¿Personas dispuestas o personas perfectas?
Pensar que lo que tienes para dar a Dios es insignificante roba tu boleto en primera fila para presenciar un milagro.
Al principio, les dije que no. Cuando me invitaron a formar parte de la Radio Adventista de Londres, pensé que era una idea terrible. Aunque me encanta la radio y hablo inglés como segunda lengua, yo estaba convencida de que otra persona podía hacerlo mejor y que estaba siendo “humilde”.
Es fácil enfrentarnos a un desafío y convencernos de que lo que tenemos para dar es absolutamente insignificante. Sin embargo, esta manera de pensar nos paraliza y nos roba nuestra entrada, nuestro boleto en primera fila para presenciar un milagro. Cuando miramos la vida a través de una lente comparativa, pensamos que solo los aportes o las voces perfectas tienen valor. Pero la Biblia nos enseña que el significado de una vida, o el impacto de una ofrenda, no dependen de su tamaño o perfección.
Probablemente había cerca de quince mil personas aquel anochecer, cansadas y hambrientas. Estaban demasiado lejos de la ciudad como para ir a comprar, y además hubiera costado una verdadera fortuna (el sueldo de más de seis meses de trabajo) conseguir alimentos para todos. Entonces, Andrés dijo: “Aquí está un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?” (Juan 6:9 RVR). No solo la cantidad era absolutamente ridícula e insignificante, sino también la calidad de esa vianda. La cebada era el cereal de los pobres. En aquel tiempo, se lo consideraba poco nutritivo y más apto para alimentar animales que personas. En otras palabras, la comida de este niño pobre no podría haber ser menos adecuada para satisfacer las necesidades de la multitud. Sin embargo, ¡fue exactamente eso lo que Jesús usó!
Estoy convencida de que, entre esas quince mil personas, había otro muchacho con mejores restos de su vianda, o una mujer con una baguette escondida en la cartera. Pero tal vez creyeron que lo que tenían para dar no era suficiente.
Y, como permitieron que el miedo y la comparación los neutralizara, se perdieron de ser los protagonistas del milagro. Jesús no necesita personas perfectas, sino personas dispuestas. El significado y el impacto de nuestra vida no dependen del tamaño de lo que tenemos para dar, sino de Aquel que lo bendice y multiplica.
Trabajé para la Radio Adventista de Londres casi tres años, y aunque fue un desafío enorme, también fue una gran bendición. En uno de mis últimos proyectos, tuve la oportunidad de grabar una serie de estudios bíblicos de Apocalipsis con el pastor Sven Ohman. Oyentes de diferentes partes del mundo nos contactaron para compartir sus impresiones acerca del programa, muchos de los cuales hablaban inglés como segunda lengua. Fue interesante descubrir que mi acento no nativo era una bendición para ellos, porque lograban comprenderlo mejor que al acento británico. Lo que yo pensé que me descalificaría para servir fue exactamente lo que Dios usó para su gloria.
Al tiempo, el pastor Sven falleció repentinamente. Aunque todos estábamos muy entristecidos, su esposa me agradeció que hubiéramos grabado la serie de estudios bíblicos, porque así ella podría volver a oír su voz. ¡No hay cómo medir el impacto de un acto de fe y obediencia que Dios bendice!
Un día, mientras leía la Biblia, me encontré con un versículo conmovedor: “A todos les hablaré de tu justicia; todo el día proclamaré tu poder salvador, aunque no tengo facilidad de palabras” (Sal. 71:15 NTV, énfasis agregado). Yo quería que mi pronunciación fuera perfecta; y mis palabras, elocuentes (para que la gente me entendiera… pero también para que me elogiara). Sin embargo, Dios tenía otras prioridades, porque para él las pequeñas ofrendas que da un corazón sincero se multiplican hasta que sobreabundan.
Este artículo es una adaptación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2022.
Escrito por Vanesa Pizzuto, Lic. en Comunicación y escritora. Es argentina, pero vive y trabaja en Londres.
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