¿Amigos o no?
¿Pueden un cristiano y un no cristiano ser mejores amigos?
Juan y Gabriel habían sido amigos desde pequeños, estudiaron juntos durante la escuela primaria, e incluso iban a la misma iglesia. Cuando llegaron a la secundaria, Gabriel tuvo la oportunidad de ir a un colegio cristiano con internado. En ese lugar encontró nuevos amigos, participó de un grupo misionero que trabajaba con niños en un merendero, disfrutó de las clases de Historia Sagrada y de cada semana de oración. Al llegar las vacaciones, volvió a su casa feliz porque volvería a ver a su amigo. Sin embargo, al llegar, sus padres le dijeron que en ese tiempo Juan había abandonado la iglesia. Le prohibieron juntarse con él porque temían que fuese una mala influencia. Ahora Gabriel estaba en mi oficina preguntándome por qué no podía seguir siendo amigo de Juan solo porque él ya no creía en Dios.
¿Puede un cristiano sincero tener amigos que no lo sean? ¿Podemos relacionarnos de la manera más profunda con alguien que no comparte nuestra fe sin correr riesgos? ¿Pueden un cristiano y un no cristiano ser mejores amigos? Antes de saltar a alguna conclusión, vamos a repasar varios conceptos que son importantes.
La amistad es uno de los vínculos más profundos y significativos que existen, dado que no está impuesta por ningún lazo familiar, sino que se basa en la elección de dos personas.
El cumplimiento del propósito divino para mi vida y la eternidad se ve afectado por las amistades que tengo. Jesús nos dice que en la vida solo hay dos caminos que podemos elegir: el angosto o el ancho, el que lleva a la vida eterna o el que se aleja de Dios (Mat. 7:13, 14). Por su parte, San Pablo dice lo siguiente, al respecto: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos, porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas? ¿Qué armonía hay entre Cristo y el diablo? ¿O qué parte tiene el creyente con el incrédulo?” (2 Cor. 6:14, 15).
Aunque no siempre lo tengamos presente, la Biblia nos declara que todas las personas en este mundo estamos bajo la influencia de uno de dos poderes: el Espíritu de Dios o el enemigo de Dios. No significa que un amigo no creyente realice acciones conscientes para apartarnos de nuestra fe, pero sí que puede ser usado como un canal por el enemigo. Al mismo tiempo, nosotros podemos ser usados por Dios para alcanzarlos, y esto debería ser de manera consciente.
¿Debemos entonces plantearnos rechazar la amistad de los no creyentes? O, ¿debemos cuestionarnos cuál es nuestro rol e influencia en su vida, y por qué representan para nosotros un riesgo tales compañías? (Sant. 1:14, 15). El tipo de influencia que tendré sobre los demás, y cómo me afectarán a mí, dependerá de mi conexión real con Dios.
El mejor ejemplo de cómo ser amigos con los no creyentes lo encontramos en Cristo: “El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: Seguidme” (Elena de White, Consejos sobre el régimen alimenticio, p. 511). En cada caso, Jesús buscó establecer con ellos una amistad perfecta o virtuosa, buscando su redención (Juan 15:13). Si yo tengo un amigo, alguien a quien quiero mucho, es imposible no desear su salvación. Si no hago nada para que mi amigo conozca a Jesús, entonces yo soy la parte que está fallando.
La amistad es un camino de dos vías: tanto Juan como Gabriel ejercerían influencia uno sobre el otro, de manera consciente e inconsciente. Esto nos deja otra pregunta: ¿Qué es lo que hay en mi corazón y cómo afecta a mis amigos? En nuestro próximo encuentro nos dedicaremos a analizar cuál es la radiografía de un amigo según la visión de Dios y cómo deberíamos actuar si queremos ser una bendición para nuestros amigos.
Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2020.
Escrito por Santiago Fornés, Lic. en Teología y capellán en el Instituto Adventista de Mar del Plata, Argentina.
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