Rompecabezas

Mar 31, 2021 | Aire fresco | 0 Comentarios

Lecciones aprendidas en época de home office.

En 2020 vivimos una situación poco convencional y no tan fácil de asimilar. El hecho de permanecer en nuestras casas, sin poder salir libremente, nos llevó a descubrir varias cosas: muchos pensamientos e intentos de conocernos más interiormente, y también intentos de encontrar nuevas formas para pasar el “tiempo libre”. Retomar, tal vez, el hábito de la lectura, adentrarse en el arte de la cocina y experimentar recetas diversas, rutinas de ejercicios; o descubrir nuevas habilidades, como ejecutar algún instrumento, aprender nuevos idiomas o fomentar lo artístico, desde la pintura o el dibujo.

Un desafío en particular –que creo que más de uno llegó a experimentar– es el armado de un rompecabezas. Pero no uno pequeño, de 20 o 30 piezas, sino uno de más de 1000 piezas. En la casa donde vivimos con unas compañeras, encontramos una caja con un rompecabezas de 1000 piezas con un paisaje que mostraba un edificio antiguo, un amplio cielo azul con nubes y, en la parte inferior, muchas flores rojas, naranjas y amarillas.

Ya que estábamos con “tiempo libre” y no podíamos salir, luego del horario de trabajo nos animamos a empezar. A cada una le tocaba una sección del paisaje, e iba separando las piezas según los colores y según todo lo que le parecía que correspondía a su parte.

Para no hacer larga la historia, en las idas y venidas de nuestro intento por armar el rompecabezas, aprendimos varias lecciones que se aplican también a nuestro diario vivir:

1- Somos parte de un todo. Ya sea que lo queramos o no, somos como un gran rompecabezas. Y si bien podemos hacer solos las cosas que nos gustan, nos hace felices compartir y complementarnos con “otras piezas”. A veces nos perdemos y estamos como sin rumbo, pero al final encontramos nuestro lugar, al lado de las personas que nos comprenden y encajan con nosotros.

2- Muchas veces queremos forzar cosas que no son, cuando no es el momento ni el lugar. Nos pasó con varias piezas a las que les buscábamos la vuelta y no encajaban. Probábamos todos los ángulos posibles, pero no funcionaba. ¿Por qué? Porque simplemente no iban ahí. Después de dejar una pieza, buscamos otra. No coincidía. Y entonces probamos con otra. Y nada. Y así, hasta encontrar una que encajaba perfectamente en ese lugar.

3- Somos únicos. Aunque haya piezas muy parecidas entre sí, que se asemejan incluso en color y forma, no son completamente iguales. Todas son diferentes. Solamente la pieza correcta es la que encaja donde debe.

4- La importancia de considerar diferentes perspectivas. A mí me tocaba la parte del cielo, y todas las piezas que veía me parecían de un mismo tono celeste. Así, pasadas varias horas, ya no podía concentrarme. Paralelamente, observaba cómo avanzaban mis amigas. A veces yo veía algunas piezas que ellas necesitaban y ellas algunas que yo no conseguía ver; así, trabajando en equipo y ayudándonos entre nosotras para observar el paisaje, pudimos avanzar.

5- Perseverancia. Los que ya armaron rompecabezas de 1000 piezas entienden cuando llega el momento de la frustración, cuando parece que no se va a poder terminar, que hay muchas piezas que faltan y que hay piezas “estancadas” para las que nunca encontramos lugar. Pero dedicar un tiempo para avanzar (por lo menos un poquito), hace una gran diferencia.

Creo que uno de los mayores logros es poder terminar y decir: “Wow, yo hice eso”, “conseguí terminar lo que comencé”, “sé que fue difícil, pero lo logré”. Y sí, después de unos días de dedicarle tiempo, de comenzar animadas y más tarde querer abandonar en el camino –o de días que ni siquiera queríamos mirar la mesa donde seguían las piezas y los espacios aún vacíos– logramos armar las 997 piezas (porque 3 definitivamente estaban perdidas). Fue gratificante ver el paisaje finalmente terminado: cada pieza estaba en su lugar, todas encajaban perfectamente y formaban parte de ese todo.

Lamentablemente, no sabemos por cuánto tiempo más vamos a estar en esta situación. Algunos están lejos de sus seres queridos desde hace meses. Otros tienen dificultades en el trabajo. Y ¿qué decir de aquellos que tienen problemas de salud que los aquejan?

Abundan la incertidumbre, el miedo y la preocupación, pero también hay esperanza y buenas noticias. Somos parte de un todo y solos no podemos formar el paisaje completo. Únicamente si nos mantenemos unidos, cada uno haciendo su parte, descubriremos nuestro propósito y nos complementaremos como las fichas de un rompecabezas hasta que lleguemos a decir: “Soy parte importante en este todo llamado ‘vida’ ”.

Este artículo es una condensación de la versión impresa, publicada en la edición de Conexión 2.0 del segundo trimestre de 2021.

Escrito por Juana Almada Carrera, técnica en Diseño Gráfico. Escribe desde Asunción, Paraguay.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *