¿Dulce espera?
Cuando hablamos de esperar, generalmente usamos adjetivos negativos. ¿Lo notaste? Decimos que la espera es “agonizante”, “dolorosa” y francamente “insoportable”. Hay una gran excepción: la dulce espera. Cuando una mujer está embarazada, hablamos de la dulce espera. Una de mis mejores amigas, Kim, acaba de dar a luz a su primer hijo, Taj. Como ella vive en Australia, me mantuvo al tanto por Internet, enviándome fotos que documentaban el crecimiento de su pancita. ¡Fue un proceso emocionante!
Una mujer embarazada espera con ilusión, anticipando el día en que pueda sostener a su bebé en brazos. Hay vómitos, pies hinchados y noches sin dormir bien, pero a todo esto lo llamamos “dulce espera” porque vale la pena. ¡Imagina si pudiéramos vivir la vida espiritual de esta manera!
Todos estamos esperando algo: el cumplimiento de un sueño, un hijo, la realización de un llamado. Considera la vida de José (Gén. 37), Ana (1 Sam. 1) o David (1 Sam. 16). Ellos esperaron un largo tiempo antes de ver el cumplimiento de las promesas de Dios.
Sin embargo, su espera no fue tiempo perdido, sino tiempo invertido. Mientras esperamos, nuestro carácter se desarrolla imperceptiblemente, como crecen las raíces bajo la tierra, como se forma un pequeño cuerpo en la oscuridad del vientre.
Nuestra sociedad prioriza la rapidez y la eficiencia. Sin embargo, como Dios es eterno, él no está apurado. “Dios casi nunca toma la ruta más corta entre el punto A y el punto B”, escribe el pastor John Piper. “Su propósito es santificar al viajero, no acelerarlo entre A y B”.
Dios está mucho más interesado en transformar nuestro carácter que en guiarnos por la ruta más directa hacia nuestros sueños.
En su infinita sabiduría, Dios puede bendecirnos a través de las aparentes ineficiencias del viaje y el zigzaguear de la ruta. Considera a María y a Marta: en su momento de necesidad más grande pidieron a Jesús que las ayudara. El Salvador se demoró, y Lázaro falleció.
Sin embargo, la espera trajo una bendición mayor, un regalo más grande de lo que María y Marta podían imaginar (Juan 11:6-44; Efe. 3:20).
“El Señor pareciera usar continuamente la espera como una herramienta para darnos lo mejor de sus regalos”, escribe Catherine Marshall.
Tal vez, si recordamos esto podremos vivir la espera con más dulzura y menos desesperación.
Esperar es hacer flexiones de pecho con los músculos de la fe; es crecer. Esperar es hacer nuestra parte y confiar en que Dios hará la suya.
Esperar es incómodo, como tratar de encontrar una posición para dormir durante el último trimestre del embarazo. Sin embargo, también puede ser dulce.
¿Por qué? Dulce porque esperar nos da la oportunidad para desarrollar nuestra comunión con Dios. Dulce por su presencia y compañía, aun en los días más difíciles.
Si hoy te toca esperar, recuerda las palabras del salmista: “Yo cuento con el Señor; sí, cuento con él; en su palabra he puesto mi esperanza […]. Oh Israel, espera en el Señor; porque en el Señor hay amor inagotable” (Sal. 130:5, 7, NTV).
Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.
Escrito por Vanesa Pizzuto, Lic. en Comunicación y escritora. Es argentina, pero vive y trabaja en Londres, Inglaterra.
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