Reina vs. Reina
Siglo XVI, Europa: la Iglesia Católica pierde terreno ante la Reforma Protestante de Martín Lutero. Sin embargo, la pureza original de la religión se diluye en jugadas políticas, coronas que cambian de bando según su conveniencia con fines tan variados como conservar la alianza con la poderosa Iglesia romana o divorciarse de una reina avejentada y legitimar “religiosamente” un segundo matrimonio. Inglaterra y Escocia, lejos de ser ajenas a estos vaivenes, cobran un interesante protagonismo, con un hecho histórico pocas veces visto: el enfrentamiento político y religioso de dos mujeres poderosas.
Gran Bretaña arde. Tras la muerte del controversial Enrique VIII, llega al trono de Inglaterra su hija, Isabel. Mientras que en el norte de la isla (Escocia) otra mujer ostenta la corona: María Estuardo.
Las cosas no son tan simples. La historia es larga y compleja. Basta con decir que en un determinado momento, María –obligada a abdicar– huye de Escocia y se refugia en Inglaterra. Pero allí es una amenaza: es heredera legítima de la corona inglesa, y sus antiguos reclamos al trono la convierten en un peligro latente. Así que, desde su llegada, es mantenida prisionera durante 18 años por su prima, la reina Isabel.
El autor alemán Friedrich Schiller puso en escena la historia del enfrentamiento entre estas dos mujeres en su obra teatral María Estuardo. María fue acusada de orquestar, desde su encierro, un atentado contra Isabel, con el fin de hacerse con el trono inglés. Fue juzgada por los nobles en un proceso poco transparente, encontrada culpable y sentenciada a morir decapitada. Pero para la reina inglesa, la decisión de condenar o indultar no resultará fácil; lo que decida conllevaría un riesgo para su corona. Por momentos parece imponerse la compasión; otras veces vence el odio; otras, el miedo. Cualquier decisión traerá consecuencias desagradables: si deja con vida a María, su trono se verá siempre amenazado. Si la ejecuta, quedará manchada como reina parcial e injusta.
Se le ocurre, entonces, una idea que resolvería su conflicto: administrar veneno a María en prisión, a fin de que muera en circunstancias confusas. La persona ideal para cumplir con el encargo es el viejo carcelero, Amias Pauleto, súbdito leal de su Majestad. Sin embargo, la lealtad a la reina no prevalece sobre sus principios. Pauleto no se presta a un juego injusto.
En el complejo escenario intervienen aliados secretos de María, que prometen liberarla. Mientras, los consejeros de Isabel persiguen sus propios intereses. La traición está siempre latente.
Se produce, entonces, el encuentro entre las dos reinas: Isabel se presenta, en toda su majestad, dispuesta a humillar a su rival. María está obligada por las circunstancias a someterse. Isabel abusa de las palabras, ofende innecesariamente a la reina escocesa y esta, exasperada, deja de lado la prudencia y responde a la misma altura, tratando de hipócrita a la mujer en cuya mano está su vida. La suerte está echada. Isabel, ganada por la ira, firma la sentencia de muerte. Pero, consciente de las consecuencias, no da órdenes claras acerca de qué hacer con el documento; deja librados los acontecimientos a la interpretación de sus secretarios y consejeros. En su afán por quedar libre de consecuencias, intenta no decidir. Pretende delegar su responsabilidad en otros, a los que puede manipular e inculpar.
Sin embargo, la verdad finalmente sale a luz. Inexorablemente, la posteridad la juzga.
¿Quién es justo y quién, culpable? ¿Quién es el ganador y quién, el perdedor? ¿Vale la vida más que la verdad? ¿Vale el objetivo final más que los principios? La fidelidad a las creencias religiosas ¿legitima cualquier accionar? ¿Es correcto respetar las creencias ajenas, aun cuando yo tengo la convicción de que son un error? ¿Hasta qué punto puedo imponer a otros mi fe? ¿Hasta dónde utilizo el nombre de Cristo para obtener o no mi propio beneficio?
La posteridad juzga, pero no siempre resuelve los conflictos. Muchos de ellos deben ser resueltos por cada conciencia, en soledad, frente a Dios, el verdadero Juez.
“Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él, he desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a Cristo” (Fil. 3:8, NTV).
Este artículo fue publicado en la edición impresa de Conexión 2.0 del cuarto trimestre de 2020.
Escrito por Elisa Torres, profesora de Literatura en el Instituto Adventista Florida, Argentina.
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