Redes sociales: efectos, consumo y publicación

Redes sociales: efectos, consumo y publicación

Redes sociales: efectos, consumo y publicación

Existen, están entre nosotros e intentan absorbernos por completo. Claves para que la influencia de estas nuevas tecnologías no domine tu vida y la vuelva improductiva y vacía.

¿Te imaginas un mundo donde no existen los celulares? ¿Y un mundo donde no existen las redes sociales? No te desesperes, solo es una suposición. Pero piensa por un momento en el promedio de horas diarias que pasamos con el celular; sí, son entre 3 y 4 horas. ¿Qué haríamos con todo ese tiempo? ¿Qué haríamos cuando vamos al baño, cuando comemos, antes de dormir, apenas nos levantamos o vamos en el colectivo? ¿Qué sería de nuestra vida sin los memes? ¿Cómo stalkearíamos a la gente?
Si estás leyendo este artículo, seguramente te es muy difícil imaginar algo así, porque naciste en un mundo de pantallas y no conoces otra realidad.

¡Alerta! Antes que sigas leyendo puedes quedarte tranquilo, porque la idea de este texto no es decirte: “Las redes sociales son malas” (con tono amenazador). No, nada de eso.

Sin embargo, está claro que las redes sociales ya no son solo una herramienta, sino que son un entorno en el que nos movemos y vivimos. El problema es que muchas veces (al igual que cuando llegamos a un lugar que no conocemos), si no tenemos algún tipo de guía, nos terminamos perdiendo y llegando a lugares a los que no quisiéramos haber llegado.

Y ese era yo: me encontraba muy desorientado por esta nueva oportunidad que tenía en mis manos. Por eso hoy quiero compartirte tres palabras que me gustaría haber conocido antes de sumergirme en este mundo de las redes sociales; palabras que nadie me dijo, pero que me hubieran ahorrado un montón de dolores de cabeza si las hubiera conocido antes: efectos, consumo y publicación.

¿Por qué es importante tener el control sobre estas tres palabras? Porque tú y yo somos llamados a ser una luz (Mat. 5:16). Te soy sincero: esto a veces se hace difícil, porque vivimos en un mundo de oscuridad, y ser luz significa que en algunos aspectos seremos diferentes de la mayoría. Y yo no sé a ti, pero a la mayoría no le gusta ser diferente. Aun así, como sé que Dios es mi Padre y que me ama, decidí escuchar lo que me dice este versículo, y me propuse ser una luz en la vida de las personas que me rodeaban porque entendí que era lo mejor para mi vida y para la de ellos. Aunque en ese momento no lo pareciera, créeme que fue la mejor decisión que tomé.

Dos poderes versus un superpoder

La primera palabra que quiero que recuerdes es efectos, porque las redes sociales tienen dos poderes. El primer poder se llama influencia. El contenido que consumimos en las redes –lo quieras o no lo quieras, te guste o no te guste– tiene el poder de ir cambiándote lentamente para bien o para mal. Y el segundo poder se llama atención. En mi experiencia, hay momentos en que entro a buscar o ver “no sé qué cosa” en las redes y para cuando me doy cuenta ha pasado una hora porque me detuve con algún meme, chisme, historia o trending. ¿Te pasó? ¡Seguro! Esto sucede porque las redes sociales están diseñadas estratégicamente para captar tu atención la mayor cantidad de tiempo posible.

Puede que esto te suene paranoico, pero ya que no voy a profundizar mucho en este tema, te recomiendo ver el documental de Netflix llamado “El dilema de las redes sociales”. Yo sé que escuchas la palabra documental y te da “alergia”, pero dale una oportunidad. Aunque sea porque está en Netflix, te “volará” la cabeza (y desde ya te digo: “De nada”). Allí verás que las redes sociales no son simples herramientas, sino que son poderes que pueden dominar tu vida por completo.

Reconozco que controlaron mi vida por un tiempo, porque comencé a tener problemas para dormir bien y levantarme temprano para tener mi encuentro con Jesús, porque me acostaba tarde; y cuando lograba despertarme solo era para mirar el celular. Entonces empecé a dedicarle menos tiempo a mis amistades y familia porque el mundo virtual me resultaba más interesante. Además, comencé a notar que diversos posteos de amigos, influencers o famosos, generaban en mí la necesidad de compararme con ellos. Esto me desanimaba, ya que en todos los casos me encontraba en una situación desfavorable frente a la “vida perfecta” que se comparte a través de las redes. Esta situación hizo pedazos mi autoestima.

Este malestar duró hasta que entendí que, aunque las redes sociales tienen estos poderes, yo tenía un superpoder y no lo sabía: “Decisión”. Sí, porque la influencia y la atención solo podrán impactar tu vida hasta donde se los permitas (haz una nota mental de eso). Cuando descubrí esto, decidí tomar acción enseguida, porque no sería esclavo de la influencia y la atención de las redes. Yo tendría el control. Quería ser obediente y ser luz; y no me importaba si tenía que ser diferente para lograrlo.

Así que primero necesitaba ver cuánto daño me habían hecho esos poderes. Fui a mi Instagram, abrí YouTube, mis chats de WhatsApp, las transmisiones de twitch y el “infinito” feed de TikTok; y descubrí la influencia que cada día recibía, junto con la atención que le dedicaba a las redes sociales durante varias horas. Esta realidad me estaba dañando; no porque las redes sociales fueran malas, sino porque las estaba usando mal. Si soy llamado a ser diferente, mi uso de las redes sociales debería ser diferente.

Por lo tanto, decidí comenzar un desafío –que al principio fue difícil, extraño o incluso un poco alocado– que, al practicarlo, cambió mi vida. Quiero compartirte las consignas básicas. ¿Estás listo?
“Pasa en las redes sociales el mismo tiempo que pasas con Dios”. No te asustes y déjame explicarte cómo hice esto. Al comienzo puede resultar imposible; no obstante, al comprender la segunda palabra, consumo, se torna más sencillo.

Las tres reglas que cambiaron todo

A todos nos enseñaron a caminar, a comer, a leer y a escribir; pero ¿cuándo nos enseñaron a usar bien las redes sociales? Tranquilo, no eres el único que no recibió esa clase.

Para poder aprovechar el contenido de las redes sociales y así sacarle el máximo provecho a mi tiempo, consideré tres reglas:

REGLA #1: Yo tengo el control sobre el celular y no el celular sobre mí.
Quizás consideras que estar “conectado” o “en línea” gran parte de tu tiempo es una necesidad básica, pero no lo es. Por lo tanto, lo primero que hice fue desactivar todas las notificaciones del teléfono. Elegí horarios específicos del día para poder usarlo, en lugar de tenerlo conmigo todo el tiempo. Separé 20 minutos por la mañana, 20 minutos al mediodía y 20 minutos por la noche.

Es interesante ver cómo al principio estás revisando el celular todo el tiempo, esperando que te llegue algo, pero créeme que lo superarás. Nadie se verá afectado si no contestas enseguida un mensaje; incluso si algo es urgente, te van a llamar (¡nadie avisa que se está muriendo por un mensaje de Whatsapp lleno de emojis!).

Además, dejé de llevar el celular a actividades específicas con la finalidad de desconectarme un poco; por ejemplo, no llevo mi celular a la habitación y no uso el celular durante las primeras dos a tres horas del día, cuando me levanto. Te lo recomiendo, ya que de esa manera tendrás tiempo para ti y para Dios sin meterte en la locura del mundo. Tampoco uso el celular una hora antes de acostarme, porque observé que mi mente queda acelerada y afecta la calidad del sueño.

REGLA #2: Unfollow
¿Sabes qué hice? Me tomé dos horas y dejé de seguir a tanta gente con la cual había perdido el diálogo y de la que solo me enteraba por medio de fotos. Decidí que si realmente me interesaba la vida de alguien, le enviaría un mensaje, lo llamaría o lo visitaría. Así, se redujo la cantidad de personas que seguía y también la cantidad de tiempo frente a la pantalla, ya que no hay tanto para ver.

Además, puedo construir relaciones, en lugar de estar pensando en la vida de los demás.
Si prefieres no dejar de seguir a algún amigo –para evitar problemas– puedes silenciar sus historias o publicaciones y no se enterará. Si llego a querer ver algo de ellas en particular, las visitaré cuando sea necesario.

Sumado a esto, dejé de seguir cuentas que bloquean mi luz o bajan su brillo, porque van en contra de mis principios y valores. Entonces, dejé de seguir todas esas cuentas de creativos, memes, equipos o famosos; no porque fueran malas en sí, sino que si por algún motivo quiero ver algo específico de estos temas, entro a ver el contenido de esas cuentas y listo.

Por último, instalé una aplicación que me permitió limitar el tiempo que pasaba en cada aplicación y de esa manera logré controlarlo mejor. Empecé a acostumbrarme (algunas aplicaciones ya lo tienen incluido, o sino, en las últimas versiones de iPhone y Android, esta función viene con el celular).

REGLA #3: Enfócate en ti mismo
Si cumples las dos reglas anteriores, te darás cuenta de que empieza a sobrarte mucho tiempo. Así que necesitarás buscar actividades productivas que reemplacen esas horas que perdías en tu celular.

Por mi parte, intenté obligarme a que “me guste” leer. Así que elegí un libro y cultivé el hábito –que tengo hasta hoy– de leer entre 15 a 30 minutos por día. Sumado a esto, me hice una rutina de ejercicios. También te recomiendo que separes un tiempo y le des lugar a la creatividad, para que puedas aprender a cocinar, pintar, escribir, editar videos, sacar fotos, tocar un instrumento y hacer las especialidades del Club de Conquistadores, entre otros. Incluso, no necesariamente tienes que elegir actividades que estén enfocadas en uno mismo. Estas tres reglas fueron un antes y un después en mi vida.

La última palabra

Comparto la última palabra –no menos importante– que hubiera querido que me enseñaran, pero que tuve que aprender a los golpes: publicación.

Siempre pensé que solo se trataba de cuidarme de los efectos que las redes podían tener en mí; sin embargo, comprendí que lo que publico en las redes también es importante a la hora de ser una luz y responder al llamado de Dios a ser diferentes. Así que, con el tiempo aprendí que antes de publicar algún contenido, es necesario tomarnos unos minutos para pensar y hacernos cinco preguntas que solo nosotros podemos contestar:

1-¿Jesús publicaría esto en mi lugar? Piensa por un momento que eres Jesús en ese chat de Instagram o en ese grupo de WhatsApp. ¿Publicarías ese mensaje o esa foto? ¿Responderías de esa manera? ¿Usarías ese sticker? ¿Te reirías de esa broma? ¿Verías ese video? Si no sabes la respuesta, es un buen momento para comenzar a estudiar sobre la vida de Jesús. Te recomiendo leer los Evangelios junto con el libro El libertador, de Elena de White. Te encantarán.

2-¿Cómo me siento? No publiques cuando estés bajo emociones intensas, porque después te arrepentirás de haberlo hecho. Si estás triste por algo que sucedió o estás molesto; si sientes culpa, enojo, ilusión, arrepentimiento o felicidad, revisa dos veces antes de publicar, en vez de responder a tu primer impulso y hacer públicas cosas que quizás no sea necesario compartir (esto también es válido a la hora de comentar).

3-¿Cuál es el objetivo de lo que voy a publicar? Cuando te hagas esta pregunta, te darás cuenta de que muchas veces estás publicando por motivos equivocados: buscas la aprobación de los demás, buscas mostrarte, eres adicto a la gratificación de los “me gusta” y publicas fotos que sabes que tendrán buen recibimiento o lindos comentarios. Entonces envías fotos que alimentan tu necesidad de pertenecer a un grupo con el fin de recibir su aprobación y poseer las mismas conductas.

4-¿Estoy pensando en los demás? Muchas veces la foto no tiene nada negativo en sí, pero no debes preocuparte solo por lo que posteas, sino que también debes pensar en cómo lo verá otro. Hay veces que uno se expone esperando una respuesta del otro lado y termina siendo piedra de tropiezo, así que piensa en qué reacciones causará tu posteo en las otras personas y, si son negativas, piensa dos veces antes de enviar o publicar algo. Evita controversias. Siempre habrá alguien que piensa diferente, así que no importa si es en política, fútbol o religión, mide tus palabras y considera a dónde entrarás, ya que después te costará salir o dejarás un mal testimonio.

5-¿Le diría eso a una persona si la viera cara a cara? Detrás de una pantalla tenemos un coraje que no tendríamos frente a frente. Y así, tenemos conductas que se caracterizan por hacer daño a otros. Entonces, somos groseros, sarcásticos o nos sumamos al bullying en los comentarios o en la charla de grupo. Le hablamos mal a una persona porque nosotros nos sentimos así. Eso nos convierte en haters, y en lugar de ser una luz en la vida de los demás, estamos alejándolos de Jesús.

Tendría más para contarte, pero creo que para este artículo fue más que suficiente. Recuerda las tres palabras claves: efectos, consumo y publicación, y comienza por enfocarte en la que más crees que necesita un cambio.

Te invito a ser parte de ese desafío que cambió mi vida y que puede cambiar la tuya.

El gran desafío

¿Te animas a no pasar en las redes sociales más tiempo que el que pasas con Dios? Hoy estoy agradecido por haber tomado esa decisión, porque aunque en el momento parecía pequeña, déjame contarte que me ayudó a elegir mi carrera universitaria; a volver a tener una relación con Jesús como nunca la había tenido; a aprender un idioma; a aprender a editar; a aprender a escribir artículos como el que estás leyendo; a grabar podcasts; y a aprender a filmar.

Hoy comparto de Jesús en mis redes sociales a más de 30.000 personas cada día. ¿Qué estás esperando? Estás a una sola decisión de cambiar tu vida en este mundo y en la eternidad.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2021.

Escrito por Por Brian Chalá. Reconocido influencer en redes sociales y estudiante de Teología en la Universidad Adventista del Plata.

Ayuda para los Gators

Ayuda para los Gators

“Las promesas de Dios son como las estrellas; cuanto más oscura es la noche, más fuertemente brillan” (David Nicholas)

“¿Por qué mis jugadores no pueden orinar después de cada partido?” fue el incisivo cuestionamiento del entrenador de fútbol americano de los Florida Gators a Robert Cade, el doctor del equipo. Esta simple pregunta formulada en 1965 cambiaría la historia para siempre.

Frente al problema, el médico descubrió que, en un juego de tres horas, el 90 por ciento del peso que perdía un jugador consistía en agua. Al sudar, los deportistas perdían los electrolitos sodio, cloruro y potasio, que no eran reemplazados, y esto causaba trastornos en el delicado equilibrio químico del organismo.

Así que, junto a otros investigadores, crearon una bebida que llamaron “Gator-Aid” (que traducido del inglés significa “ayuda para los Gators”). Con el tiempo, y por razones comerciales, decidieron renombrarla “Gatorade”.

En 1966, los Gators disputaron la final del Orange Bowl frente al equipo de Georgia Tech. En la segunda mitad del partido, a los jugadores de Georgia se los veía lentos y cansados, a diferencia de los Gators, que parecía que acababan de iniciar el encuentro. Ganaron 27 a 12. Al finalizar el cotejo, le preguntaron a Bud Carson (entrenador de Georgia) por qué habían perdido. “No teníamos Gatorade: esa fue la diferencia”, respondió.

Desde luego, la mejor hidratación para tu cuerpo es el agua y no una bebida artificial. Pero, en el partido de la vida, Dios no nos dejó solos. Tenemos ayuda. Podemos ganar. Así como los deportistas beben Gatorade en sus entrenamientos y partidos para rendir mejor, nosotros podemos obtener altos logros y socorro oportuno en Jesús, el Agua de vida (Juan 4:13, 14).

Tenemos su ejemplo, tenemos sus enseñanzas y tenemos sus promesas. Toma tu Biblia, lee las promesas, aférrate a ellas y sal a enfrentar los desafíos de esta hora espléndida.

Toma nota: Nunca estás solo (Mat. 28:20), tus pecados te son perdonados (1 Juan 1:9), tendrás fortaleza para resistir la tentación (Sant. 1:12), pronto ya no habrá más dolor ni lágrimas (Apoc. 21:4), Jesús te está preparando un hogar en el Cielo (Juan 14:1-3).

Hay muchas más. Estudia tu Biblia y descúbrelas. Te aseguro que hacer esto es mejor que beber una Gatorade bien fría.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2021.

Escrito por Por Pablo Ale, pastor, periodista y director de Conexión 2.0.

¿Fe o presunción?

¿Fe o presunción?

¿Fe o presunción?

Una reflexión sobre barbijos, pandemias y el cuidado de nuestra salud.

Durante la época de cuarentena, daba estudios bíblicos a través del teléfono. Al final de uno de esos estudios, me hicieron una pregunta que parece simple de responder, aunque su trasfondo deja entrever un tema más profundo. La pregunta era acerca de la fe. En medio de una situación de pandemia, y teniendo que salir a menudo por sus actividades, era común que mi interlocutor orara por la protección de Dios. La pregunta era si, después de haber orado por protección y salud, el uso del barbijo, el distanciamiento social y todas las demás normas que debía seguir no eran una demostración de falta de fe. Después de todo, él había pedido la protección divina.

Es importante comprender que el tema de fondo es la fe; qué es y qué no es. Si vamos a la Biblia, diremos que “la fe es la certeza de lo que esperamos, la convicción de lo que no vemos” (Heb. 11:1). Claramente, es una respuesta correcta. Pero, para ponerlo en palabras incluso más sencillas, fe es igual a confianza. En este caso, confianza en Dios, en su Palabra y en sus promesas. Toda la vida cristiana se sostiene en la fe. Es algo tan importante que en Hebreos 11:6 se nos dice que “sin fe es imposible agradar a Dios”.

Pero, el versículo no termina ahí; si continuamos leyendo Hebreos 11:6, veremos que agrega “porque el que se acerca a Dios necesita creer que él existe y que recompensa a quien lo busca”. Notemos aquí que el foco está en la búsqueda de Dios. Sin fe no se puede agradar a Dios, porque sin fe no hay relación con él. Por eso, Pablo escribió en Romanos 10:17 lo siguiente: “Así, la fe viene por oír, por oír la Palabra de Cristo”. La fe se nutre de la Palabra de Dios, confía en sus promesas. Lo contrario a la fe es la presunción; “sólo el que tenga verdadera fe se halla seguro contra la presunción. Porque la presunción es la falsificación satánica de la fe” (El Deseado de todas las gentes, p. 101).

Un ejemplo perfectamente claro de esto lo vemos en la segunda tentación de Cristo en el desierto. La Biblia lo registra así: “Después el diablo lo llevó a la santa ciudad, Jerusalén, al punto más alto del templo, y dijo: Si eres el Hijo de Dios, ¡tírate! Pues las Escrituras dicen: ‘Él ordenará a sus ángeles que te protejan. Y te sostendrán con sus manos para que ni siquiera te lastimes el pie con una piedra’ ” (Mat. 4:5, 6, NTV). Satanás le cita a Jesús el Salmo 91:11 y 12, y lo incita a demostrar su fe en Dios al saltar desde lo más alto del Templo. Esta acción, dice el enemigo, probaría su confianza en la protección del Padre y sus promesas registradas en la Biblia.

[… Texto completo exclusivamente en la versión impresa. Suscríbete a la revista Conexión 2.0 y recíbela trimestralmente en tu domicilio o iglesia] 

La vida cristiana no está exenta de riesgos. Hay lugares en el mundo donde predicar de Jesús puede ser suficiente para que a uno le quiten la vida; solo basta contemplar la historia de los mártires para comprobarlo. Pero una cosa es cuando el riesgo y la amenaza vienen por cumplir la Palabra de Dios y otra muy distinta cuando nos ponemos en riesgo de manera voluntaria e innecesaria. Él desea que prosperemos en todo, y que tengamos salud, así como prospera nuestra vida espiritual (3 Juan 1:2).

Confiemos en cada promesa de la Biblia mientras hacemos todo lo que está en nuestras manos para cuidarnos.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2021.

Escrito por Santiago Fornés, Lic. en Teología y capellán en el Instituto Adventista de Mar del Plata, Argentina.

Ideas para trabajar Conexión 1T 2021

Ideas para trabajar Conexión 1T 2021

La revista es una buena alternativa que los docentes pueden utilizar para trabajar en clases con sus alumnos. De cada edición impresa se pueden extraer lecciones que impactarán la vida de los adolescentes y jóvenes. Compartimos ideas y proyectos para trabajar con la revista impresa del primer trimestre de 2021.

Objetivos

  • Analizar los temas presentados, sea de manera individual como grupal, estableciendo grupos cooperativos para el intercambio de opiniones y la elaboración de conclusiones que potencien el crecimiento personal de cada uno de los estudiantes.
  • Tomar actitudes resilientes frente a las dificultades que puedan presentarse en la vida teniendo en cuenta la guía y dirección de Dios.
  • Reconocer que en la Palabra de Dios hallamos sabiduría para conducirnos correctamente en la vida.
  • Valorarnos como verdaderos hijos de Dios, amados por él y llamados a servir a los demás con amor fraternal.
Seúl 1988

Seúl 1988

Seúl 1988

La cita olímpica, que regresó a Asia luego de Tokio 1964, marcó el retorno de la competencia entre atletas de Estados Unidos y de la Unión Soviética, en el marco de la culminación de la Guerra Fría.

Conocidos como los Juegos de la XXIV Olimpiada, Seúl ‘88 fue un evento multideportivo internacional, celebrado en Corea del Sur, entre el 17 de septiembre y el 2 de octubre de 1988. Allí, se dieron cita 8.391 atletas de 159 países y se celebraron 237 eventos en 23 deportes oficiales.

A pesar de que Corea del Sur no tenía experiencia en eventos deportivos internacionales, mostraba un sólido crecimiento económico y esta oportunidad le sirvió como trampolín para posicionarse en el ámbito internacional. Se considera que Seúl ‘88 fue un éxito por la asistencia a los estadios.

Una nueva etapa

En un contexto marcado por el final de la Guerra Fría (el Muro de Berlín caería el 9 de noviembre de 1989), Seúl ‘88 fue la primera Olimpiada desde Múnich 1972 que no vivió un boicot político masivo.​ Aunque Corea del Norte se negó a asistir y fue seguida por media docena de países, la cita deportiva logró que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética (URSS) volvieran a competir entre sí.​ Estos fueron también los últimos Juegos Olímpicos de dos potencias deportivas: la URSS (se convirtió en Rusia) y la República Democrática Alemana (con la unificación alemana, quedó bajo el ala de Alemania).

Así y todo, la URSS se despidió a lo grande: lideró el medallero con 132 preseas: 55 oros, 31 platas y 46 bronces, seguida por Alemania Oriental (102), Estados Unidos (94) y Corea del Sur (33).

El regreso del tenis

Si bien el tenis fue parte en los Juegos Olímpicos desde su primera edición de la era moderna (Atenas 1896), luego de París 1924 fue eliminado del programa olímpico. Así, en Seúl, el tenis volvió a ser protagonista en cinco categorías: dos masculinas (individual y dobles), dos femeninas (individual y dobles) y un mixto (dobles).

Aquí, como en las ediciones olímpicas de 1896, 1900, 1904 y 1992, se les entregaron medallas de bronce a los dos semifinalistas que no llegaron a la final (actualmente se disputa un partido por el tercer lugar para definir al ganador de la medalla de bronce).

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Una triste realidad

Si bien estos Juegos fueron un éxito organizativo, una sombra cae sobre ellos por los múltiples casos de dopaje ocurridos en distintas especialidades. En total, se hicieron más de 1.600 controles y se detectaron una decena de infracciones. La prueba más afectada fue la halterofilia: de los cinco atletas descalificados, tres habían obtenido medalla.

Hubo también positivos en atletismo, equitación y lucha. A raíz de lo sucedido, los controles antidoping se intensificaron en la década de 1990.

Desde luego, el caso más resonante fue el de Ben Johnson, dado que el atleta canadiense se había coronado en una de las pruebas más importantes de un juego olímpico: la carrera de 100 metros llanos. Cuando se conoció el resultado de dopaje positivo de su análisis de orina, el Comité Olímpico Internacional le retiró la medalla de oro con efecto inmediato y se la otorgó al segundo clasificado, Carl Lewis. Además, a Johnson se le prohibió participar en competiciones por dos años.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2021.

Escrito por Leo Ottín Pechio, Lic. en Educación Física y Guardavidas Profesional.