¿Promesas olvidadas?
¿Te han hecho promesas que no te cumplieron? A mí, sí. Muchas. Crecí como todo niño que cree en las promesas, como cualquier jovencito que se ilusionaba con una palabra. Confié en sonrisas; me creí el “Solo será por un tiempo”, el “No volverá a pasar”, o también el famoso “Te llamaré”.
No conozco tu experiencia diaria ni las páginas que conforman tu pasado. Puede ser que te hayan fallado muchas veces, y puede también que tú hayas fallado muchas veces. Las personas hacen promesas casi a la misma velocidad con que producen basura, sin importar el impacto que esas palabras causan en los demás.
Lee la historia de José en Génesis 39 al 41.
Mirando por la ventana, como esperando algo del horizonte, José debió sentirse decepcionado al ver que el tiempo transcurría y el copero del rey no cumplía su promesa. Al recibir de José el significado de su sueño y la certeza de que sería restituido, este servidor del palacio acordó ayudarlo, hablando con Faraón para que fuera liberado de la cárcel.
Es fácil entender a José cuando te dicen, luego de una entrevista de trabajo, que se comunicarán contigo; o que en una propuesta de negocio tú saldrás ganando; que las cosas van a cambiar o que no te volverán a fallar. Pero, una y otra vez nos damos cuenta de que la gente nos engaña. ¿El resultado? Dejamos de creer. Ya no creemos en promesas, ni confiamos en la palabra de nadie. Ya no creemos en el amor, ni en las segundas oportunidades. Y, si por alguna razón alguien finalmente cumple, sospechamos que “hay algo escondido” o una “doble”.
Estoy seguro de que José se sintió esperanzado luego de hablar con el copero, y esperó que este cumpliera su palabra. También puedo entender, mientras lo veo en mi mente, a un José con una larga barba, entregado a la rutina carcelaria y casi al borde de perder la fe. Pienso que, siendo un ser humano como tú y como yo, José oraba mucho; pero también tuvo momentos de ansiedad, tristeza, melancolía y desesperación.
Sin embargo, cuando la noticia de la liberación llegó a sus oídos, José puso a un lado sus rencores, sus temores y sus frustraciones, y decidió confiar en Dios. ¡Y tú conoces el resto de la historia!
Recuerda: estás en las manos de Dios, no en las de los hombres. ¡Confía en él!
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