México DF
Mientras viajábamos con mis hermanos por México, hicimos una primera escala en la capital del país: México DF. En esa oportunidad, visitamos el Jardín Botánico del bosque de Chapultepec. Allí se encuentra el Castillo de Chapultepec, el único castillo real en toda América que actualmente se puede visitar como museo. Su estructura ha tenido varias reconstrucciones y adaptaciones, como residencia imperial de Maximiliano y Carlota, y como casa de gobierno presidencial. Sus salones recrean las ambientaciones de la época, que remiten a la vida cotidiana de quienes vivían en aquel entonces.
De los doce recintos culturales que se encuentran en el bosque, visitamos el Museo Nacional de Antropología, el más grande de México, que cuenta con 600 mil piezas arqueológicas y etnológicas. La pieza que más llama la atención es la “Piedra del Sol”, que mide 3,6 metros de diámetro, y resume las ideas que esta cultura tenía sobre el espacio y el tiempo. Otra reliquia que expresa la deidad del Sol es la escultura con rostro de muerte, que representa el culto a la muerte, algo muy común en la cultura tolteca.
En nuestro segundo recorrido, aprovechamos a pasear por la Plaza de la Constitución, un sitio emblemático al que también llaman “El Zócalo”, y que es considerado el corazón político y cultural del país desde tiempos de la cultura prehispánica. Antes de la llegada de los conquistadores españoles, esta plaza fue el centro de Tenochtitlán. En una de las esquinas se encuentran las ruinas del Templo Mayor, que revela la antigua civilización mexicana. El Paseo de la Reforma, que es la avenida más importante y emblemática de la ciudad, fue construido bajo el mandato de Maximiliano y Carlota, y une El Zócalo con el castillo de Chapultepec.
Al salir del museo, degustamos las típicas quesadillas mexicanas, acompañadas de un vaso de refresco llamado tamarindo.
Dos mil años atrás, “Jesús dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Jesús no solo es el Camino y la Verdad: es la VIDA.
A diferencia de las culturas precolombinas, que tenían como deidad el Sol y profesaban el culto a la muerte, “Dios es amor, y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16).
Cuando contemplamos el carácter de Dios y comprendemos los propósitos de Dios para sus criaturas, decimos, junto con el salmista: “Te exaltaré mi Dios, oh Rey, y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre” (Sal. 145:1).
Este artículo es una adaptación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2022.
Escrito por Analía Giannini, docente de Ciencias Naturales, nutricionista, escritora y viajera incansable.
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