¿Cuál es mi destino?
Muchos creen que el horóscopo marca nuestro futuro. Otros sostienen que, no importa lo que hagamos, nuestro final ya está determinado. ¿Cuál es la verdad?
Es muy popular pensar que hay un destino para todos. Lo vemos en las películas de Hollywood, lo escuchamos en cientos de canciones y lo leemos como trama detrás de libros y de telenovelas. Hay una obsesión por conocer nuestro destino, y para eso la gente recurre al tarot, la consulta del horóscopo y a cuanto nuevo método aparezca. Pero ¿qué hay detrás de todo esto?
Hay muchos cristianos sinceros que creen en la predestinación. No, no es simplemente el título de alguna película o la subtrama de un libro de ciencia ficción. El concepto de que las cosas ya están determinadas desde el mismo principio podemos verlo presente en muchas culturas, leyendas antiguas y religiones. ¿Dice algo la Biblia al respecto? ¡Sí! Veamos…
Una lectura superficial de ciertos pasajes de las Sagradas Escrituras nos puede llevar a creer que Dios determina el resultado eterno de cada persona desde antes de nacer. Así, Dios no predice, sino que determina lo que harán y serán, si se salvarán o se perderán. ¿Cómo encuadrar esto con el concepto de un Dios de amor? ¿Qué lo llevaría a querer decidir que determinadas personas se pierdan y otras se salven?
Si analizamos las referencias bíblicas a la predestinación, siempre tienen como objetivo nuestra salvación (Efe. 1:11; 1 Cor. 2:7), la adopción dentro de la familia de Dios (Efe. 1:5) y la formación de un carácter semejante al de Cristo (Rom. 8:29, 30). No hay referencias a predestinación para condenación, sino que la voluntad y el deseo de Dios siempre se expresan en función de la salvación de las personas. De hecho, Dios es categórico en afirmar que él no quiere la muerte de quienes mueren (Eze. 18:32); espera que las personas se arrepientan para que así puedan ser salvas (2 Ped. 3:9; 1 Tim. 2:3, 4).
Una de las expresiones del amor divino más conocidas está en Juan 3:16. Este pasaje es claro. Allí, Dios afirma que la salvación está al alcance de todos los que confíen en Jesucristo. Afirma que la salvación o la condenación de cualquier persona depende de su decisión personal sobre Cristo: “El que cree en él no es condenado. Pero el que no cree ya está condenado, porque no creyó en el nombre del Hijo único de Dios” (Juan 3:18).
En todo caso, la “predestinación” de parte de Dios es nuestro bienestar. ¿Por qué, entonces, esto no se cumple? Porque existe el libre albedrío, la capacidad humana para decidir incluso si no es en nuestro beneficio eterno. “El ejercicio de la fuerza es contrario a los principios del gobierno de Dios; él desea tan solo el servicio de amor, y el amor no puede ser exigido, no puede ser obtenido por la fuerza o la autoridad. El amor se despierta únicamente por el amor” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 13).
¿Qué significa esto, y por qué es tan importante? Significa que somos libres, que cada una de nuestras decisiones importa, cuenta, y finalmente determinará nuestro destino eterno. Por eso, Dios declara en su Palabra: “Hoy te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre bendiciones y maldiciones. Ahora pongo al cielo y a la tierra como testigos de la decisión que tomes” (Deut. 30:19, NVI). La elección es nuestra; Dios nos presenta ambos caminos y se asegura que sepamos cuál será el resultado final de cada uno.
¿Cuál es mi destino, entonces? El que yo decida. Una eternidad con Dios, en un mundo nuevo y maravilloso, con todos los secretos del Universo abiertos a nosotros y una posibilidad ilimitada de crecimiento… o no. De nosotros depende. El Señor, por su parte, nos recuerda: “¡Mira! Yo estoy a la puerta y llamo. Si oyes mi voz y abres la puerta, yo entraré y cenaremos juntos como amigos” (Apoc. 3:20, NTV).
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2020.
Escrito por Santiago Fornés, Lic. en Teología y capellán en el Instituto Adventista de Mar del Plata, Argentina.
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