimientos de inferioridad provocados en este contexto predisponen a enfermedades emocionales (como depresión, ansiedad y trastornos alimentarios) y conductas de riesgo. Muchos adolescentes experimentan un vacío emocional tan grande que incluso practican la autolesión, el abuso de sustancias y el sexo irresponsable. Otros se unen a grupos que parecen ofrecer la aceptación. Todos estos son parches, soluciones vanas. Nada de esto llenará ese vacío.

Desde luego, también hay contribuciones sociales y culturales que operan en la construcción de este fenómeno. Es cierto que, con la madurez, el proceso se individualiza. Aunque cada uno acaba definiendo sus valores, por lo general busca relacionarse con personas afines, que tengan creencias y un estilo de vida similar al suyo. En esta fase, es habitual elegir también a personas como modelo de comportamiento con las que puedan identificarse durante más tiempo. Esto es algo bueno. Pero si en algún momento la valoración de estos referentes difiere de la tuya (hasta el punto de hacerte sentir rechazado) se puede abrir una gran herida emocional.

Cuando el padre, la madre, el maestro o una figura importante etiqueta al adolescente como “tonto”, “vago”, “desordenado” o “torpe” (y la lista de adjetivos podría continuar), este comienza a creer que nada bueno y redituable proviene de él. Este juicio contribuye a reducir la autoestima durante muchos años.

Cuando tus amigos marcan la diferencia

El día que ella llegó a mi consultorio por primera vez no dijo casi nada. Vamos a llamarla “Roberta”. Al ingresar, y durante toda la conversación, Roberta no mantuvo contacto visual conmigo y era difícil escuchar su voz suave. Ella tenía casi treinta años en ese momento. Nunca había tenido novio, no estaba contenta con su apariencia física y no tenía grandes aspiraciones en la vida.

Los padres de Roberta se habían separado cuando aún era pequeña. Su madre trabajó duro para mantener a la familia y la niña fue criada por su abuela. Pero, tanto la madre como la abuela vieron solo defectos en Roberta. Todos los días la criticaban y castigaban severamente. Temerosa de exponerse, desarrolló una reacción de escape y distancia. Después de todo, si las personas que debían amarla y valorarla no lo hicieron, ¿cómo sería tratada por los extraños?

A Roberta le costó encontrar algo bueno en sí misma. Fue un viaje duro. Dos amigos jugaron un papel muy importante en el proceso. También estuvo la ayuda terapéutica, desde luego. Con dificultad, ella luchó con su propia autonomía. Así, completó su educación superior, consiguió un trabajo, compró un auto, comenzó a viajar y a vivir más segura y feliz. La historia de Roberta es un ejemplo de superación, pero experimentó mucho dolor emocional antes de comenzar a disfrutar la vida.

Ten en claro algo: Tus amigos pueden marcar una gran diferencia en la construcción de una autoestima saludable, especialmente en la adolescencia. Este es un período de cambios físicos, cognitivos y emocionales que afectarán la formación de tu identidad. En esta etapa, también es importante la autoevaluación ante el grupo social. Por lo tanto, cuando ocurre el acoso, por ejemplo, es muy difícil que un joven salga ileso, ya que las palabras y las actitudes hostiles romperán su autoconcepto. Este autoconcepto tiene una relación directa con la autoestima. Mientras que el primero apunta a cómo la persona se percibe a sí misma, el segundo trae la convicción de que es competente e importante para los demás. De esta forma, la salud emocional se trata de saber quién eres, aceptar quién eres y agradarte.

Una autoestima cambiante

Tienes que saber algo: la autoestima no es estática. Fluctúa a medida que experimentamos experiencias sociales, emocionales e, incluso, fisiológicas. Por eso, hay momentos (sobre todo cuando te comparas con un amigo, sacas una nota baja, te peleas con tus padres, estás enfermo o tienes un rechazo amoroso) en los que te sientes una auténtica basura.

Los investigadores Jonathon Brown (Universidad de Washington) y Margaret Marshall (Seattle Pacific University), en el libro Autoestima: Problemas y respuestas (2006), argumentan que la autoestima se puede percibir de tres formas diferentes:

1. En forma global. Indica la forma general en que la persona percibe su propio valor, siendo más favorable cuando el individuo está mejor relacionado socialmente.

2. Como sentimiento. Se trata de reacciones de autoevaluación emocionales que pueden ser positivas o negativas, según el grado de autosatisfacción.

3. Como evaluación. Se refiere a la valoración de las propias cualidades y competencias.

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Cuida de ti mismo

Una autoestima equilibrada te brindará mejores herramientas para sentirte más optimista sobre el futuro, para lograr establecer metas y tener un compromiso decidido de llevarlas a cabo. La sana autoestima te permitirá ser más empático, tendrás menos fluctuaciones emocionales, y te sentirás apreciado y aceptado por tu círculo de convivencia.

Por otra parte, las personas con baja autoestima no tienen confianza en sí mismas y se sienten paralizadas por el miedo al fracaso. Por sentirse inferiores, estos jóvenes evitan las actividades grupales o pueden querer llamar la atención viviendo de manera irresponsable, indisciplinada y rebelde. Aun así, tienden a culpar a los demás por la forma en que ven y actúan.

Asumir la responsabilidad de lo que nos sucede es una decisión muy importante. Todos tienen fortalezas que se pueden destacar. Tú también las tienes. No te menosprecies. Vales mucho. Cuidar la autoestima es un signo de autorrespeto, porque solo aquellos que se valoran a sí mismos son valorados por los demás.

Hay una realidad indiscutible: no posees la máquina del tiempo para volver atrás. Es imposible cambiar tu pasado y no depende de ti. Pero hay algo que sí puedes hacer: construir un futuro diferente. La buena noticia es que tu porvenir está en tus manos. Si tus padres no te brindaron el apoyo necesario para elevar tu autoestima, eso no significa que tendrás que vivir con la cabeza agachada toda la vida.

A continuación, indico diez actitudes saludables para caminar hacia una autoestima equilibrada.

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En resumen, eres responsable de elegir el rumbo que tomarás en tu vida. Viktor Frankl, un psiquiatra austríaco que sobrevivió a los campos de concentración nazis, lo resumió así en su best seller El hombre en busca del sentido: “Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias– para decidir su propio camino”.
¡Éxitos en esta caminata!

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2021.

Escrito por Talita Castelão, psicóloga clínica, sexóloga y doctora en Ciencias de la Universidad de San Pablo, Brasil.

Aprender en misión

Aprender en misión

Aprender en misión

No sé cuándo surgió en mi mente la idea de ser misionera. Sé que fue durante mi adolescencia, en algún momento. Terminé mis carreras universitarias y ni siquiera esperé a la ceremonia de graduación. Me embarqué en la primera de dos grandes aventuras misioneras que me cambiaron y transformaron muchas perspectivas que yo tenía de la vida.

Tailandia

Ayudar a los que más tienen

Llegué a Tailandia con poca información, mucha expectativa y la intención de “cambiar el mundo”. Iba a enseñar inglés a una escuela de idiomas, en la ciudad de Ubon Ratchathani, la ciudad con mayor proporción de wats (templos budistas) por habitante.

La coordinadora de la escuela de idiomas era Carla, una estadounidense con la sonrisa más grande que hayas visto y el corazón igual de enorme.

Pero las primeras semanas no fueron fáciles. Aprendí a manejar mi bicicleta por el lado izquierdo de las calles, comencé a acostumbrarme al calor abrazador de la zona y descubrí que mai pet, la frase clave que me habían enseñado para pedir comida sin picante, no funcionaba. Pasaron meses antes de que alguien me enseñara que mai pet significa “solo un poquito de picante” (uno o dos chiles nomás), y que si no quería nada de picante tenía que decir mai sai prick.

El idioma tailandés es, en cierto aspecto, similar al chino. Se escribe con “dibujitos” y tiene cinco tonos (o sea, que la entonación modifica totalmente el significado de las palabras). Aprendí los números para poder comprar frutas y alimentos en los mercados.

Aprendí a dejar el calzado afuera de las casas, las aulas, la iglesia. Aprendí que “enseñar inglés” implicaba tanto ser la niñera de un bebé de un año y medio como enseñarle a un grupo de niños de nueve años, y perfeccionar la gramática inglesa de un abogado de setenta años. Y también aprendí que ser misionera no es solo ayudar a quienes tienen menos (recursos, oportunidades y conocimiento). También significa ayudar a quienes tienen más. Entre mis alumnos estaban los hijos de los comerciantes más acaudalados de la ciudad. Entre ellos controlaban el 70 % de los negocios y comercios de Ubon. Y ellos también necesitaban de Jesús.

La mayoría de las personas son budistas. Nunca escucharon hablar de Jesús ni de la Biblia. En cada clase incorporábamos el cristianismo de diversas maneras: con un juego de la memoria bíblico, con un dibujo de David o Daniel para colorear o leyendo las historias más conocidas de la Biblia. Todas las clases terminaban con una oración. Era una oración básica que los alumnos repetían. Pero después de algunos meses, ellos esperaban la oración y la podían repetir de memoria.

Un día estaba coloreando con mi alumno Ohm, de cinco años. De repente, me miró y me dijo: “Teacher, anoche oré a Dios. Solo le conté sobre mi día”, mientras seguía coloreando. Me emocioné. Tan simple y tan profundo.

Bam es una alumna a la que le enseñé durante toda mi estadía en Tailandia. Tenía catorce años. Al principio fue difícil enseñarle porque ella era muy reservada. Pero después de varios meses logramos una linda amistad y mucha confianza. Un miércoles me preguntó si esa noche había reunión en la iglesia.

–Sí –le dije–, todos los miércoles tenemos una reunión.

–¿Y las personas que van tienen que ser cristianas? –me preguntó.

–No –le dije–, cualquier persona puede ir.

–¿Y qué hacen?

–Cantamos, oramos, y alguien habla un ratito sobre un tema para que todos pensemos .

La charla fue larga, y me preguntó qué significaba la cruz, por qué Jesús tuvo que morir, si se puede seguir dos religiones al mismo tiempo, si es posible cambiar de religión, qué creemos los adventistas, y muchas cosas más. Yo respondí sus preguntas de la manera más simple que pude y tratando de utilizar conceptos que ella conocía. Pero lo que quedó en mi corazón es cómo los chicos buscan y se interesan por encontrar algo que llene su corazón. Todos necesitamos de Dios, aun cuando no lo sepamos.

Y otra gran lección que aprendí de Bam es lo mucho que influyó la amistad que teníamos. Esta conversación ocurrió luego de más de ocho meses de vernos. No hay dudas de que ser cordial y formar amistades sinceras es una de las mejores maneras de construir puentes para compartir a Jesús.

Líbano

Ayudar a los que están aprendiendo

De Tailandia, Dios abrió las puertas para que me mude a Beirut, Líbano. Ese sería mi hogar por los siguientes casi tres años.

Otra vez experimenté un cambio de cultura drástico: nuevo idioma, nueva comida, nueva forma de trabajo…

En Middle East University (MEU) [Universidad del Medio Oriente] servía como preceptora del hogar de chicas, coordinadora de huéspedes y profesora de inglés. Mi misión era totalmente diferente y, al mismo tiempo, igual. Ya no estaba casi en contacto con personas que nunca habían oído sobre Jesús. Me dedicaba a alumnos de entre 17 y 30 años, en su mayoría cristianos.

Muchos de ellos eran egipcios adventistas que venían a la única universidad adventista de la zona con el fin de prepararse para servir a Dios. Ahora, me tocaba guiar a quienes estaban aprendiendo.

Los veía en el comedor, en los cultos, en el aula, en el campus, en la cancha de fútbol y en los dormitorios. Yo organizaba sus festejos sorpresa de cumpleaños, y ellos organizaron el mío. Algunos días me agradecían por mi ayuda; otros días se enojaban conmigo porque no les daba permiso para quedarse hasta más tarde en el parque. Me desafiaron y me emocionaron. Y ellos me enseñaron a enseñar mejor.

Ayudar a los que ayudaron

En todo Líbano había cuatro iglesias adventistas. Una de ellas está ubicada en Bishmizzine, un pueblo al norte de Beirut. Allí había funcionado un colegio adventista, que llevaba años cerrado. Pero la pequeña iglesia seguía en pie, con servicios todos sábados. La membresía era de unas seis a ocho personas; y el promedio etario era de setenta años.

Y, ya ni recuerdo cómo, surgió el proyecto de ir con un grupo de alumnos del internado a apoyar a esa iglesia cada tanto. El conductor, diez alumnos y un par de voluntarios subíamos a una combi y viajábamos unas horas. Algunos dirigían las alabanzas, del himnario en árabe, por supuesto. Otro leía la historia misionera. Un par de alumnos juntaban las ofrendas; y alguno de los voluntarios predicaba. Después, el almuerzo a la canasta. Eran unos pocos adultos mayores, pero preparaban comida como para un batallón. Al estilo libanés; porque hambre nunca vas a pasar.

Compartían lo que tenían; y su actitud gritaba que para ellos era un privilegio hacerlo. Se habían pasado la vida entera ayudando, en medio de conflictos internos y externos, de conflictos armados e ideológicos. Pasando necesidades y escondiéndose de los aviones bombarderos. Pero eran conscientes de que su misión no había terminado. Nosotros pensábamos que íbamos a ayudarlos; a alegrarles los sábados con nuestra juventud… y lo hacíamos. Pero ellos me enseñaron la generosidad extrema, la alegría en medio de las dificultades. Me enseñaron que la misión no termina nunca. Cambia de forma, cambia de destinatario, cambia de escenario, pero no termina.

Ayudar a los que ayudan

Una vez al año, MEU recibía la visita del Friendship Team, un grupo de alumnos de la Universidad Andrews liderados por el Pr. Glenn Russell, quien había vivido en Beirut durante su niñez. Ellos venían a realizar algún proyecto de ayuda comunitaria, a aprender sobre otras realidades y a llevar adelante una de las dos semanas de oración de la Universidad.

Como coordinadora de huéspedes, parte de mi trabajo era preparar las habitaciones donde ellos estarían durante su estadía, ir a buscarlos al aeropuerto, responder sus miles de preguntas, presentarlos a los alumnos, ser de nexo para conseguir cualquier cosa que ellos necesitaran y acompañarlos en sus salidas. Durante esas dos semanas del año, me tocaba ayudar a los que venían a ayudar. Y eso amplió una vez más mi perspectiva sobre la misión. Porque aunque ellos venían a hablar sobre Jesús y a apoyar a los alumnos en su desarrollo de una amistad con Dios, cada miembro del Friendship Team también estaba en una búsqueda personal de mayor cercanía con Dios.

Varias veces, durante los tres años en que viví en el Líbano, Glenn me pidió que compartiera parte de mis experiencias con los voluntarios que él traía. Glenn buscaba enfrentar a sus alumnos con el concepto de que todos estamos en la misma búsqued y todos tenemos que aprender de quien tenemos a nuestro lado. Puede ser un budista, un musulmán o un cristiano. Puede ser un alumno, un misionero o un pastor. Sea quien sea, tiene algo para enseñarte.

Glenn cumplió su cometido año tras año. Y no les enseñó solo a los alumnos con quienes viajaba desde los Estados Unidos hasta el Líbano. También me lo enseñó a mí, una misionera argentina; a Allana, una periodista brasilera; a Rahil, una alumna egipcia; y a decenas más.

Ayudar a los que menos conocen

Mientras vivía en el Líbano, tuve la oportunidad de viajar un poco y visité Jordania. Allí la iglesia había organizado un retiro espiritual para jóvenes. La primera gran diferencia que noté fue que no era solo para jóvenes adventistas, sino para todos los jóvenes cristianos evangélicos. Asistieron cerca de sesenta jóvenes y solo quince eran adventistas.

Me habían pedido que ayudara con las actividades sociales y recreativas, que incluían desde juegos para conocernos más entre todos hasta juegos bíblicos, torneos deportivos y juegos “de fogata”. Todo se desarrolló en árabe, así que tuve que utilizar todo mi poco conocimiento del idioma, y contar con la ayuda de un intérprete.

Durante las reuniones, yo escuchaba. No quería cargar a los intérpretes, así que intentaba concentrarme para escuchar los textos bíblicos. Honestamente, no esperaba aprender demasiado. Había ido para ayudar, ofrecer mi amistad, guiarlos en actividades sociales, y sonreír mucho.

Pero me esperaba una sorpresa de esas que te cambian de por vida. Sí, así de grande. Llegó el momento de la dinámica de oración. Estaba sentada al fondo, contra la pared. No estaba con el grupo. Se dividieron en grupos para orar. Oraron. A los diez o quince minutos, iban terminando las oraciones grupales, y se acercaban a alguno de los pastores para que orara con ellos. Cuando terminaba ese momento, se desarmaba el grupo y se volvían a armar en grupos diferentes para seguir orando. Acudían a algún otro de los pastores para que orara por ellos. Se desarmaba el grupo y se juntaban de a dos o tres para seguir orando. Pasaron unas dos horas de oraciones grupales espontáneas. Entonces, uno de los pastores tomó un micrófono y terminó con una oración desde el frente.

Me quedé pensando en esto por días. ¿Cómo es que les era tan natural orar? ¿Cómo podían orar por horas, así? Y, la pregunta más dura de todas: ¿Por qué me sorprendía tanto?

En Jordania aprendí a ver la oración de otra manera. Aprendí que cuando de oración se trata, no necesitamos seguir la agenda del retiro espiritual. Que cuando los jóvenes se reúnen espontáneamente para orar y clamarle a Dios que cambie sus vidas, todo lo demás pierde importancia. Y aprendí que es muy especial hablar con nuestro Padre en grupos.

Perspectivas

Pero, entonces, ¿ir a ayudar no es el punto central de ser un misionero? Si me preguntas a mí, te respondo: “No”.

Cuando decides dedicarle tu vida al Señor para ser misionero, el punto central no es ayudar: es aprender. Porque solo cuando estés dispuesto a aprender de todas las personas que te rodeen, estarás capacitado para enseñar.

Constantemente limito a Dios. Lo pongo dentro de una cajita en mi mente. Pero Dios quiere que lo conozca cada vez mejor y que conozca diferentes aspectos de él. Quiere que lo conozca como Salvador y como Amigo. Como Creador y como Padre.

Quiere mostrarme su gran poder y su ternura incomparable.

Ser misionero es entregar tu vida entera a Dios y entonces, abrir grandes los ojos y los oídos para aprender, día a día, a conocerlo mejor, mientras ayudas donde él te muestre.

¿Te animas? Te aseguro que no te vas a arrepentir.

Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.

Escrito por Natalia Jonas, profesora y traductora de Inglés y editora en la ACES. Fue misionera en Tailandia y en Líbano.

Una vida en misión

Una vida en misión

Escribo estas líneas a días de cumplir 29 años. Si tengo que presentarme y decir quién soy o a qué me dedico, con mucha naturalidad puedo decir que soy misionera voluntaria y que me dedico a compartir con otros el amor que Jesús manifestó en mi vida.

Nací en una familia adventista del séptimo día y a los trece años decidí bautizarme. En distintos sentidos, mi historia de vida no es muy diferente de la de otros jóvenes: momentos lindos y divertidos, muchas pruebas, luchas y decisiones que tomar.
Sin embargo, en 2016 acepté vivir una experiencia que marcó mi vida. Me encontraba próxima a terminar mi carrera universitaria y tenía un trabajo estable; en ese contexto, recibí la invitación de Dios para participar del proyecto Un año en misión (OYIM, por sus siglas en inglés). Estaba en un congreso de jóvenes y el lema era “Más que pasión”. Aquella frase me tocó: entre el trabajo y el estudio, yo no vivía con pasión las actividades de la iglesia y, en realidad, no tenía pasión por Dios. Es cierto que era muy activa en la iglesia, pero lo que hacía era cumplir responsabilidades por compromiso. Era algo que me gustaba, pero que no me llenaba. Por eso, acepté el llamado a servir, y todo fue distinto para mí. Ahora vivo mi vida en misión.

En 2017 me recibí de Licenciada en Comunicación, y estoy muy agradecida a Dios porque él me dio las fuerzas y la sabiduría para lograrlo. Pero lo realmente importante ese año fue mi viaje a Mendoza, en el oeste de Argentina, para cumplir mi primer año en OYIM (sí, el primero, ¡porque fueron tres!). En 2018 me invitaron a participar del proyecto en Santa Cruz, Bolivia, y en 2019 lo hice en Luján, en la provincia de Buenos Aires, Argentina.

Cada año fue diferente, pero los tres me dejaron algo en común: la certeza de que ser parte de OYIM no se trató de lo que yo tenía para dar al proyecto, si no de lo que Dios quería darme a mí.

Lecciones de una vida en misión

Para empezar, salir de casa, de mi iglesia, de mi trabajo y de todo lugar conocido, en donde yo me manejaba cómodamente, fue un shock. Tuve que aprender a depender totalmente de Dios, entender que yo no tenía el control de nada y vivir sus planes. Dios también me enseñó, a lo largo de los tres años, a valorar mis capacidades y a verme como alguien importante en su obra.

La última enseñanza que quiero compartir, y en la cual me quiero detener, es el amor por las personas. Tengo una forma de hablar con Dios que me ayuda a ver a través del tiempo cómo me responde y está atento a mis preocupaciones más chiquitas: ¡cuadernos de oración! Al revisar mis oraciones desde 2017, una y otra vez se repite un pedido similar: “Señor ayúdame a ver a los otros con tu amor, a preocuparme por su salvación tanto como por la mía”.

Amar a todas las personas es algo imposible para un ser humano. ¿Cómo amas a alguien que no conoces? ¿O a alguien que hace cosas con las que no estás de acuerdo? Esto es algo profundo y aún sigo orando sobre eso. Pero diré que Dios me respondió: lo hizo desafiándome constantemente a dejar de mirarme a mí misma. Si quería transformar vidas, tenía que amar esas vidas.

Dejar de pensar en mí y en cómo me siento fue un paso gigante. Y solo pude darlo cuando comprendí lo importante que fue Dios en mi vida, las veces que me rescató de situaciones tristes y que perdonó mis equivocaciones.

También fue clave encontrarme con la triste realidad de vidas sin esperanzas. Me encontré con personas que tenían luchas mucho más complejas que las que yo hubiera vivido, y a las que se estaban enfrentado solas, sin Dios. ¿Alguna vez te preguntaste qué hubiese sido de ti si en los momentos más duros de tu vida no hubieses tenido la gran esperanza de un cielo y una Tierra nuevos? Pensar en esto ¿te llena de angustia y desesperación?

Precisamente, desesperada es como vive la gente sin Dios. Y, como cristianos, no tenemos derecho a quedarnos con la Esperanza solo para nosotros. Más triste que ver a alguien morir sin Dios es ver a alguien intentando vivir sin Dios.

La abuelita que conoció a Dios

Ella vivía sola en su casa de Mendoza, donde tenía un puesto de flores. Había estudiado en un colegio de monjas, rezaba cada día. Vender flores también le permitía charlar cada vez que recibía a un cliente. Pero, en su soledad, un pensamiento la atormentaba: el de un Dios castigador. Además de esto, había sido víctima de muchos robos. No era extraño que viviera con miedo.

La visitaba una vez por semana. Cada vez que yo llegaba, ella desocupaba una silla que tenía con flores, la limpiaba y me hacía sentar. El estudio bíblico era una excusa: ella necesitaba hablar, que alguien la escuchase. Me contaba de su familia, de cómo habían llegado de España a la Argentina, me hablaba de los afectos que había perdido y también de los que están, pero no la visitan… Después, leíamos la Biblia y reflexionábamos juntas.

Luego de aquellas visitas ya no se sentía sola, su miedo había disminuido y había comenzado a hablar con Dios. No podía ir a la iglesia por problemas de salud, pero eso no le impedía entregar una ofrenda especial: me daba flores hermosas –no las que sobraban de su venta– para adornar la casa de Dios. A pesar del dolor que había experimentado, ella logró ver a Dios como realmente es: un Dios de amor que la cuida cada día.

Una visita salvadora

Los momentos lejos del hogar, la familia y los amigos son duros, especialmente ante situaciones que no sabemos manejar. Es entonces cuando el equipo se transforma en tu apoyo. Encontrar gente sin esperanza te lleva, por ejemplo, a verte un día con alguien que no quiere seguir viviendo, que ya no tiene fuerzas para luchar. Varias veces lloré por amor a esas personas que me hablaban de heridas profundas y de que preferían morir a seguir soportándolas. Me di cuenta de que, si cualquiera de mis compañeros o yo hubiéramos dicho “no” al llamado, algunas personas habrían llegado al suicidio.

Un día, mis dos compañeras salieron a hacer visitas a personas que habían solicitado una Biblia. Había una mujer a la que habían ido a ver en varias oportunidades y nunca la encontraban. Habían decidido no ir a su casa aquel día, pero como la visita previa se había suspendido se decidieron a intentar una vez más. Cuando llegaron, entendieron que aquello no había sido una casualidad: la mujer acababa de tomar pastillas para quitarse la vida. Las chicas llegaron a tiempo para asistirla, llamar a una ambulancia y contactar a su familia. Después de ese día, comenzamos a visitarla semanalmente para leer la Biblia y orar juntas. Así, y con la ayuda profesional que también requería, vimos en su cara la paz que solo Cristo puede dar.

El poder de los centros de influencia

Un lugar donde se aprende a amar a las personas, cuidarlas y crear amistades verdaderas son los Centros de influencia. En Bolivia y en Luján, tuve la oportunidad de estar en estos centros.

Lo que hacíamos era conocer la zona y a los vecinos para brindarles cursos y charlas que fueran de su interés. Esto implicaba que, además de trabajar con profesionales de la iglesia, cada uno descubriera nuevos talentos: a mí, por ejemplo, me llevó a dictar cursos de cocina saludable, de manualidades y de bordado mexicano. Otros compañeros enseñaban música, idiomas, actividad física. También había especialistas que hablaban de psicología emocional, control del estrés o prevención de enfermedades. Todas estas actividades, aunque muy distintas entre sí, coincidían en crear un espacio en el cual podíamos conocernos con los vecinos.

En Lujan, la gente fue tan receptiva a estas charlas –acompañadas por una merienda caliente en los días fríos– que el grupo se repitió cada semana por dos meses. En este espacio reforzábamos los temas hablados sobre salud y además compartíamos reflexiones bíblicas. También había comida, juegos y momentos para contar experiencias.

Rina y Carla: una prueba de fe

El método de Cristo –atender necesidades, brindar nuestra amistad a las personas y luego mostrarles a Jesús– no es novedoso, pero tengo que decirlo: funciona. Sí, funciona dedicar tiempo, escuchar, charlar de temas que al otro le importan. Después de meses de trabajo y amistad, de compartir recetas, patrones de bordados, libros y un montón de momentos, pude ver personas entregar su vida a Jesús.

Rina fue una mujer amorosa y luchadora que llegó al curso de cocina una tarde acompañada de Carla, su hija de veinte años. Estaban muy interesadas en la comida saludable, habían adoptado una alimentación vegetariana y necesitaban herramientas. Después de la primera clase, se acercaron para hablar y me contaron que habían empezado a estudiar la Biblia con una señora de la iglesia y que ella les había recomendado el centro. Rina tenía cáncer de colon y estaba muy dolorida, pero tenía el apoyo de sus cuatro hijos y su marido.

Con el paso de las semanas, la salud de Rina empeoró. Ella y Carla dejaron las clases de cocina y también de ver a la hermana que les daba los estudios bíblicos. No obstante, siguieron buscando a Dios y, un sábado, las vi en la iglesia acompañadas por su instructora bíblica. Aquel día, ambas se pusieron de pie ante el llamado a entregar su vida a Dios.

Después de ese sábado, a Rina la internaron. Los últimos dos meses del proyecto viví la experiencia más cruda de mi vida: estar al lado de alguien que se estaba muriendo y acompañar a una amiga mientras organizaba el entierro de su madre… Yo no era una persona que visitara hospitales, y gracias a Dios no me tocó aún despedir a alguien tan cercano. Sin embargo, Dios me empujaba a estar ahí y, en cada visita al hospital, orábamos y leíamos una meditación.

En una de las últimas veces que la vi, Carla me habló de su relación con Dios: no estaba enojada, no le pedía explicaciones, estaba confiada en que el dolor de su mamá iba a terminar y que, la próxima vez que se vieran, Rina estaría sana y sonriente, abrazando a su familia. Carla realmente se aferró a la gran esperanza: ella y su madre aceptaron la salvación que Jesús nos da y, aunque Dios no sanó a Rina del cáncer, ambas volverán a verse el gran día del regreso de Jesús.

¿Por qué ser OYIM?

A lo largo de estos años me preguntaron muchas veces: “¿Por qué ser OYIM?”

No es fácil: se extrañan la casa y los amigos, te sientes cansada e insegura, la convivencia puede complicarse, las cosas pueden salir mal en algún evento, recibes criticas… Para el resto, dedicar un año a la misión es perder experiencia laboral e independencia económica, desperdiciar un título universitario, resignar gustos y hasta poner en peligro tu vida sentimental. Pero si puedo, con lo imperfecta que soy, volver a vivir experiencias como escuchar a una persona orar por primera vez o ver su sonrisa al hablar con el mejor Amigo, entonces cualquier “sacrificio” es válido.

No tienes que ser OYIM, tienes que vivir tu vida en misión. Y la única forma que yo encontré de caminar cada día con Dios fue sabiendo que, para marcar la diferencia en la vida de alguien, primero necesito que él me llene de su amor. Para llegar al cielo y mantener viva la esperanza del regreso de Jesús, hay que salir a ver el mundo y darnos cuenta de lo afortunados que somos. Cuando entendemos eso, no lo podemos guardar.

Hoy sigo creciendo en Cristo; mi vida refleja muy poco de su carácter de amor, pero miro al mundo con otros ojos. Y eso se lo debo a él, a los tres años que me invitó a estar muy cerca de él y a las personas que me puso en el camino. Te invito a vivir esta experiencia: deja que Jesús te saque del lugar donde todo aparenta estar bajo control, anímate a ir a lo desconocido con él, y tu vida encontrará su real sentido.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2020.

Escrito por Marta Samaya Contreras, Licenciada en Comunicación. Asiste a la Iglesia de Adolfo Sourdeaux, en Buenos Aires, Argentina. Actualmente colabora con el equipo de comunicación del Departamento de Jóvenes en la Unión Argentina.