Llenos de hitos históricos, estos juegos son recordados porque las mujeres compitieron por primera vez en atletismo y por el encendido del pebetero con la llama olímpica.
Entre el 17 de mayo y el 12 de agosto de 1928 se celebraron en Ámsterdam, Países Bajos, los IX Juegos Olímpicos (JJ.OO.). Participaron allí 2.883 atletas (2.606 hombres y 277 mujeres) de 46 países, compitiendo en 14 deportes y 109 especialidades.
Una historia de fuego
Sin duda, al mencionar la palabra “Juegos Olímpicos”, nuesta mente enlaza esta idea con dos cosas: las medallas y la antorcha.
Sí, la Llama Olímpica es uno de los símbolos distintivos de las Olimpíadas. El uso del fuego se remonta a la antigua Grecia, donde se mantenía un fuego ardiendo en las sedes de celebración de los Juegos Olímpicos Antiguos. El fuego fue reintroducido en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928, y desde entonces ha sido parte fundamental de estos eventos.
Mujeres todo terreno
En los JJ.OO. de París en 1900, la participación femenina se limitó única y exclusivamente al golf y al tenis, pero de manera extraoficial. En 1908, en Londres, participaron 36 mujeres de un total de 2.008 atletas, y ya en competencias de tiro con arco, patinaje, vela, tenis y disciplinas con barcos a motor. En las Olimpíadas de 1912, en Estocolmo, las mujeres fueron admitidas (también extraoficialmente) en competencias de natación.
Después de la Primera Guerra Mundial, en los Juegos Olímpicos de 1920 en Amberes, por primera vez participan mujeres con reconocimiento oficial. Y en 1928, en Ámsterdam, se las incluye en la competencia máxima de los JJ.OO.: el atletismo. Además, aumenta considerablemente el número de atletas femeninas: 290 (el 10 por ciento del total).
Héroes olímpicos
Si hablamos de deportistas destacados en esta competencia, no es posible pasar por alto a dos atletas brillantes.
Uno es el finlandés Paavo Nurmi, quien cosechó tres medallas de oro en pruebas de fondo y medio fondo. Nurmi, conocido como el “finlandés volador”, estableció durante su vida de deportista 22 plusmarcas mundiales oficiales en distancias que van de los 1.500 metros a los 20 kilómetros, y ganó un total de 9 medallas de oro y 3 de plata en los 12 eventos olímpicos en los que participó.
Por otro lado, el estadounidense Johnny Weissmüller ganó 2 medallas de oro en natación libre y cosechó una de bronce en polo acuático. ¡Sí, además de nadar, era jugador de waterpolo! Durante toda su carrera, Weissmüller consiguió 5 medallas de oro olímpicas en natación, ganó 52 campeonatos nacionales de los Estados Unidos y estableció 67 récords mundiales. ¡Nunca perdió una competición en natación y se retiró de su carrera invicto! Si revisas cintas de filmes viejos, descubrirás que este nadador tiene cara conocida. Sí, ya retirado de las piscinas, se dedicó a la actuación y fue él quien personificó en el cine a Tarzán en 6 películas (entre 1932 y 1942).
Medallas para todos
En Ámsterdam 1928, deportistas de 28 naciones en total ganaron alguna medalla de oro, récord que no fue superado hasta 40 años después. El continente asiático obtuvo sus primeras preseas doradas gracias a los japoneses Mikio Oda, en triple salto, y Yoshiyuki Tsuruta, en 200 metros natación estilo pecho. Además, Chile obtuvo su primera medalla: fue en la prueba de maratón, donde Manuel Plaza ganó la presea de plata.
Otro dato curioso es que la realeza se hizo presente en lo más alto de un podio olímpico por primera vez. Esto se debe a que el príncipe Olaf de Noruega ganó el oro en las competencias de vela, en la especialidad de yate.
Por último, más allá del dato de color de la aparición por primera vez de la marca Adidas en un JJ. OO., es digno de destacar a la italiana Luigina Giavotti, quien con 11 años y 301 días se convirtió en la mujer más joven en ganar una medalla olímpica. Este récord no ha sido superado hasta hoy.
Luigina ganó la presea de plata en la competición por equipos de gimnasia artística. Más allá de esto, no podemos dejar de mencionar la juventud de las otras dos integrantes del equipo: Inés Vercesi y Carla Marangoni, ambas de 12 años.
Tu identidad te da vida
“Deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación” (1 Pedro 2:2, NVI).
Denominado el nuevo “D’Artagnan”, el húngaro Attila Petschauer fue uno de los mejores esgrimistas de las décadas de 1920 y 1930, tanto que en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 salió victorioso en sable, y se llevó la medalla de oro para su país. Algo similar ocurrió en los JJ.OO. de Los Ángeles, de 1932.
Sin embargo, en 1938 los judíos de Hungría comenzaban a sufrir las denominadas Leyes de Núremberg, dictadas por la Alemania nazi tres años atrás. Como Attila era campeón olímpico, había quedado exento de los trabajos forzados en los campos de concentración. La exención se atribuía por medio de un documento que portaba; documento que un día, infinitamente desafortunado, olvidó en su casa. La policía no lo reconoció, y lo trasladó a un campo de trabajo forzado ubicado, actualmente, en Ucrania.
Otros deportistas secuestrados lo reconocieron, por lo que la policía alemana lo utilizó como objeto de burla. Lo obligaron a trepar un árbol desnudo en pleno invierno y a imitar animales, hasta que lo lanzaron al agua helada para que nadara. Esto terminó causándole la muerte.
Como cristianos, olvidar nuestra identidad también puede ser trágico. Por eso, una buena manera de fortalecer nuestra identidad es alimentarnos de los nutrientes celestiales. El estudio profundo de la Palabra de Dios de manera personal nos brindará los componentes para vincularnos diariamente con Dios.
El apóstol Pablo amplía el concepto de Pedro. La “leche pura” es muy buena, pues representa los primeros pasos en la comunión devocional con Dios; pero llega un momento en el que cada persona debe decidir aumentar este conocimiento sobre su Creador pasando a comer “alimento sólido”, alimento espiritual que involucre nuevos conocimientos.
Salir a enfrentar el día sin haberse llenado de la Palabra viviente, ya sea porque el despertador no sonó o porque no te encuentras acostumbrado a realizar tu culto personal (o por la excusa que quieras), es salir a un campo de batalla sin armas ni chaleco antibalas, y con un letrero luminoso que dice: “Dispárenme, por favor”.
No te olvides de lo más importante: un campeón olímpico no puede ser descuidado; un campeón de Cristo, tampoco.