Ciudad de Panamá
El vuelo llegó a Panamá de noche, lo que me suscitó un gran desafío. Una vez hecho todo el visado, un agente de transporte de una empresa oficial ofreció llevarme hasta la ciudad. Al llegar al hotel, agradecí a Dios por sus cuidados.
En las estaciones de subte, puedes comprar una tarjeta para viajar en subte o en bus. La ciudad es bastante caótica. Las avenidas centrales siempre están muy congestionadas y el tránsito es bastante desordenado. Por este motivo, algunos aconsejan viajar en Uber.
El primer lugar que visité fue el casco histórico. Emplazado en una península de la ciudad, es bien reconocido por sus calles empedradas, antiguos conventos y buena gastronomía. Relativamente cerca se encuentra el mercado, lugar donde se comercian distintos productos marinos.
A través de la cinta costera, se puede hacer un paseo desde el casco histórico hasta el litoral. Después de recorrerla, me dirigí a Panamá viejo. Este sitio histórico queda a las afueras de la ciudad y se puede llegar por medio del transporte público. Son las ruinas de lo que fue la primera ciudad de Panamá. En sus inmediaciones, cuenta con un museo que explica, entre otras cosas, los ataques del pirata Morgan, quien intentó saquear la ciudad, con suficiente resistencia.
Al siguiente día, bien temprano en la mañana, fui a visitar el famoso Canal de Panamá. Llegué por medio del transporte público, y –por llegar en ese horario– tuve la oportunidad de ver pasar por las esclusas de los barcos cargueros. La parada de buses está enfrente de Albrook Mall, y el recorrido tarda aproximadamente una hora y media. Una vez en el sitio, puedes acceder al museo y al canal, comprando los tickets de ingreso.
El Canal de Panamá, emblema de la tan deseada unión entre el Pacífico y el Atlántico, es una magnífica y costosa obra de ingeniería. Hace mucho tiempo, se hizo una gran “obra de ingeniería” incomparable, majestuosa como no hubo ni habrá otra. Dios envió a su Hijo para unir, religar, relacionar nuevamente a Dios con el hombre. Grande amor el de nuestro Dios; por eso: “Bienaventurado aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios” (Salmo 146:5).
Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.
Escrito por Analía Giannini, docente de Ciencias Naturales, nutricionista, escritora y viajera incansable.
0 comentarios