El Salvador
Llamado “el pulgarcito de América”, El Salvador es el país más pequeño de Centroamérica. En sus 21.040 kilómetros cuadrados existen 170 volcanes, 14 de los cuales están activos y 6 se vigilan constantemente para controlar los peligros de erupción.
A pesar del peligro que conlleva convivir al pie de estos montes de fuego, los pobladores desarrollan la vida con normalidad. Los lugareños construyen sus casas y siembran sus alimentos básicos, como el maíz y las legumbres, en sus laderas.
Durante las pocas horas que estuve por El Salvador, en la espera de un vuelo y otro, no tuve el tiempo suficiente de conocer uno de sus volcanes. Sin embargo, en el aeropuerto, la secretaría de Turismo del Gobierno ofrecía la oportunidad de conocer una de sus playas, a 35 kilómetros del aeropuerto. Se llama El Tunco. Su nombre se debe a que en la orilla de la playa se puede observar una formación rocosa que tiene la forma de un cerdo (o “tunco”, como lo llaman en El Salvador).
Es una playa muy visitada por el turismo nacional e internacional, por sus grandes olas, que son muy aprovechadas por los surfistas.
Al llegar al pueblo costero, la emblemática formación rocosa, la desembocadura del río y los bares y los restaurantes conforman un lugar especial para tomarse unos días relajados. En las tiendas locales se presentan las artesanías del lugar, que embellecen aún más el sitio.
Con respecto a la gastronomía, el maíz es uno de los principales ingredientes alimentarios, por sus extensos cultivos. Empanadas de plátano, enchiladas y riguas fueron algunos de los platos que degusté en uno de los restaurantes del lugar.
Para aprovechar el tiempo, después del almuerzo, nos dirigimos a la playa llamada “El Malecón” y visitamos el mercado ubicado en el muelle.
Hay decenas de puestos que ofrecen diferentes productos, desde mariscos frescos hasta artesanías hechas con invertebrados marinos y huesos de tiburón.
De regreso al aeropuerto, agradecí a Dios por el bello paseo que me permitió hacer en las playas de El Salvador, donde pude acercarme más a las costumbres del lugar y conocer más de su cultura.
En cada visita por los diferentes países, descubres que el lugar lo hacen las personas. Y, en la medida en que más nos acerquemos al plan de Dios, más podremos disfrutar de sus bendiciones.
Recuerda: “El bondadoso se hace bien a sí mismo, pero el cruel a si mismo se hiere” (Prov. 11:17).
Este artículo ha sido adaptado de la edición impresa de Conexión 2.0 del primer trimestre de 2022.
Escrito por Analía Giannini, docente de Ciencias Naturales, nutricionista, escritora y viajera incansable.
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