“Yo hago lo que quiero»
Por qué nos va mejor cuando cumplimos con las reglas y pensamos en los demás.
En 2021 me becaron para realizar un curso sobre resiliencia y ayuda a los demás. Los temas propuestos eran muy interesantes; además, estaba dictado por una organización prestigiosa, presente en varios países.
En la primera clase, hubo algo totalmente llamativo. Pero, para entender su contexto, quiero aclarar que nos pidieron ingresar a la videollamada 15 minutos antes o a tiempo; en mi caso, ingresé a tiempo. Las clases se dictaban desde las 23 hasta la 1 de la mañana, ya que se lo hacía para varios países y el horario no era el mismo para todos.
En fin, algunos compañeros no ingresaron ni 15 minutos antes ni a tiempo. ¿Qué sucedió con ellos? ¡No se les permitió el ingreso! Así como lees: no pudieron ingresar. Se les avisó que la regla estaba para cumplirse, que el horario había sido anunciado con tiempo y que esto serviría como enseñanza de que ante las emergencias no podemos llegar tarde.
Realmente me sorprendió la actitud de los organizadores. El grupo de mensajería estallaba de reclamos, reproches, excusas, etc., pero los organizadores se mantuvieron firmes en su decisión: no podrían ingresar a la clase, no llegaron a tiempo. Luego, les hicieron llegar el link donde estaba la clase grabada, pero se perdieron la oportunidad de hacer preguntas, de dialogar con el expositor, de sacarse las dudas.
Ahora bien, ante tal nivel de exigencia, esperaba lo mismo del horario de finalización; más aún porque para mí era tarde, y al otro día las actividades comenzaban temprano. Pero, no fue el caso. Más allá de la puntualidad del comienzo, el curso terminó 30 minutos después de lo acordado, pero –pese a mis ganas de irme, no porque los temas fueran aburridos, sino por querer descansar– no podía irme porque al finalizar la charla se daría paso a la evaluación de la clase.
Ante el pedido de varios de nosotros de que la clase concluyera, los organizadores listaron algunos “motivos”, según ellos válidos, por los cuales no podían hacerlo.
Esta situación me llevó a pensar en cuántas veces exigimos de los demás algo que no estamos dispuestos a cumplir. Al contrario, podemos encontrar maneras de “escapar” de esas exigencias:
- Nos disculpamos a nosotros mismos.
- Buscamos alguna justificación para nuestro accionar.
- Minimizamos el daño.
- No le damos tanta importancia.
Es sencillo, o mejor dicho, fácil pedir a las personas con las que nos relacionamos ciertos niveles de responsabilidad en situaciones que a nosotros no nos cuestan. Por ejemplo: Quizá te fastidie que alguien llegue tarde porque tú eres de estar puntual siempre; tal vez que alguien no termine su parte del trabajo a tiempo o con anticipación te genera molestia porque tú no eres así; puede ser que aceptar cierto compromiso para ti sea fácil, y no llegas a comprender cómo otro no tiene la misma actitud. La lista podría seguir, pero resumamos el punto diciendo que es más sencillo exigir a los demás aquello que a nosotros nos es fácil.
Sin embargo, cuando nos encontramos en una situación que requiere sacrificio, fuerza de voluntad o simplemente no nos es agradable, podemos encontrar “miles” de motivos para excusarnos por no haber logrado aquello que se nos pidió. Ya Jesús había dicho que era más fácil mirar la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro. Y no solo en el nuestro, sino también en el de nuestros más allegados. ¡Cuántas veces minimizamos el accionar de nuestros queridos!
Estas actitudes, esta forma de proceder, generan un ambiente en el que no podemos crecer, en el que nuestras relaciones no pueden ser positivas; un ambiente tóxico.
¿Qué podemos hacer? Creo que debemos poner en práctica, día a día, relación a relación, momento a momento, las palabras de Jesús en Mateo 7:12: “Traten a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque eso nos enseña la Biblia”.
Deberíamos dejar de andar exigiendo a las personas una conducta, una forma de ser, una manera de comportarse. No somos quienes para exigir. Quizá deberíamos mostrarnos más empáticos, y ser ejemplos. Esto no significa disculpar todo o aceptar cualquier conducta o accionar. Volviendo al curso, había que llegar a tiempo, eso es cierto; pero también es cierto que debería haber terminado a tiempo.
La clave es el equilibrio, algo tan difícil de alcanzar, pero tan necesario.
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del tercer trimestre de 2022.
Escrito por Jimena Valenzuela, Magíster en Resolución de Conflictos y capellana en el Instituto Adventista de Avellaneda, Bs. As., Argentina.
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