El cristiano y la comunidad LGTBQ+
El cristiano y la comunidad LGTBQ+
Las personas lesbianas, gays y bisexuales forman hoy parte de nuestra sociedad. ¿Qué actitud debemos tomar como creyentes en la Biblia al respecto?
“¡Te vamos a matar por homosexual!” Sin dar más explicaciones que esa, una patota de ocho jóvenes atacó violentamente a golpes a Jonathan Castellari, de 25 años, que estaba con un amigo desayunando en un local de comidas rápidas. Sin piedad, lo dejaron inconsciente. Este hecho ocurrió en Buenos Aires, en diciembre de 2017 y se suma a otros en donde personas que han hecho pública su preferencia sexual no solo son discriminadas verbalmente, sino que sufren lesiones físicas.
El testimonio de Jonathan se suma a la triste experiencia vivida por muchos otros que, como él, sufren o han sufrido la burla, la discriminación y el prejuicio.
Por eso, antes de empezar a hablar de la comunidad LGTBQ+ quiero explicarte qué es y quiero dejar en claro que como cristianos nunca podemos apoyar la violencia, en cualquiera de sus formas. La elección sexual de una persona nunca debe conducirla a experimentar el desprecio o la discriminación de parte de aquellos que no acordamos con sus elecciones.
El término LGTBQ+ está formado por las siglas de las palabras Lesbiana, Gay, Transgénero, Transexual, Travesti, Bisexual y Queer (significa “extraño” o “poco usual”). Al final se suele añadir el símbolo + para incluir otras elecciones tal vez minoritarias que no están representados en las siglas anteriores.
Hay algo que sucede y debemos tener en cuenta: tristemente muchas personas están sufriendo persecución, discriminación y abuso por el hecho de identificarse con la comunidad LGTBQ+. Y aunque difiero totalmente de su estilo de vida, no estoy de acuerdo con que sean víctimas de la intolerancia y de la violencia. Creo que quienes pensamos diferente podemos tener alguna propuesta que va más allá para demostrar que las personas nos importan y que el evangelio que profesamos es real y práctico. Creo que el amor al prójimo se debe demostrar a través de un trato amable, bondadoso y firme respecto a nuestras convicciones, pero sin tener que aislar ni discriminar a nadie y mucho menos usar la violencia para mostrar nuestros puntos de vista.
Desde una perspectiva cristiana la violencia y la discriminación están fuera del discurso del evangelio de amor que presenta la Sagrada Escritura. El apóstol Pablo enseñó: “No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Hasta donde dependa de ustedes, hagan cuanto puedan por vivir en paz con todos. Queridos hermanos, no tomen venganza ustedes mismos, sino dejen que Dios sea quien castigue; porque la Escritura dice: ‘A mí me corresponde hacer justicia; yo pagaré, dice el Señor’. Y también: ‘Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; así harás que le arda la cara de vergüenza’. No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el bien el mal” (Rom. 12:17-21, DHH).
Una sociedad desequilibrada
Ahora bien. No podemos dejar de considerar que, en las redes sociales, en los principales servicios de contenidos digitales, en medios de comunicación y en la sociedad en sí, se percibe un alto grado de sensibilidad al tocar estos temas desde una perspectiva diferente a la que la tendencia nos propone. Pareciera que tenemos que aceptar las ideas y las propuestas de la comunidad LGTBQ+, sin tener la posibilidad de sentarnos a conversar estos temas, y que, aunque no lleguemos a estar de acuerdo, tengamos la libertad de pensar diferente, sin ser tildados de retrógrados, anticuados, discriminadores o propulsores del llamado “discurso de odio”. Menos aún, que se nos identifique con aquellos que hacen uso de la violencia y la homofobia.
Todo individuo debiera ser respetado por sus ideas y elecciones de vida, sin ser considerado con prejuicio o desprecio por esa elección. La madurez y equilibrio nos indica que todos tienen que tener la libertad de expresarse y la posibilidad de manifestar sus formas de vida sin ser considerados un enemigo.
Pero estamos viviendo en una era en dónde el péndulo está en desequilibrio y hemos pasado de un extremo a otro, de la intolerancia a la defensa ciega y al rechazo a todo aquello que esté en desacuerdo con los parámetros populares.
Así como no avalamos la violencia en cualquiera de sus formas contra la comunidad LGTBQ+, hay algo que también debe decirse. Existe una hipersensibilidad acerca de la discriminación y la homofobia y, en este sentido, muchas veces se persigue a quien tiene una postura diferente. Da la sensación que el hecho de identificarme como heterosexual y no estar de acuerdo con las personas que se autoperciben diferente me convierte en un opositor, enemigo u homofóbico. Por eso, suele suceder que quienes son objeto de acusación, persecución y escrache somos aquellos que afirmamos una postura diferente.
Como promulgamos la libertad de expresión debería respetarse a aquellos que no adherimos a una forma diferente de vivir la sexualidad fuera de lo natural. Quisiera que quienes tenemos este tipo de valores también fuéramos respetados por nuestras elecciones, que los jóvenes que creen en la verdad de la Biblia se sientan libres de expresar sus principios sin ser objeto de rechazo, burla o discriminación.
Si bien cada persona tiene la libertad de elegir su preferencia sexual (más allá de que esté de acuerdo o no con la Biblia) yo no tengo la obligación de aceptar esa visión de la otra persona. No puedo estar obligado a ver a un hombre como mujer si no lo es (o viceversa) porque esto atentaría contra mi libertad de pensamiento y expresión. Pareciera que cuando una persona se autopercibe de modo diferente a como naturalmente nació, los demás estamos obligados a reconocer esa elección. Esto no debería ser así. Puedo aceptar que es una elección del otro, pero no estoy obligado a creer que esa es la verdad, puesto que yo también tengo mis principios y espero que los demás también los acepten.
Volviendo al paradigma original
Cómo teólogo y pastor de jóvenes no puedo dejar pasar la oportunidad de compartirte la posición bíblica sobre la comunidad LGTBQ+. Antes debo recordar que lo dicho anteriormente forma parte de la visión que encuentro en el Libro Sagrado, la Biblia, respecto a cómo debemos tratar a las personas, no importa su condición y elecciones de vida. Que una persona elija lo contrario a lo que encuentro en la Biblia no me autoriza ni habilita a discriminar o a maltratar a nadie.
Existe una gran diferencia entre “amar a las personas”, y “estar de acuerdo con sus formas de vida”. Dios ama al pecador, pero odia el pecado. Claramente, Dios señala lo que es indebido y lo que va contra la naturaleza que ha creado para nuestra felicidad.
Como iglesia, reconocemos “que cada ser humano es valioso a la vista de Dios, y por eso buscamos ministrar a todos los hombres y mujeres en el espíritu de Jesús. Creemos también que, por la gracia de Dios y con el ánimo de la comunidad de fe, una persona puede vivir en armonía con los principios de la Palabra de Dios” (Declaraciones, orientaciones y otros documentos, p. 72).
Como dice el Génesis, la intimidad sexual es apropiada únicamente dentro de la relación matrimonial de un hombre y una mujer. Ese fue el designio establecido por Dios en la Creación: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén. 2:24). Este patrón heterosexual es afirmado a través de todas las Escrituras. La Biblia nunca aprueba la actividad o la relación homosexual.
Por otro lado, los actos sexuales realizados fuera del círculo de un matrimonio heterosexual están prohibidos (Lev. 20:7-21; Rom. 1:24-27; 1 Cor. 6:9-11). Jesucristo reafirmó el propósito de la creación divina cuando dijo: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto, el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne” (Mat. 19:4-6).
Por estas razones los adventistas nos oponemos a las prácticas y relaciones homosexuales; y nos empeñamos en seguir la instrucción y el ejemplo de Jesús. Él afirmó la dignidad de todos los seres humanos y extendió la mano compasivamente a las personas y familias que sufrían las consecuencias del pecado. Él ofreció un ministerio solícito y palabras de consuelo a las personas que luchaban, aunque diferenciaba su amor por los pecadores de sus claras enseñanzas sobre las prácticas pecadoras.
Como vemos, nuestras creencias están basadas en un evangelio que fundó alguien que dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39).
Del clóset al sótano
¿Cuáles pueden ser las razones por las que un adolescente, joven o cualquier persona decida incursionar en el mundo LGTBQ+? Las respuestas pueden ser variadas dependiendo del enfoque con el que se quiera abordar el tema. Sin embargo, desde distintas áreas se pueden tener algunos puntos en común. Tal como lo indica Richard Cohen en su libro Comprender y sanar la homosexualidad.
En una entrevista brindada al diario El País, de Montevideo, declaró: “En 2008, la Asociación Norteamericana de Psicología dijo que, aunque existen muchas investigaciones sobre las posibles causas genéticas, biológicas u hormonales de la orientación sexual, no ha habido descubrimientos que les permitan a los científicos llegar a la conclusión de que la orientación sexual esté determinada por uno o varios factores particulares. La ciencia dice que la gente no nace gay”.
Definitivamente algo tan importante como es la identidad de una persona no es algo que debiéramos dejar al azar. La adquisición de ideas, filosofías de vida, costumbres y hábitos es fuertemente influenciada por el ambiente donde nos movemos. Pero de algo estamos convencidos: venimos a este mundo con un diseño, con un plan.
Desde esta perspectiva, vivir de una manera diferente a la natural es algo contrario al plan original de Dios. Definitivamente es pecado practicar la sexualidad fuera del plan original y la iglesia y Dios no me condenan, a menos que decida y elija vivir de ese modo, haciendo caso omiso a la orientación y ayuda que se me ofrece.
¿Es un pecado tener una tendencia homosexual? No. Así como no es pecado tener tendencia a otro tipo de actividades que la Biblia prohíbe. Lo pecaminoso es vivir practicando la sexualidad de un modo diferente al que Dios diseñó. ¿Por ello soy condenado y rechazado por Dios y la iglesia? ¡De ninguna manera! Todos tenemos algún defecto, tentación o lucha y si elegimos buscar la ayuda divina la encontraremos. El asunto es no darse por vencido y entender que no será fácil intentar vivir de modo obediente a los planes divinos. Alguien que esté con esta lucha debe encontrar ayuda en los ámbitos religiosos y no intolerancia, rechazo y discriminación.
“¿Es un pecado tener una tendencia homosexual?
No. Lo pecaminoso es vivir practicando la sexualidad de un modo diferente al que Dios diseñó”.
Prejuicio y machismo: actitudes que destruyen y alejan
Me enseñaron a pensar y ver la vida como “el macho alfa”, a que los niños no lloran, que se es hombre por el simple hecho de llevar los pantalones y que en casa las mujeres están siempre en la cocina. Ser débil era sinónimo de no ser hombre y mostrar las emociones no era algo bien visto.
Estaba en Panamá vendiendo libros para poder pagar la universidad. Iba de casa en casa. Y de pronto, ¡ocurrió! Nunca imaginé que me tocaría enfrentarme a una situación tan desagradable para mí en ese momento. Toqué el timbre en el salón de belleza y salió un muchacho alto, de tez negra. Estaba vestido con una minifalda y maquillado hasta más no poder. Mi primera impresión fue salir corriendo, pero la situación no me lo permitió y tuve que abordar a la persona con mi speech para vender mis libros. Mi presentación fue mala, muy mala… intencionalmente. En mi mente solo había una idea: irme y que no me comprara nada. Para mi sorpresa, ese muchacho me hizo un pedido.
Me fui mal, con la idea de haber traicionado mi formación. Pero no sabía que estaba por aprender una de las lecciones más importantes sobre tolerancia y aceptación de los demás. Tuve que llevar los libros e ir a cobrarlos, habré ido unas ocho veces y, en ese proceso parecía que me ocurría algo: estaba desensibilizando mi mente de los prejuicios y el rechazo.
Mi actitud homofóbica no me permitía entender que delante de mí había una gran posibilidad de ser testimonio de Dios y compartir con aquel joven la verdad que me hace feliz. Mi forma de ver las cosas me impedía mirar a las personas con una preferencia sexual diferente de una manera cristiana. ¿Y cuál es esa manera? Con amor y con un espíritu de ayuda para que puedan salir de esa situación.
Mi historia me había generado un gran prejuicio e, inclusive, a construir una actitud casi homofóbica. Pero el evangelio me devolvió la visión correcta. La Biblia me enseñó que, si bien no puedo aceptar ni justificar un estilo de vida alejado del plan divino, debo amar y ayudar a las personas que están en un camino errado. Debo tratar de llevarles a las personas un mensaje liberador, un mensaje de paz y de obediencia al plan original de pureza en la sexualidad que Dios diseñó para que seamos plenos y felices.
“La ciencia dice que la gente no nace gay”.
Y entonces ¿qué hago?
- Dios desea que trate a las personas LGTBQ+ con amor, sin prejuicios, que los acepte tal cual son pero que les ayude a darse cuenta de lo que está mal a fin de que puedan cambiar. No me es permitido el uso de la violencia en ninguna de sus formas para expresar mi desacuerdo con las elecciones de los demás.
- Dios ha diseñado un plan maravilloso para disfrutar nuestras vidas en todo aspecto y darnos felicidad, y eso incluye la sexualidad. Alterarlo implica perder nuestra posibilidad ser plenamente felices.
- El hecho de que acepte a las personas tal cual son no significa que estoy impedido de señalarles el camino y la verdad. Es mi deber como cristiano llevarlos a Cristo, quien los recibirá con amor y hará una obra de transformación en sus vidas.
De aquella experiencia en Panamá pude aprender que Dios nos colocará en circunstancias que nos permitan abrir nuestra mente y corazón a la realidad de quienes necesiten escuchar su voz. Terminé aquellas visitas y dejé algunos libros que hablaban del amor de Dios. Espero que esa semilla, en algún momento, dé sus frutos.
Este artículo ha sido publicada en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2021.
Escrito por Clayton Hernández, capellán en el Instituto Superior Adventista de Misiones (ISAM). Nació en Guatemala, pero trabaja en Argentina como pastor desde hace varios años. Es fan del Club de Conquistadores y le encanta coleccionar objetos relacionados al Club.